La complicada encrucijada de Pixies

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«La duda es si ellos mismos necesitaban un nuevo disco para seguir manteniendo con vida la leyenda sobre el escenario»

 

¿Cómo afrontar el presente teniendo un pasado tan legendario como el de Pixies? La banda se enfrenta a ello en su nuevo disco, Beneath the eyrie, que analiza aquí Fernando Ballesteros.

 

Pixies
Beneath the eyrie
BMG/INFECTIOUS, 2019

 

Texto: FERNANDO BALLESTEROS.

 

Controvertido asunto el de las segundas partes, tanto, que dice el refranero que nunca fueron buenas. Olvidando prejuicios —bueno, tratándolo— intentaremos zanjar la cuestión del nuevo episodio discográfico con el que continúa la carrera de los Pixies. Recordemos rápidamente que su trayectoria hasta su separación en la primera mitad de los noventa nos dejó cuatro discos sublimes, una carrera intachable, personal, difícilmente comparable con ninguno de sus coetáneos e inspiradora para muchos que empezaban o habían comenzado unos años antes a dar sus primeros pasos en las movidas aguas de lo alternativo. Pero ellos no se llevaron la parte del pastel que merecían y volvieron.

Aquella vuelta, una década más tarde, se saldó primero con giras, conciertos en los que demostraban que podían seguir siendo una auténtica apisonadora sobre las tablas. Munición no les faltaba. Dos decenas largas de canciones descargadas sin apenas un «buenas noches» que hacían levitar al fan más escéptico, que se olvidaba con facilidad de los años pasados, de los kilos de más y de que aquellas giras podían tener más de «vengo a recoger mi parte» que de inquietud artística. Daba igual, vivíamos felices.

Pero entonces llegaron los discos. Hubo que esperar hasta 2014 para que aquello se convirtiera en realidad y, desde entonces, ya van tres elepés. Y la pregunta hoy, con Beneath the eyrie en la mano y tras varias escuchas, no es ya si el mundo necesitaba un nuevo disco de los de Boston. No, seremos más modestos, no es cuestión de tirar por elevación, la duda es si ellos mismos necesitaban un nuevo disco para seguir manteniendo con vida la leyenda sobre el escenario. Y el debate no parece ser cosa, unicamente, de críticos con el ceño fruncido y fans que se aferran al pasado. Esa tensión, de hecho, la barajaron ellos mismos, pues tardaron diez años en madurar aquel paso. Y no hubo unanimidad porque en 2013 Kim Deal, que no era partidaria de volver al estudio de grabación, dijo «hasta aquí hemos llegado» y se bajó del barco.

Vaya por delante que ni Indie cindy ni Head carrier estuvieron siquiera cerca de reeditar los logros del pasado, así que sería más justo si comparamos este nuevo álbum con aquellos dos intentos de reverdecer laureles y nos olvidamos de Doolittle o Surfer rosa, porque aquella era otra liga. Una inalcanzable no solo para los duendecillos, ya maduros, sino para el 99,9 por ciento de los grupos del planeta.

Porque aquellos Pixies, los de la mezcla explosiva, los del coctel de ciencia ficción, ovnis, surrealismo, religión y mil ingredientes que podrían parecer de difícil digestión, salían victoriosos por k.o. Aquellas cuatro mentes vivían en el mundo que recreaban, al menos daba la impresión de que su cabeza estaba allí. Los de hoy son cuatro músicos más que solventes que tiran de talento y oficio para hacer excursiones a aquellos territorios, y lo hacen con más o menos éxito. Es lo que tiene algo mágico: dura lo que dura, y lo de los Pixies se acabó en Trompe le monde. Nada más terminar aquello, la carrera de Black Francis — rebautizado como Frank Black— comenzó a arrojar frutos más que disfrutables y, sin embargo, había una palabra «normal» que nos golpeaba. Atrás había quedado aquello tan único que hizo especiales a los Pixies. Y dio igual, porque el vocalista nos entregó más de una decena de discos que superaron el notable, sin complejos y caminando desde el rock and roll al folk sin pestañear. Porque nunca le ha faltado el saber hacer. Eso que quede claro.

Pero revivir la marca madre es otra cosa, y esa es la vara de medir de la que hay que echar mano para enfrentarse a Beneath the eyrie. Vendido por las voces más optimistas como una vuelta a aquel pasado glorioso, el álbum se presenta ligeramente superior a sus dos precedentes. Joey Santiago y David Lovering siguen cubriendo las espaldas del líder ya único, porque sin Kim en la nave, la argentina Paz Lenchantin ocupa su puesto y, por momentos, casi convence.

¿Y las canciones? Pues miren, hoy nos detenemos menos. Vaya por delante que no van a trascender y que si el objetivo de una grabación como esta es renovar el repertorio de las giras para revitalizarlo, la respuesta de muchos fans será pensar qué temas del cancionero tradicional se han quedado fuera del repertorio del concierto para dar cabida a los nuevos títulos. Los singles ya adelantados, «On graveyard hill» y «Catfish Kate», hacen gala de estribillos que caen bien de primeras. Las temáticas recuerdan por momentos a las de tiempos pretéritos y da la impresión de que el grupo se mueve a medio camino entre desmarcarse de sus logros del pasado y aferrarse a ellos como a un clavo ardiendo. En esa indefinición, el disco, grabado en las afueras de Nueva York en una Iglesia de finales del siglo XIX, captura en palabras de Black Francis un ambiente de película de terror que, se ve reflejado en algún momento como los de «This is my fate» o «Los surfers muertos», con Paz echando mano del idioma español en otro guiño al pasado.

En los surcos del disco encontramos también la energía de «Long rider» que, por momentos recuerdan a la grandeza de los Pixies clásicos, y la pausa, marca también de la casa, de «Ready for love» y «Silver bullet», buenas canciones que demuestran que sigue habiendo inspiración en la cabeza de Francis. El desmadre de «St. Nazarie» o la clase de «In the arms of Mrs. Mark of Cain» —de nuevo referencias bíblicas— nos recuerdan que el que tuvo retuvo y la última brilla como lo mejor del lote.

Al final la sensación es que se agradece el esfuerzo aunque no hiciera falta, y el disco, sin estar a la altura de sus clásicos porque eso es imposible, se despega por momentos del aprobado raspado, aunque vuela bastante lejos del notable. Vaya, que no le mira a los ojos a los de aquellos maravillosos años, pero tampoco va a sonrojar a sus fans como ha ocurrido en tantos otros casos de segundas partes de cuyo nombre es preferible que no nos acordemos.

Y sí, hoy vamos a reventar la máquina de detectar tópicos de reseña, pero aunque las comparaciones tengan mala prensa, si no lo suelto reviento. Siendo tan delicada la relación entre Deal y Francis, no me resisto a recordar que las Breeders volvieron el año pasado y su disco All nerve, reseñado aquí, le gana a este Beneath the eyrie por goleada. Tenía que decirlo.

 

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