La caída, de Antifan

Autor:

DISCOS

«Sintetizadores, música de club de barrio suburbial, pop, rock y un aire canalla y desenfadado»

 

Antifan
La caída
SONIDO MUCHACHO, 2023

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Antifan es un grupo madrileño. Esa es la única constatación. Todo lo demás —su música, su actitud— va surgiendo a medida que la escuchas, cambiando a cada segundo, añadiendo material extra que complementa a las canciones, que parecen ser una mera excusa para crear estos otros materiales. Materiales curiosos e interesantes que sustentan un disco que —segunda constatación tras escucharlo— resulta fascinante.

Ya la primera canción, “Chico, no es un buen negocio”, da el tono de todo el disco. Esta apertura, y el resto, son canciones cuidadísimas y audaces, pulidas en sus arreglos y su estructura. Vuela la canción con un colchón instrumental perfecto, con guitarras que escapan y otras que asientan firme el tema para dejarlo adherido sin remedio a la piel.

“Despierto lejos” acrecienta la libertad creativa y, sobre una base estable, desarrolla cambios de ritmo, volantazos que la acercan en ocasiones a la banda sonora de un pub de los ochenta y, en otros momentos, a El Niño Gusano. También se acercan, pero con un aire más pop, en “Retrocediendo”. Siguen ochenteros —a la par que potentes— en “(No) sigas mis pies”, con teclados synthpop cada vez más alocados, más desbordados, sin freno. Desmelene orientado al desenfreno en una canción que te arrastra. Llegan incluso a aliarse con esa parte más experimental de la década en “La caída”, que da título al disco y lo enlaza con la parte extramusical. Tras analizar las canciones lo veremos.

Aparte de la zona ochenta, hay otra mucho más oscura en “Sisifo”, que conecta con la música progresiva de los grupos de los setenta, tanto como con los Depeche Mode más industriales de mediados de los noventa. Oscura, pero también obsesiva —como obsesiva es “Podemos ser igual”, pero mucho más melódica—, con un muro sonoro angustiante detrás, es “Fluss”. Y oscura es también “Volver a empezar”, pero con arreglos naïf, muy abstractos también y, sobre todo, potentes.

La que se aparta de estas dos direcciones es “Honestamente”, una especie de arrebatado delirio crooner, pasional, perfectamente sentimental, que te deja sin aliento cuando concluye con su parte electrónica integrada perfectamente en el andamiaje orgánico. Y, sobre todo ello, hay canciones orgánicas, con autotune, cercanas a Ciudad Jardín o PIL y producidas con un filtro de rap.

Es su tercer disco, tres años después del anterior. Desde el hip hop pasaron al pospunk y la siguiente estación, en este, es hacia los sintetizadores, la música de club de barrio suburbial, el pop y el rock y un aire canalla y desenfadado, no muy lejano tampoco de C.Tangana, con quien colaboraron en sus inicios.

El disco es una conversación con un libro homónimo de Albert Camus, que juega con la irracionalidad y completa la trilogía que inició con El extranjero y La peste. Al mismo tiempo, han iniciado una sitcom —alejándose de la dictadura de los videoclips— en una red social, que sucede íntegramente en el bar Los Imbéciles, con imágenes y argumentos a veces absurdos, pero con una intachable coherencia en lo estrafalario. Ahí aparecen Ana Curra o el citado C.Tangana —que interpreta a un muñeco de trapo—, en situaciones llenas de diversión y momentos estrafalarios que después resultan imbatibles en el paladar, igual que el disco. Una tarta pop, al fin y al cabo, ácida y llena de sabor.

Anterior crítica de discos: The vivian line, de Ron Sexsmith.

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