La otra vida: Ismael Serrano y la vida congelada

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«Uno quizá ha aprendido que somos frágiles: nos creíamos invulnerables, eternos, y este virus revela nuestra debilidad»

 

Sin tocar en México, en Latinoamérica y en Madrid: así se ha quedado Ismael Serrano por la crisis del Covid-19. Durante el encierro planifica futuros conciertos y espectáculos, escribe sobre la vida que nos espera y analiza las reacciones políticas y sociales.

 

Texto: ARANCHA MORENO.

 

Nadie lo ha visto desde hace semanas. Le esperaban en Puebla y Ciudad de México; tenía planes al otro lado del charco y pensaba terminar su gira en Madrid. Pero Ismael Serrano no ha podido acudir a sus citas ni cantar a sus fantasmas. El viento ya no le lleva. Hace un mes y medio que solo se conecta a la vida pública a través de una pantalla. Pasa su tiempo guionizando futuros conciertos, tramando espectáculos con su mujer, Jimena Ruiz, y escuchando canciones infantiles con su hija Lila. La niña opina que llama demasiado a sus amigos, quizá porque está preocupado por muchas personas a la vez. Cuando puede deslizarse entre los libros acude a la ciencia ficción o a la novela histórica, donde detecta inquietantes paralelismos políticos. De cuando en cuando aparece una canción, pero no sobre el confinamiento: sobre la vida que nos espera a la vuelta de una esquina que aún no alcanzamos a ver.

 

¿Cómo te ha afectado esta situación, a nivel profesional?
A nivel profesional me ha tocado cancelar bastantes conciertos: teníamos recitales a la venta en Madrid y en diferentes ciudades de México, así como el proyecto de una gira por varios países de Latinoamérica. Todo ha quedado suspendido de manera indefinida. Lo peor es no poder hacer planes: la gente de la música, de la cultura, de las artes escénicas, fuimos los primeros en cerrar y seremos los últimos en abrir. Pienso en multitud de compañeros, amigos, técnicos, productores, que no saben cuándo van a volver a trabajar. Los meses que vienen se presentan muy duros y corre el peligro de descoserse un tejido cultural y laboral que tardará en recuperarse más o menos en función de las ayudas que reciba. Es urgente atender a la tragedia del sector, que como tantos otros merecerá el cuidado de la instituciones en estos tiempos de crisis.

 

¿Y a nivel personal?
A nivel personal me toca vivir lo mismo que a casi todo el mundo: la inquietud de estar lejos de mi familia (padres, hermanos, sobrinos, amigos), la imposibilidad de ayudar a la gente que quiero como me gustaría, la preocupación por quienes están pasando la enfermedad, el dolor de no poder despedir a quien ha fallecido, de no poder acompañar en el duelo a amigos muy cercanos…

 

¿En qué ciudad estás, y cómo estás combatiendo esta situación de encierro? Me refiero tanto a la actitud como a las herramientas.
Estoy en mi casa, en Madrid, sobrellevando el encierro como puedo, apoyándome en la gente que amo, colgado del teléfono para saber de mis amigos (según mi hija Lila, demasiado), jugando con Lila a todo lo que se nos ocurra, escribiendo, componiendo, trabajando en mi futuro disco junto con mi arreglista habitual, Jacob Sureda, con quien he coproducido mis últimos trabajos. Nuestra idea era editarlo a principios del año que viene y seguimos con esos planes. Ojalá podamos empezar la gira cuanto antes. Tengo en mente ahondar en la parte más teatral de mis puestas en escena, de los guiones con los que hilo las canciones sobre el escenario. Serán conciertos muy especiales y escribo mucho al respecto. También trabajo con Jimena en nuestro proyecto de música infantil, ideando nuevos espectáculos y colaborando en la grabación de vídeos para su canal. Trabajar ayuda a ordenar la mente, a hacer planes…

 

En lo creativo, ¿te inspira o te paraliza esta situación?
Me inspira. Pero no para escribir sobre la tragedia que nos toca vivir. Es extraño. Me cuesta escribir sobre el confinamiento. Me da algo de pudor, como si eso supusiera ponerme en el centro del relato cuando no me corresponde. Escribo sobre otras cosas: sobre la vida que nos espera congelada por el encierro. Sé que esas canciones llegarán. Pero no sé por qué extraña razón me parece indecoroso cantarle en este momento a esto. Quizá porque uno anda obsesionado por no romantizar una situación que resulta lamentable. O porque me parece más urgente hablar de lo que nos espera, de lo pendiente, de lo que dejamos aparcado y que regresará, más pronto que tarde. De cómo será o ha de ser la vida tras esto. No digo que tenga que ser así. Digo lo que a mí me pasa y me temo que es algo irracional. Quizá el trauma sea para mí aún algo reciente y tenga que dejar reposar tantos sentimientos encontrados.

