La gira espectral de Roy Orbison

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COMBUSTIONES

 

“No todo son detritus, pero han tomado el escenario principal mientras propuestas más originales, emocionantes y necesarias tiritan bajo las estrellas”

 

El mismísimo Roy Orbison es el próximo protagonista de una idea rocambolesca: hacer giras con el holograma de un músico fallecido. Julio Valdeón reflexiona sobre este tipo de iniciativas, que empiezan a ser menos puntuales de lo que parece.

 

Una sección de JULIO VALDEÓN.

 

Roy Orbison murió hace treinta años. Lo despachó un infarto. Con 52 años. En casa de su madre. Después de pasar el día jugando con sus hijos. Venía de rodar el video de ‘You got it’. Himno vitaminado, sonriente y nostálgico al mismo tiempo, con que el que abría el fabuloso “Mistery girl”. Un disco tan arrebatador que incluso aprovechaba para bien, sublimándolos, los habituales excesos sónicos del barroco Jeff Lynne. Acababa de regresar, gracias a los Traveling Wilburys y al empeño del propio Lynne, Tom Petty, y el resto de amigos, a la cumbre de una cultura, la del rock and roll, amamantada con rabia y oportunidades de posguerra y pósters de Marlon Brando. Un mundo reciclado años más tarde por toda una generación que iba de George Lucas a David Lynch, de Bruce Springsteen a Elvis Costello. En la que Orbison ejerció de deslumbrante y melancólico cometa. Armado con una voz operística, unas guitarras curruscantes, unos arreglos cromados y, en definitiva, unas canciones que, lo dijo el de muchacho Nueva Jersey, nacieron para mecer la huida del solitario. Ese fue Orbison. Uno de los grandes. Uno de los nuestros.

Pues bien. La noticia, después de que en 2017 se publicara una peripuesta e intrascendente revisión de su cancionero clásico acompañado por una orquesta sinfónica (o sea, el clásico resucitado con el dopaje culturalista de la Royal Philarmonic Orchestra), es una gira, “In dreams: Roy Orbison in concert. The hologram tour”. Sí, han leído bien. Una gira donde al holograma de un Orbison guapeado de traje marengo y flecos, armado con su Gibson es-335 colorada, lo acompañan un grupo y una orquesta reales.

La cosa, el invento, ¿el engendro?, tiene detrás a los herederos del artista y a unos respetados empresarios del Las Vegas. Entre otras cosas son los promotores de los espectáculos del Circo del Sol. Entrevistado por Dan Solomon para el Texas Monthly, Marty Tudor, uno de los dos padres del invento, celebra su descomunal éxito. Estuvieron de gira por el Reino Unido, donde Orbison mantuvo su popularidad incluso durante los años aciagos, los setenta y buena parte de los ochenta. En EEUU también funciona como un tiro. “El público bailaba en los pasillos”, cuenta. “Cantaban con las canciones, y lo más importante, al final de cada canción, aplaudían. Aplaudían una proyección que no puede apreciarlo. Lo he visto cientos de veces ahora. Conozco cómo se hace al milímetro, y aún así mi mente lo acepta como real”.

El holograma, generado con un caño láser de uso militar con la capacidad de agujerear una pared, debería de servir como banco de pruebas para experimentos incluso más ambiciosos. ¿Qué tal un concierto en el Kennedy Center con John Coltrane y Charlie Parker acompañados por Wynton Marsalis? ¿Reunir de nuevo a los Highwaymen y que Willie Nelson y Kris Kristofferson canten junto a las imágenes generadas por ordenador de Waylon Jennings y Johnny Cash? Desde luego, y como dice Solomon, estoy le daría un nuevo significado a ‘Ghost riders in the sky’. De modo que más vale asumirlo. Habrá giras de fantasmas, películas con resucitados y hasta festivales de varios días que mezclarán monólogos shakesperianos de Charles Laughton y apoteósicos conciertos en los que Bunny Livingston volverá a maravillarnos en compañía de Bob Marley y Peter Tosh. Laughton no dirigirá nada nuevo, no habrá un segundo capítulo tras “La noche del cazador”, y tampoco habrá continuación de ‘Soul rebels’, pero qué quieren. Vivimos la era del sucedáneo, la jibarización y el meme memo. No todo son detritus, pero han tomado el escenario principal mientras muchas de las propuestas más originales, emocionantes y necesarias tiritan bajo las estrellas, y eso, amigo, suena poético pero no deja de ser la puta calle.


Anterior entrega de Combustiones: Mark Knopfler, la estrella reticente.

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