Jorge Drexler: «No creo que vivamos en el peor de los mundos posibles»

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«Bailar es celebrar de alguna manera el movimiento que celebra la vida»

 

Este sábado, Jorge Drexler lleva su propuesta musical al festival Pirineos Sur. Antes de hacerlo charla con Carlos H. Vázquez.

 

Texto: CARLOS H. VÁZQUEZ.
Fotos: JESÚS CORNEJO.

 

Según el diccionario de la Real Academia Española, una de las definiciones de la palabra movimiento es «estado de los cuerpos mientras cambian de lugar o de posición». Todo cambia, ya lo dijo Mercedes Sosa.

Que Jorge Drexler vuelva a casa es cíclico. El 13 de diciembre se presenta en forma de cartel, pegado en un bar de Lavapiés. Después regresará el 11 de marzo y quién sabe si lo hará también por Navidad. Hay que saberlo, en carne y hueso, migrante y en directo, y el Festival Pirineos Sur será el escenario para ello (20 de julio en el Auditorio Natural de Lanuza con Anita Kuruba), sobre el agua, donde manda marinero. Con Salvavidas de hielo (Warner, 2017) ha ido Jorge Drexler de puerto en puerto, juntándose con la Gira Silente y los festivales en verano. Puede que los veranos sean un estado mental, pero la música no entiende de edades; la música entiende y adolece de idiomas, aunque tampoco de fronteras vocales, porque se puede escuchar la canción de alguien cantada con la voz de otra persona. Como Jorge Drexler haciendo “Slowly” de Luis Eduardo Aute. Todo se transforma.

 

¿Cómo es el mundo para Jorge Drexler?
El mundo en el que me muevo yo coincide básicamente con el mundo de habla hispana. Como decía Pessoa, y yo lo suscribo, «mi patria es mi lengua». Y eso lo aplico siempre mucho. Me siento cómodo en mi contexto de trabajo, que son los lugares donde a mis canciones se les entienden los textos. A diferencia de las propuestas más folclóricas o con un género definido, como pueden ser mis amigos brasileros que hacen bossa nova, los que hacen jazz o los que hacen flamenco, que pueden trabajar mucho en países donde los textos no se entienden, el mundo por el que me muevo es el mundo donde la gente entiende los textos. Si no, el proyecto queda rengo para mí.

 

¿Un ser humano es trashumante porque así lo dicta su ADN?
Yo creo que tenemos un impulso al movimiento, como especie. Bueno, no depende de que lo crea yo; en los últimos cuarenta mil años pasamos de estar todos viviendo en el interior de África a ocupar hasta el último rincón del planeta. Tenemos una capacidad muy grande de adaptación, sorprendente para una especie, y una ambición de expansión muy grande también que nos lleva a todos lados, algo también muy peligroso en este momento para el planeta.

 

«No tenemos pertenencias, sino equipajes», dice la letra de “Movimiento”…
Cuando tus pertenencias son cosas que cargas encima, estando en constante movimiento, se transforman en equipaje. Son tuyas, pero se mueven contigo.

 

¿En qué se diferencia el “Movimiento” de Salvavidas de hielo con el movimiento de la canción “Bailar en la cueva”, de tu anterior disco (Bailar en la cueva)? Ambas hablan del movimiento, pero creo que lo hacen de diferente manera.
Buena pregunta. No había pensado que se pudiera establecer una continuidad entre las dos. De alguna manera, la vida y el movimiento también son sinónimos. Los cuerpos inertes pierden esa capacidad; una membrana viva es una membrana a través de la cual pasan los iones de sodio y de potasio de un lado para el otro. Cuando mueres, la vida continúa un ciclo dentro de ti. Siempre me gustó esa idea de la vinculación entre el movimiento vital y el movimiento migratorio y el movimiento musical. Me gusta como metáfora, porque bailar es celebrar de alguna manera el movimiento que celebra la vida.

 

«No estar en, sino ser el movimiento».
Sí. Tú no eres un cuerpo que está en movimiento, te transformas en movimiento, si tienes suerte en la discoteca o en la pista de baile (risas). No siempre se consigue borrar el «yo» y entregarse al baile por completo, pero es una experiencia que quien la ha vivido sabe de lo que estoy hablando. Es una alteración del estado de conciencia muy terapéutica que le sirve de muchas cosas a la persona.

 

«Las canciones van cambiando todo el tiempo de acuerdo a cómo resuenen con cada uno de los oyentes»

 