 

¿Qué libro, qué disco y qué película y/o serie te han hecho — o te están haciendo— más llevadero el confinamiento?
Soy un friki que acude a la ciencia ficción cuando necesita literatura de escape. Así que ando leyendo una novela antimilitarista que se llama La brigada de la luz de Kameron Hurley que me está gustando bastante. Me leí Historia de Irene de Erri De Luca, que siempre es un bálsamo, y estoy empezando también M., el hijo del siglo, una novela sobre la ascensión de Mussolini escrita por Antonio Scurati. Con Lila escuchamos los discos de Luis Pescetti, un maravilloso autor argentino de canciones infantiles para toda la familia. Tiene unos directos colgados en Spotify que son tronchantes. Se lo recomiendo a quienes busquen algo de música diferente para niños y niñas.

 

En esta situación tan crítica, ¿qué conclusiones estás sacando de nuestra sociedad y de ti mismo, como individuo?
Creo que el aprendizaje se evalúa con la perspectiva del tiempo. Uno quizá ha aprendido que somos frágiles: nos creíamos invulnerables, eternos, y este virus revela nuestra debilidad. Quizá esta situación retoma la necesidad de escribir aquellos grandes relatos que el posmodernismo despreció. Se revaloriza el bien común, la necesidad de establecer vínculos solidarios para salir de la pandemia. También se pone de manifiesto nuestra capacidad para asumir las grandes responsabilidades que el Estado deposita en nosotros al obligarnos al confinamiento. No son solo las herramientas coercitivas del Estado las que han hecho posible el encierro, también ha sido gracias a nuestro compromiso cívico. Han asomado las miserias políticas de los habituales en este país: aquellos que con mirada cortoplacista buscan el rédito electoral, tratando de patrimonializar el dolor, sin importarles el descrédito a las instituciones. Nada nuevo. Pero ahora es más hiriente que nunca. Decía Pessoa que la poesía consiste en otorgar a lo cotidiano el misterio de lo desconocido. Mucho de lo cotidiano resulta novedoso en estos tiempos, así que algo de poesía tiene. Y hay heroicidades en el día a día que te reconcilian con el ser humano, gente que de manera altruista se juega el tipo por ayudar a otros. Eso ocurre todos los días. No sé. Leyendo las respuestas según las escribo todo parece grandilocuente y vacío. Esta pandemia nos lleva a ponernos solemnes. Y a sentirse muy pequeño.

 

¿Cómo imaginas que acabará todo esto?
No lo sé. La Segunda Guerra Mundial trajo una enseñanza, aunque algunos han tratado de que la olvidemos con el paso del tiempo. Sobre los escombros de Europa se cimentó el Estado del bienestar. ¿Por qué no podemos pensar que ahora toca su refundación? La mayor parte de los economistas neoliberales serios están cayendo en la cuenta de que se necesita del Estado para levantar las economías y para hacerlas sostenibles de tal manera que podamos afrontar las futuras crisis más fuertes. Ni qué decir tiene en cuestiones que tienen que ver con la sanidad pública. Otra cosa son los frikis de siempre, que no dan su brazo a torcer porque sería reconocer que han estado toda su vida equivocados, fundamentalistas del turbocapitalismo y sus leyes del mercado. Aunque, atención, lo que nos enseña también una historia como la de M., el hijo de un siglo, es cómo la gente mediocre, de manera insospechada, llega al poder para traer el desastre imponiendo el fascismo. Esa gente también anda al acecho.

 

¿Qué piensas hacer cuando todo esto acabe?
Abrazar más. Retomar los planes. Brindar con amigos. Pasear con Jimena y con Lila por Madrid. Volver a los escenarios. Perdonen la cursilería: soñar con el fin del confinamiento lo permite.

Anterior entrega de La otra vida: Rubén Pozo no va a escribir el himno de esta cuarentena.

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