A un gancho de la gloria, de Carlos H. Vázquez

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«Dieciséis vidas como dieciséis soles y dieciséis ocasos. Han sido capaces de lo mejor y de lo peor, como se ve en todas estas historias, perfectamente documentadas y subrayadas con las voces de Quique González, Bunbury o Calamaro»

 

Carlos H. Vázquez
A un gancho de la gloria
EFE EME, 2024

 


Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Con el boxeo, y con los toros, tengo una relación ambivalente. Entiendo que son espectáculos de masas, pero que esconden una pulsión de carácter primigenio. Así que, si uno se desliza tras el fervor popular y tras la técnica, encuentra algo estremecedor, brutal, una emoción que parece de mito, del principio de los tiempos. Algo que es el hombre en sí, que es su naturaleza. Sin embargo, no me gusta que existan, ni uno ni otro.

Lo que sí me gusta es lo que se escribe sobre ello, como el reciente A un gancho de la gloria, el nuevo libro de Carlos H. Vázquez, guionista y reportero que ha evocado a dieciséis de las figuras más relevantes de este deporte en nuestro país, figuras que en la actualidad han dejado de ser populares, no digamos públicas, para pasar, por el ostracismo a las que les someten los medios, a ser unos absolutos desconocidos. Todo el mundo de una cierta edad en este país sabe quién fue Urtain, pero pocos conocen a Kiko Martínez.

Cuesta creer que los boxeadores hubieran tenido la presencia que han tenido en televisión —con entrevistas estelares—, periódicos, salas de cine o de concierto, porque algunos incluso llegaron a grabar discos. Eran de lo más pop que había. Y no solo como carne de cañón mediático, sino también como deportistas. El boxeo era más valorado que cualquier otro deporte, España se paraba ante un buen combate de boxeo. Como muestra un botón: la víspera de la ejecución de Puig Antich, el gobierno —cuando podía ordenar un Barça-Madrid perfectamente— programa un combate de boxeo entre Urtain y King Roman para atenuar las posibles manifestaciones.

Así, aparece nuestra primera estrella, Paulino Uzcudun, cantado por Hemingway o Vladimir Nabokov, su amistad con Al Capone, y su vida llena de leyendas, para pasar de capítulo, años después, a José Legrá, quizá el primer ídolo pop, con películas o apariciones en programas de audiencia masiva tras colgar los guantes. Caso diferente es el del malogrado Urtain. Fue el mayor ídolo de la población española y se convirtió en un juguete roto. Pasó por la lucha americana, por la depresión, el whisky y las deudas. Le habían cortado la luz y le iban a embargar. Su vuelo desde el décimo piso de su edificio fue el del ángel caído.

Sigue con Alfredo Evangelista, el uruguayo que venció a Urtain y le empezó a arrimar al lodo. Evangelista llegó a Estados Unidos en loor de multitudes y luchó contra Muhammad Ali, pero en los años noventa ingresó en la cárcel, aquejado del virus que acechaba a todos. Gastaban más de lo que ganaban. Y ganaban mucho.

Caso contrario fue el de Pedro Carrasco. Este sí que fue habitante de papel cuché, aunque se inició en el boxeo de manera casual, en Brasil. ¿Creerán que entonces un boxeador superaba en fama a un futbolista? Incluso, el día de su boda superaba en fama a su mujer, Rocío Jurado, aunque la música preferida por todos los boxeadores es el rock, como el que motivaba a Perico Fernández, que aparte de hacer cine, también publicaba discos. Acabó su vida de manera bohemia, entre artistas y noche. Dormía en un burdel cuando las prostitutas acababan su turno. Un simpático loco al que no se le ocurre otra cosa un día que coger un coche desde Zaragoza hasta Madrid con el intento de acercarse a La Zarzuela para saludar al rey.

Hay más, Dum Dum Pacheco, que fue también legionario y macarra de barrio a finales de los años setenta, un delincuente juvenil de cine quinqui. También hizo varias películas. Y el último héroe de la edad dorada, el titán del extrarradio, fue Poli Díaz, que coincide con el veto al boxeo en los medios de comunicación, así que, a partir del él, nuestros campeones de Europa y del mundo no son conocidos.

Son dieciséis vidas como dieciséis soles y dieciséis ocasos. Han sido capaces de lo mejor y de lo peor, como se ve en todas estas historias, perfectamente documentadas y subrayadas con las voces de Quique González, Bunbury o Calamaro, y alusiones a películas y libros que tienen como tema el boxeo, libros a los que se añade, como un volumen más del canon, este magnífico A un gancho de la gloria.

Anterior crítica de libros: Había del verbo a ver, de Ánjel María Fernández.

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