Siguiendo con el movimiento, quería hablarte de “Bolivia”, pues la canción cuenta la historia de tu familia, que huyó de los nazis para instalarse en Bolivia. ¿Crees que, en este tiempo, nos vamos a ver en la misma situación, huyendo de los “nazis” también? Hay una larga lista de nombres de la ultraderecha que ahora mismo están en auge: Jair Bolsonaro, Andrzej Duda, Donald Trump, Viktor Orban, Santiago Abascal, Matteo Salvini…
Las palabras son muy importantes para mí. La palabra «nazi» es una palabra muy importante para mí y prefiero usarla solo con el que se autoproclama nazi, la verdad. No quiero usarla con ligereza. Hay gente increíblemente xenófoba e intolerante. El nazismo llevó esto a un nivel con tal grado de fuerza que yo no me animo a llamar nazi a cualquiera, porque es una palabra a la que le tengo mucho respeto, que uso con mucho miedo y con mucho cuidado, porque hay gente que la ha vivido en carne propia y no sé cómo se sentiría mi abuelo si llamo nazi a cualquier idiota xenófobo. No es lo mismo que montar un sistema de exterminio y matar seis millones de personas de manera sistemática, organizada y sin hacer distinciones de edad. Es decir, hacer un plan de exterminio pormenorizado, frío y calculado. Hay muchos grados de hijo de puta y nazi lo reservo para los que se lo han ganado de verdad. Además, yo me crié en una dictadura durante una parte esencial de mi vida, desde la infancia hasta la mayoría de edad. Viví bajo un régimen muy opresivo, así que soy muy cuidadoso con algunas palabras muy cargadas de eso, como «democracia», «dictadura», «derechos humanos», «fascismo», «nazismo»… Creo que hay que saber los matices y criticar y mejorar un montón de cosas de la democracia en la que vivimos hoy en día y estar muy disconforme con muchas cosas que pasan y pelear por solucionarla, pero no podemos decir que vivimos una dictadura, por respeto a las personas que sí viven hoy en día la dictadura.

 

¿Pero nos puede tocar huir de estas personas que he nombrado?
¿Pero de qué personas en concreto hablamos? Yo, de Bolsonaro, no puedo huir. Que el pueblo brasileño haya cometido —en lo que yo pienso que es— un error político, ahí no me queda más que opinar, porque yo no puedo modificar una elección de un país. De hecho, acabo de venir de tocar en Brasil y es muy incómoda la situación, porque está todo el mundo muy tenso con el tema político y hay mucha crispación. Hay que estar muy atentos, por ejemplo, con todos los desastres ecológicos que se ciernen sobre la Amazonía. Hay que cuidar que no se cargue el patrimonio biológico ni el patrimonio social de ese país. Pero más que estar atentos, yo no creo que haya que huir, al contrario; creo que hay que estar exactamente al revés, mirando lo que pasa para estar listos como para decir las cosas con las que discrepamos, siempre que nos corresponda. Hay cosas que, como extranjero en Brasil, no me corresponden, pero la Amazonía sí, porque es Patrimonio de la Humanidad y porque tenemos derecho a opinar todos los humanos.

 

Supongo que has visto la fotografía de los salvadoreños Óscar y Valeria Martínez, padre e hija respectivamente, ahogados en Río Bravo, en la frontera mexicana. Ellos estaban huyendo. ¿Qué demuestra esto para ti?
Vi la foto. Es terrible, sobrecogedora… Demuestra la desesperación absoluta que puede llevar a una persona a tomar a su hija y cruzar todo un país como México en esas condiciones, siendo inmigrantes que vienen de América Central, para llegar a la frontera y tirarse a nadar a un río con una niña pequeña. Hay que estar realmente desesperado para hacer una cosa así. No se puede tratar con trivialidad, no es gente que está viajando simplemente para completar una vocación, como hice yo cuando me vine aquí, sin escaparme de nada. Quería dedicarme a la música y vivir de lo que me gustaba. Yo soy el más privilegiado de los inmigrantes. Vuelo a mi país, Uruguay, tres o cuatro veces por año; entro, salgo, tengo mis documentos en regla, estoy adaptado en los dos lados… No me estoy escapando de ninguna hambruna ni de una persecución política. Pero alguien que se tira al mar o que se tira a cruzar un río con una niña en brazos, hay que, por lo menos, darle la consideración de que no es un acto superfluo lo que está haciendo. Ninguna migración es superflua, ni siquiera en los casos más privilegiados como el mío. Siempre tienes cosas que dejas lejos y el corazón partido entre dos lados. ¿Qué pasará cuando me muera? ¿Dónde me van a enterrar? Esas preguntas que se hacen de repente. Es decir: ¿qué pasa si hay algún problema con alguien de la familia, como ya me ha pasado, y tengo que salir corriendo para allá? ¿Y qué pasa con tu identidad, que está fraccionada también? Pero estos casos, además, son casos de gravedad, como lo que pasa con Open Arms en el mar. Tú no puedes formar un médico o formar un guardavidas y luego pedirle que incumpla su juramento más básico, que es el de asistencia incondicional. No puedes hacerlo. Directamente, si lo haces, prohíbe la carrera de Medicina, porque nadie va a poder hacer el juramento hipocrático y estar sentado en un barco mientras se ahoga toda una familia al lado tuyo. No lo puedes hacer. Ya ni te hablo de moralidad, digamos, porque es una cosa que debería caer de maduro. Pero desde el punto de vista legal, las leyes marítimas son muy claras: tú tienes que asistir a una persona que está en apuros en el mar, sea cual sea la circunstancia. Es un código de los marinos, que son milenarios. Y si hay algún hueco legal tienen que arreglar las leyes para que eso se pueda hacer, no prohibir un acto básico de cumplimiento de un juramento ético como el que tienen las personas que ofrecen asistencia.

