La autobiografía esencial de Duncan Dhu (y sus pistas escondidas)

Autor:

«Una obra capital del pop rock español. Un álbum de los absolutamente esenciales»

 

La edición ampliada y puesta al día de Autobiografía trae de nuevo a la actualidad, más de treinta años después, uno de los álbumes esenciales de la historia del pop español.

 

Texto: JUAN PUCHADES.
Fotos: STEFAN DE BATSELIER.

 

El antaño blanco impoluto del papel ha virado hacia un amarillo viejo que, para qué engañarnos, le sienta estupendamente: es el color de los objetos vividos. Por mera curiosidad científica, hago la prueba: extraigo el primero de los dos cedés, lo introduzco en el reproductor y le doy al play. La música no se hace esperar, se escucha perfecta. Como hace treinta y un años, cuando compré Autobiografía. Todavía lo recuerdo: fue el primer álbum que adquirí en cedé, el que inauguró el primer reproductor del nuevo formato que tuve. ¡El formato del futuro!, el que nos haría olvidar para siempre los incómodos y frágiles vinilos, con su quitarles el polvo, su desgaste, sus rayaduras, su limpiar (y renovar la aguja) del tocadiscos. ¡Y qué bien sonaban (y suenan) los cedés, demonios! ¡Qué cantidad de matices podían (y pueden) captarse! Pero, ay, el futuro a veces sorprende con retrocesos inexplicables. Fíjense sino en la política nacional e internacional. No, no siempre avanzamos. En ocasiones caemos en los mismos errores del pasado.

Pero dejando atrás la nostalgia y las divagaciones personales, Autobiografía, publicado en 1989, no tardó demasiado en convertirse en obra capital del pop rock español. Un álbum de los absolutamente esenciales, de aquellos que, sí o sí, deben figurar en cualquier listado que pretenda seleccionar lo más logrado de nuestra historia musical. El puesto que ocupe en ella ya es asunto de cada cual, de su predilección. Pero tiene que estar ahí. Por lo atemporal e inspirado de sus canciones, por la calidad que las alumbra, por la interpretación, por la producción.

Ahora se recupera Autobiografía en una edición remasterizada y ampliada a un tercer disco (más de una hora de música) que incluye las maquetas de veintiocho canciones, diez de ellas completamente inéditas. Diez, sí. Es decir, Autobiografía podría haber sido un álbum de, agárrense, cuarenta canciones. Pero entre que la discográfica aceptó a regañadientes que fuera doble —grabado con presupuesto y en el tiempo de uno sencillo— y que Mikel Erentxun y Diego Vasallo, como recordó el primero en un lejano número de la edición mensual de Efe Eme, querían dar forma a su peculiar White album, el número final fue de treinta temas: el mismo que contenía la emblemática obra beatlelesca. De ese modo quedaba un guiño solo para quienes cayeran en el detalle (blanco de la portada, al margen).

Autobiografía pilló a Duncan Dhu en un momento que sería clave para su trayectoria: el del paso de trío a dúo, tras la salida de Juan Ramón Viles. Además, venían de dos elepés tan exitosos como Canciones (1986) y El grito del tiempo (1987), que los habían propulsado a las listas de éxitos y a los grandes conciertos. Sin embargo, dos años después del lanzamiento de El grito del tiempo, y cuando lo fácil habría sido publicar un álbum de diez canciones con vocación de escalar posiciones en las listas (y andaban sobrados de ellas), decidieron dar un paso atrás. Entre otras razones por el disgusto que les supuso ese disco, donde perdieron el control de la grabación, no tocaron en él y nunca se sintieron reflejados en el resultado final (que a sus seguidores, ajenos a tales cuitas, nos pareció maravilloso, pero esa sería otra historia).

Por ello, con Autobiografía, en una prueba de madurez a sus 23 (Diego) y 24 (Mikel) años, pretendían rebobinar, poner algo de orden, mostrar quiénes eran. Así, un grupo en la cima de su propio éxito optó por recular y, conscientes de que estaban en estado de gracia compositivo y de la calidad de las canciones que tenían entre manos, apostaron por grabar un álbum doble de treinta temas, con las dificultades que los dobles y tal cantidad de piezas presentan para el público menos propenso a la aventura sonora (precisamente, el de las radiofórmulas que los había aupado al éxito). Y más en una obra en la que Diego y Mikel disparaban en todas direcciones, mostrando lo amplio de su paleta: pop, rockabilly, rock, ecos de los Beatles, reflejos de la mejor Nueva Ola o soul (que impregnará todo el siguiente álbum, Supernova).

