La estafa de la vida adulta, de Luis Prado

Autor:

DISCOS

«Coqueta y excelsa opereta pop en la que, como siempre, la genialidad creativa e interpretativa de Prado convive a la perfección con unas letras próximas y ocurrentes»

 

Luis Prado
La estafa de la vida adulta

OSADÍA EDICIONES / MALDITO RECORDS, 2024

 

Texto: CÉSAR CAMPOY.

 

La tremenda adicción que provocan las creaciones del músico valenciano tiene truco. Truco del bueno. Melómano empedernido, desde joven supo sacarle un partido extraterrenal a su condición de niño prodigio del piano; a ese virtuosismo clásico de la sonata vertiginosa que, llegado el momento, acabó fusionándose con aquellas primeras referencias esenciales: The Beatles, The Kinks, The Who, los Stones… mientras en lontananza le esperaban Randy Newman, Elton John y Stevie Wonder.

Desde sus inicios, sobre él planeó la sombra de Ben Folds Five, pero coetáneamente a los estadounidenses, allá por mediados de los noventa en The Flauters, Prado ya demostró con creces que su personalísima manera de bucear en el piano rock podía ser capaz de articular magnas obras como “Estúpido domingo” o “Quiero estar mal”. Vamos, que a Luis le viene de lejos lo de idear soberbios sonidos, además, abrazados en inspiradísimos textos rebozados de perspicaz ironía, surrealismo, emoción, ternura y costumbrismo. Unos textos que lo convierten en una suerte de Woody Allen mediterráneo compartiendo mesa con Forges, Tip y Coll, Cuerda, Berlanga y Azcona.

Con todo esto, La estafa de la vida adulta (su primera referencia no publicada por la recientemente finiquitada Hall of Fame) se veía venir. Lo apuntado y desarrollado, a lo largo de sus casi tres décadas de trayectoria, en los propios The Flauters, Señor Mostaza y, por supuesto, en solitario; esa bella capacidad para devenir cronista del tiempo que le ha tocado vivir, para incorporar rostros contemporáneos (Garci, Arkonada, Zaplana, Ana Blanco, Miguel Bosé, Jaime Peñafiel, Quique de Verano azul) y espacios comunes a sus creaciones (la Ciutat de les Arts i les Ciències, el Euromed, su sempiterna Mercadona), para desmenuzar frustraciones, complejos, alegrías y sinsabores del ciudadano medio… Todo ello debía acabar capitulando (no sabemos si cerrando un círculo) en esta coqueta y excelsa opereta pop en la que, como siempre, la genialidad creativa e interpretativa de Prado convive a la perfección con unas letras próximas y ocurrentes que, en esta ocasión, construyen el día a día de ese paisano corriente que apuntábamos. Llámenle como quieran, por ejemplo, Pedro Ferris. Pedro acaba de abrazar, resignado, los cincuenta. No le ha ido del todo mal en la vida pero, posiblemente, ahora que sabe que ya no va a doblar años, comprueba que no todo ha acabado saliéndole como imaginaba décadas atrás.

Y así, desde esa madurez que se le supone (pese a que él sigue viéndose como un treintañero inseguro), Ferris recapitula, y en un momento de euforia, envuelto en fastuosos coros, pizpiretos Rhodes y celestiales Hammonds, intenta autoconvencerse de que, al fin y al cabo, tampoco le ha ido tan mal (“Moderadamente bien”); aunque pronto cae en la cuenta, inspirado en unos Supertramp tocados por Chopin (“Modo hater”), de que la mayoría de los seres humanos que le rodean se comporta de una manera tan estúpida como banal, que nadie le entiende (“Últimamente”).

No obstante, Pedro siempre buscó en la música una tabla de salvación, y decide abrazarse a la ELO más efectiva, aquella que tiraba de emotividad a raudales, horizontes siderales y vocoder, para consolarse y ver el futuro con cierto optimismo (“Todo se va arreglando”), pese a que en muchas ocasiones se dejó llevar por la corriente (“La magia en un momento”) y acabó por resignarse y comprobar (esa beatleliana “Trate de encajar”) que, al fin y al cabo, se está más seguro camuflado entre la multitud; que no merece la pena luchar (“Deja de intentarlo”). Ferris ha recibido, a partir de una certera bofetada de ragtime, un tremendo baño de realidad (“Tú y yo sabemos”). Es hora de aceptar lo que el destino te ha deparado y asimilarlo (esa mini opereta dentro de la opereta, que da título al disco). Cae la tarde, y Pedro regresa a su pequeño apartamento, se sienta en su sofá Linanäs y trata de mitigar su frustración con su canción preferida del último disco de Luis Prado. El vello se le eriza cuando escucha la soberbia ambientación agridulce que rezuma “Has vuelto a equivocarte”: «A veces nada sale bien, y qué vas a hacer…».

Anterior crítica de discos: Evolución, de Los Deltonos.

Artículos relacionados