In times new roman, de Queens Of The Stone Age

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DISCOS

«Ahí siguen. Funcionando bien, quizá mejor de lo que lo han hecho en los últimos diez años»

 

Queens Of The Stone Age
In times new roman
MATADOR
, 2023

 

Texto: EDUARDO IZQUIERDO.

 

Si consideráramos a Josh Homme una de las mentes más lúcidas de la actual escena rock, correríamos poco riesgo a equivocarnos. Normalmente, ese tipo de afirmaciones se las suelen llevar, y no vamos a decir que inmerecidamente, figuras como Jack White o Dan Auerbach. Pero Homme ha sabido mantener una constante evolución sin perder la esencia de su sonido. Tampoco negaremos que, a veces, ha patinado. Sin ir más lejos, su anterior trabajo con su banda, Villains, dejaba una sensación extraña, de grupo con el piloto automático puesto. Y también es cierto que difícilmente volverán al nivel de Songs for the deaf (2002). Pero es que, siendo justos, tampoco le pedimos a Pearl Jam que vuelvan a grabar Ten, ni a The Cult que se marquen otro Electric. Y con esas premisas claras, In times new roman se disfruta mucho más.

Aquí no hay medias tintas. Queens Of The Stone Age van a muerte desde que los riffs de “Obscenery” arrancan, cargados de intensidad con la sensación de descontrol controlado. Ya hemos apuntado que los tiempos de Songs for the deaf ni volverán ni, de hecho, deberían volver. Han pasado veinte años y perseguir algo tan lejano no suele funcionar. Pero si en algún momento la banda está cerca de aquello es en “Paper machete”, con un apabullante solo de guitarra y una brillante letra de Homme sobre su divorcio de Brodly Dalle.

“Negative space” tiene algo de cósmica, aunque la banda sigue agarrándote por las gónadas para no soltarte. A estas alturas ¿podemos hablar ya de álbum variado? Sin duda. Los Queens no se repiten y no van a hacerlo. “Time and place” es el sota, caballo y rey de la canción rock, y “Made to parade” el guiño de Homme a su admirado David Bowie. Ya conocíamos “Carnavoyeur”, y por eso no sorprende, aunque entendemos que fuera uno de los temas de adelanto, mientras que “What the peep hole say” nos baja un poco de la nube, al ser la pieza menos inspirada del trabajo. No hay que sufrir. “Sicily” vuelve a poner las cosas en su sitio a base de polvo y psicodelia, ¿alguien ha encontrado mi caja de peyote? Y para el final se guardan la sencillez de “Emotion sickness”, muy Jack White, y la oscura y gótica “Staright jacket fitting”.

Veintisiete años avalan a la banda. Ocho discos, con este. Y múltiples proyectos paralelos. Y ahí siguen. Funcionando bien, quizá mejor de lo que lo han hecho en los últimos diez años. Y dejando claro que el mundo del rock les merece un respeto aún mayor del que tienen. Algo que pinta que nunca logren del todo. Pero, al menos, les quedará la satisfacción de haber hecho discos como este.

Anterior crítica de discos: Puntos de fuga, de Luis Carrillo.

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