«En los dos años transcurridos de un disco a otro parece que las canciones brotaron con enorme facilidad»

Como todo buen doble, Autobiografía puede parecer que peca de exceso de información, y más con tantas canciones (no olvidemos que treinta, por entonces, serían prácticamente las que incluiría un triple). Por ello, quizá, lo mejor era, y es, tomárselo a tragos cortos para degustar plenamente la propuesta y saborear un repertorio que —al contrario de lo que asegura la leyenda de los elepés dobles— no flojea, no contiene cortes de relleno. Es más, escuchadas las diez composiciones sobrantes que ahora se nos ofrecen, perfectamente podrían haber dado lugar a un triple de cuarenta temas, sin despeinarse. Porque mantienen la alta calidad de la treintena seleccionada originalmente. Pero es que, ya se ha dicho, el dúo estaba en estado de gracia, y en los dos años transcurridos de un disco a otro parece que las canciones brotaron con enorme facilidad —principalmente a Diego Vasallo, incontenible, prácticamente febril—, con esa efervescencia pop de Mikel en las melodías (y profundidad en las letras) en convivencia con el mayor intimismo (en el que irá ahondando en futuras entregas) del inquieto Diego. Ambos inspiradísimos.

 

Londres o el poder de las canciones

Mucho se ha escrito de lo decisivo de la grabación londinense con producción de Colin Fairley y la impresionante nómina de instrumentistas en el resultado final (el grueso de la élite New Wave: el capricho que se dieron los Duncan), pero las maquetas de esta edición confirman las sospechas que algunos teníamos: las canciones estaban ahí. Todo se sustenta en ellas. En su poder y grandeza. En estas maquetas quedan patentes las intenciones, son las perfectas guías sobre las que posteriormente se construyó el disco, con los arreglos prácticamente ya diseñados desde el origen. En Londres se capturó y se pulió el sonido, se registraron las tomas definitivas, se contó con grandes instrumentistas, sí. Y sí, por supuesto, fue esencial ese grabar en directo en el estudio, tan poco frecuente en aquellos años, que dota de cuerpo, alma y vida al sonido y que fue un acierto absoluto de Fairley. De hecho, si la grabación suena como suena (y treinta años después se alza atemporal) fue gracias a su saber hacer. Pero ahora podemos practicar el juego de escuchar las maquetas de canciones como “Rozando la eternidad”, “Rosa gris” o “Entre salitre y sudor” y compararlas con las definitivas, y en ellas se confirma que Duncan Dhu sabían lo que se hacían, que viajaron a Londres con la lección aprendida, con unas maquetas solidísimas. Por supuesto que hubo cambios, añadidos, todo se amplificó, se mejoró, pero el diamante estaba tallado, solo hacía falta darle la pátina final y engarzarlo. Además, podemos darnos el lujo de escuchar “Mujer sobre papel” cantada por Diego, y “Fiesta y vino” interpretada por Mikel. Sí, no lo duden, estas maquetas tienen muchísimo valor para el aficionado.

Maquetas que, como hemos comentado, dejan diez composiciones inéditas. Algunas tan espléndidas como “El hombre del violín” o “La colina del amor”, que nos retrotraen al sonido de Canciones. O delicias como la bailable “Vapor” (¡a Vasallo los pies se le iban solos, así que no extraña que luego llegara lo que llegó!), el rock and roll de “Nombre de mujer” y “Voces de barrio”, el folk de “Mi amor” (con apunte psicodélico, es la que más apariencia de esbozo tiene, una canción muy prometedora que podrían haber desarrollado posteriormente y que no sabremos hacia dónde podría haber volado), un corte casi nuevaolero como “Rayas de seda”, con el ADN del Erentxun más pop (un mago de las melodías, a lo McCartney). Pero, siguiendo con las comparaciones, se incluye la nervuda toma primera de “Cerca del paraíso”, que acabaría transformado en tema bailable en Supernova tras aplicarle un (discutible) tratamiento de choque. Pero tampoco le aticemos a Supernova, que quizá si pudieran remezclarlo (no remasterizarlo, no: remezclarlo) podríamos apreciarlo de otro modo. También podemos escuchar “La colina del amor”, que Vasallo incluyó en el primer elepé de Cabaret Pop transformada en “Adictos al amor”: en origen era un rock and roll que Diego pervirtió con ganas en su fase vital más electrónica.

Pese a todas las alegrías que depara esta nueva edición de Autobiografía, hay que destacar que no es la definitiva: han quedado fuera los tres temas que grabaron en inglés para la edición estadounidense del álbum (en cedé, que incluía más temas que el vinilo) en el sello Sire Records: “Rozando la eternidad” (“Brushing on eternity”), “Entre salitre y sudor” (“Sweat and blood”) y “La reglas del juego” (“The rules of the game”). Un disco que se completó con la adaptación en inglés de “En algún lugar” (“A place to be”), de El grito del tiempo. Porque, por entonces, en varios países (Inglaterra, Bélgica, Estados Unidos), Duncan Dhu fue cotizado objeto de deseo, su impronta sonora clásica, fresca, sencilla y elegante volvió locos a algunos sellos independientes e, incluso, a la ya poderosa Madonna. Cierto que son las tomas conocidas y sobre ellas únicamente se registró la voz, sin embargo forman parte de la secuencia completa de Autobiografía (en su momento, esa edición estadounidense la publicamos/replicamos junto con el número 57 de Efe Eme, allá por 2004). Pero la discografía de Duncan Dhu es un puzle con piezas dispersas aquí y allá que algún día, tratándose de uno de nuestros grupos mayores, habría que completar y ordenar con sentido, sin dejarse nada en el cajón. Ah, y en cedé, por supuesto.

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