La alegría del exceso, de Samuel Pepys

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LIBROS

«Seguramente los párrafos más personales o políticos les dejen fríos, pero cuando Pepys se sienta a la mesa, la fascinación está garantizada»

 

Samuel Pepys
La alegría del exceso
Nórdica Libros, 2022

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Samuel Pepys fue un curioso personaje que forma parte de la memoria histórica y literaria británica, pero que –seguramente por no representar valores que van más allá de los de su cultura– no ha traspasado las fronteras culturales de las islas. De familia modesta, consiguió estudiar en Cambridge, entrar en la administración del gobierno y conseguir el favor del rey, que lo situó en la alta administración del almirantazgo, sin tener Pepys ni idea de cuestiones marítimas, que no impidieron que llegara a los más altos cargos y que reformara completamente la flota británica. Aparte de ello fue presidente de la Royal Society y amigo personal de Isaac Newton.

Entre 1660 y 1669, escribió unos diarios que no se publicaron hasta cien años más tarde de su muerte. Esos diarios combinan sus circunstancias domésticas y personales –enfados con su mujer o paseos por la naturaleza cercana a su mansión, incluso sus infidelidades con los acontecimientos políticos y sociales que se produjeron en Londres –su foco no va más allá de la ciudad– en esa década, como la peste de 1665 –se queja de que desde los pueblos llegan aluviones de infectados– o el incendio que asoló la capital británica en 1666.

En sus diarios comenta sus visitas a la bolsa, a su oficina, los recorridos por el puerto o la compra de libros que sostenían su pasión de bibliófilo; pero sobre todo las comidas, porque Pepys y todos sus amigos, altos funcionarios y nobles, a los que diariamente invita, si no es invitado por ellos, hacen un uso de la nutrición tan exagerado que desmayaría a alguien que en nuestros días tuviese un trastorno alimentario compulsivo. Y si no hay casas a las que acudir, saquean cualquier taberna de Londres, porque las recorren absolutamente todas ¡Ah, lectores! Seguramente los párrafos más personales o políticos les dejen fríos, pero cuando Pepys se sienta a la mesa, la fascinación está garantizada.

Aparte de comer, beben continuamente. Son capaces de tomarse una botella de vino de una sentada. De las ocho de la mañana estoy hablando. No solo esto, a casa llegan continuamente regalos de botellas de vino o barriles de cerveza. De hecho, una de las cosas que de la que más orgulloso se siente el diarista es de llenar a rebosar todos los toneles de su bodega.

Se regalan constantemente manjares de una casa a otra. Lo curioso es que muchos de los platos que trasiegan sin parar, causarían rechazo mayúsculo hoy en día. Hay espinazos de todo tipo de vertebrados, ostras a mansalva, pollos; pero también lengua –aunque en las casquerías aún se puede encontrar- o uno de sus manjares predilectos: dos cisnes que recibe y que manda asar para pegarse el festín de su vida.

Es evidente que muchos de los días posteriores a las bacanales, Pepys se encuentra indispuesto, siente malestar por todo el cuerpo, vomita, y no tiene dudas en explicarlo. Pensemos que eran diarios personales, es decir, nunca fueron pensados con objeto de una posterior publicación; de hecho, están escritos con una transcripción taquigráfica que hizo difícil su interpretación.

Esta falta de pudor a la hora de relatar sus problemas personales se traslada al ámbito público. Pepys se extasía al asistir a la ejecución del general Harrison, condenado en la segunda guerra civil inglesa. Harrison fue colgado, eviscerado y descuartizado. No se extasía tanto –aunque parece admirarse ante el espectáculo del fuego- en el gran incendio de Londres, pero, tras haberlo visto, se va a comer unas ostras a la Taberna del Sol.

Se trata de un libro que quizá no sea para todos los públicos, pero que al lector curioso, gastrónomo, aficionado a la cultura británica o simplemente ávido de enfocar otras lecturas que las habituales, sin duda disfrutará.

Anterior crítica de libros: Los otros, de Ignacio Carral.

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