“La desesperación de los simios… y otras bagatelas”, de Françoise Hardy

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LIBROS

“Un relato emocionalmente denso que se alza como un auténtico streaptease personal”

 

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Françoise Hardy
“La desesperación de los simios… y otras bagatelas”
EXPEDICIONES POLARES

 

Texto: JAVIER DE CASTRO.

 

Bajo este curioso título y prologado por nuestro compañero en Efe Eme Diego A. Manrique, nos ha llegado la autobiografía de Françoise Hardy de la mano de la editorial donostiarra Expediciones Polares, la misma que editara el año pasado un libro, también magnífico, sobre el gran Serge Gainsbourg.

La que fuera una de las divas rutilantes del ye-yé francés, por obra y gracia de la discográfica Vogue y de la revista juvenil Salut les Copains, nos ha regalado un relato emocionalmente denso y que se alza como un auténtico streaptease personal. Más allá de las típicas biografías del famoso de turno, escrita con la ayuda de algún periodista amiguete, y que destilan bondad además de altas dosis de auto-complacencia, ésta que nos ocupa resulta impresionante desde todos los puntos de vista por su desgarradora sinceridad.

El hilo conductor, cómo no, es su carrera musical, aunque ello es solo la excusa para ir explicando todo lo que alrededor de su vida personal y profesional se fue dando, haciendo especial hincapié en sus relaciones familiares, amorosas, de amistad y artísticas. Obviamente, destaca su extremadamente compleja relación de pareja con el también músico y actor Jacques Dutronc, uno de los enfants terribles franceses surgidos en la década de los sesenta, y del cual la pobre Françoise quedó prendada justo cuando la relación con su primer novio, el ya entonces reconocido fotógrafo Jean Marie Pérrier, empezaba a hacer aguas.

El «amor fou» entre Hardy y Dutronc y sus muchos vaivenes, digno de un argumento de culebrón, es el auténtico nudo gordiano de toda esta historia. Gracias a este relato, sin duda, muchos seguidores de Françoise hemos conocido por primera vez algunos detalles increíbles que han ilustrado esa relación durante el casi medio siglo que ha durado (¿y dura?) y no podemos por menos que sorprendernos hasta qué punto el aguante de la cantante parisina ha llegado a extremos de auténtico estoicismo. El hecho de haber tenido un hijo en común, el también músico Thomas Dutronc –un estilista tardío de la guitarra manouche, que aprendió a tocar su instrumento cumplidos los dieciocho– sirvió como excusa necesaria para que la «liaison» entre la creadora de ‘Tous les garçons et les filles’, ‘Soleil’ o ‘Message personel’ y el autor de ‘Les Cactus’ o ‘Mini, mini, mini’ se mantuviera más o menos duradera que no estrecha, pese a compartir hogar y casa veraniega, sin ejercer como matrimonio efectivo al uso.

 

 

Un análisis aparte merece todo lo acontecido con Madeleine, su madre, mujer durísima en el trato y siempre agobiante, pero que a pesar de todo recurrió a su famosa hija para que le gestionara la eutanasia y con Michèle, su hermana menor esquizofrénica. La evidente relación de amor-odio con ambas y el hecho de haber sido hija ilegítima de un hombre casado –y homosexual salido del armario tardíamente– serían, quizás, parte de la explicación de muchas de las inseguridades vitales de Françoise y, por qué no, también, la razón de que su tortuosa trayectoria de encuentros y desencuentros con Jacques aconteciese, como nos explica con todo detalle en esta autobiografía.

Resulta muy sugerente y relevante la descripción que hace del entorno musical que le ha tocado vivir. Desde los glamourosos años de la década prodigiosa en los que se relacionó con la crème de la crème del star system del momento, por supuesto todos sus paisanos –desde la parejita Johnny Hallyday y Sylvie Vartan hasta su amigo Serge Gainsbourg, pasando por Claude François, Eddy Mitchell, Sheila, Richard Anthony, Antoine, Michel Polnareff, etc.– sobre los que habla sin tapujos, en positivo o negativo según corresponda, pero también los grandes estrellones internacionales como Beatles, Stones, Bob Dylan y todo aquel que se acercó a ella con buenas o malas intenciones… ve a saber. Hardy habla de ellos de manera del todo desmitificadora, explicando las diferentes circunstancias que vivió junto a unos y otros, y desvelando en algunas ocasiones anécdotas absolutamente impagables. De las décadas siguientes destacan episodios junto a cantantes como Mireille, France Gall, Julien Clerc, Véronique Sanson y a productores y arreglistas como Gabriel Yared, Michel Bernholc, Alain Lubrano, Fabrice Nataff o, sobretodo, Michel Berger, y experiencies musicales sorprendentes con ella y gentes como Iggy Pop, Damon Albarn o Benjamin Biolay como protagonistas.

También desfilan por el relato personajes de otros ambientes que ella frecuentó como la moda –Courrèges, Saint Laurent, Paco Rabanne– de los que fue en algunos casos top-model preferida y hasta musa. El arte, con varios episodios junto a Salvador Dalí, que la convidó más de una vez a su casa de Cadaqués. Y también del cine que, sin lugar a dudas, fue todas sus experiencias profesionales la menos satisfactoria, con apenas media docena de películas, pues según confiesa acabó hasta el gorro de la tontería de algunos de los directores con los que tuvo que trabajar –recuerda con especial desagrado a John Franquenheimer del filme “Gran Prix”–  y de compañeros de reparto que a partes iguales le aportaron cosas buenas y otras no tan buenas.

Al margen de un repaso pormenorizado por los treinta álbumes editados durante su medio siglo largo de carrera musical, de los que nos aporta muchos detalles sobre su forma de concebir la profesión musical además de explicar el trabajo en el estudio y su relación con las gentes que trabajaban junto a ella en él, de la lectura del libro se extrapolan su técnica compositiva y como escritora de lestras de canciones y el miedo escénico que siempre la atenazó, renunciando prácticamente, ya en los ochenta, a subirse a los escenarios para cantar en directo y aceptando solo programas de televisión o radiofónicos donde no tenía que exponerse tanto.  Nos ha quedado claro de todo su bagaje discográfico que la Hardy repudia, pese al gran éxito que cosechara con ellas, muchas de sus primeras grabaciones por considerarlas a nivel de producción demasiado pobres, prefiriendo álbumes posteriores de los setenta y ochenta sobre los que tuvo mucho más control artístico y posibilidad de escoger a sus colaboradores, posibilitando que siempre diese pasos hacia adelante y no estancarse artísticamente jamás.

De las facetas más reveladoras de la personalidad de Françoise Hardy de las que poco o casi nada habíamos escuchado comentar con anterioridad, están su gusto por la astrología, la cartomancia o la grafología, que practicó “en la intimidad” durante años, llegando a presentar espacios radiofónicos o televisivos relacionados, además de por disciplinas como la filosofía y la psicología de las que fue ferviente lectora siempre, con el único fin de entenderse mejor a sí misma y auto-ayudarse.

El resumen de este viaje apasionante, de lectura obligada, por la vida de aquella cantante pop, bellísima en sus momentos de máximo esplendor juvenil y que ha logrado envejecer con una dignidad apabullante, habiendo enamorado bucólicamente a varias generaciones –un servidor incluido–, sería el retrato sin concesiones y con la máxima sinceridad de una estrella anti-estrella, contradictoria y llena de complejos e inseguridades, pero que logra, pese todo, parecer entrañable y cuya vida, visto lo visto, se nos antoja digna de película.

Anterior crítica de libros: “Bullitt. Un policía llamado Steve McQueen”, de Luis Aragón e Iván Gómez.

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