 

Quizás sea el mundo al revés. Como dice Bunbury en “Sácame de aquí”, ¿todo el mundo está loco o Dios es sordo?
Bueno, hay mucha gente loca, pero hay de todo y gente maravillosa también. Yo no sabría decirte, porque creo que no existe [Dios], pero es una cuestión para discutir con más detenimiento en otro momento. Primero habría que probar que existe y luego ver si tiene algún problema de hipoacusia. No lo sé. Esa es otra pregunta. Desde luego te digo que hay muchos avances en la sociedad. Y no creo que vivamos en el peor de los mundos posibles, pero sí creo que el mundo era mucho más peligroso y mucho más injusto hace cincuenta años. Desde entonces ha habido un montón de avances. El primero, el más maravilloso, el más notable, es el espacio que ha ganado la mujer en la sociedad. Piensa en tu abuela, en tu madre, en tu compañera o en tu hija, por ejemplo, como me pasa a mí. Y no hay que ser desagradecidos, pero queda mucho por hacer. Hemos avanzado mucho y eso hay que tenerlo en cuenta. No puedes decir que vivíamos mucho mejor hace cincuenta años. Vale, ¿pero eres mujer? No. Por ejemplo, hace cincuenta años, si eras mujer no podías tener un carnet de conducir o abrir una cuenta. No podemos generalizar. El que ha pasado por una experiencia como la de la dictadura también sabe apreciar los caminos que se han abierto, además de distinguir cuándo se viene el peligro.

 

«Ninguna migración es superflua, ni siquiera en los casos más privilegiados como el mío»

 

La siguiente pregunta es una referencia a tu canción “Abracadabras”, pero también tiene que ver con todo lo que estamos tratando en esta entrevista: ¿a dónde irán las canciones que has soltado en el viento?
Es una pregunta sin respuesta, la verdad. Es casi retórica. No espero tener una respuesta clara y encontrarme; a mí me maravilla la incertidumbre. Tú sueltas las canciones con una idea de lo que son, pero las canciones, como buenos seres vivos, no son las mismas. Van cambiando todo el tiempo de acuerdo a cómo resuenen con cada uno de los oyentes. La canción es una espora, un software que, en sí mismo, no produce nada. Es una serie, es un código binario. Es decir, la canción necesita ser lanzada por un lado, por el emisor, para volver a la vida, como vuelve una espora después de cientos de miles de años cuando le toca una gota de agua (en este caso, cuando toca a un receptor). Y cuando el receptor la toca, la canción completa su ciclo. Pero el receptor no reproduce siempre lo que da el emisor de la canción. Cuando digo «¿y a dónde van las canciones que soltamos en el viento, llevando a qué corazones, quién sabe qué sentimientos?» no me refiero solo al lugar físico o geográfico, sino a qué sentimiento irán. Escribí una canción para mi hijo que se llama “Transporte” y el otro día, a la salida de un concierto, alguien vino a decirme que usó esa canción para despedir las cenizas de su abuela. Me detuve un momento y pensé en la letra: «Desde ahora mismo y aquí —me imaginé a la familia parada en una playa—, hacia donde quiera que estés, parte de mi alma parte a tu encuentro». En ese momento, cuando sueltan las cenizas, la canción tiene otro significado: «Hacia donde quiera que estés» quiere decir «¿dónde estás?». Pero cuando yo la escribí tenía un significado mucho más concreto: ¿qué estarás haciendo? ¿Estarás en casa? ¿Estarás en la escuela? Son detalles menores y no tenía esa intensidad la canción. Todo el tiempo pasa lo mismo. A veces escribes una canción de amor filial y la gente interpreta la canción como si fuera de amor fraterno o de amor de pareja. No somos muy específicos en la escucha de canciones, y ni siquiera necesitamos que todas las canciones nos hablen. Imagina que vas en el coche y enciendes la radio. Estás en un momento vital en el que necesitas escuchar algo y seleccionas una frase de la canción que en ese momento te da un vuelco el corazón y paras el coche para quedarte escuchando con la boca abierta, pensando que la canción te está hablando a ti. Pero quien la escribió no sabe que ibas a elegir esa y no otra de las cuarenta frases.

 

¿Todo es magia después de todo?
Nada es magia. La magia implica un grado simplemente de desconocimiento. Pero, al contrario, cuando tú ves o te das cuenta de que hay una parte concreta de lo que está pasando con ese fenómeno, lo puedes interpretar. Yo intento apelar lo menos posible al pensamiento mágico, la verdad. No va mucho conmigo en el sentido de que prefiero sentir las cosas, concentrarme la emoción e intentar entender qué es lo que hay detrás de los fenómenos. Probablemente sea un vicio de la formación científica que tengo, pero con todo lo bonito que tiene la palabra «magia», a mí, como te digo, me importan las palabras. «Magia» es usada tantas veces para justificar un montón de bullshit tan grande o para negar el avance en el discernimiento de las cosas, que ando con cuidado, porque es una palabra comodín que sirve para demasiadas cosas. Para tantas, que intento no usarla mucho.

 

 

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