Igor Paskual: «Los profetas no están bien mirados»

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«La propia naturaleza del arte es engañosa, y si hay algo que nos hace más vivos, es el arte»

 

En unas semanas ve la luz La pasión según Igor Paskual, el tercer disco en solitario del controvertido y polifacético guitarrista de Loquillo. Carlos H. Vázquez se reúne con él para hablar de su nuevo cancionero, de rock and roll y de fe.

 

Texto: CARLOS H. VÁZQUEZ.
Foto superior y diseño de portada del disco: PANCI CALVO.

 

Apocalipsis 22:15: “Afuera están los perros, los hechiceros, los inmorales, los asesinos, los idólatras y todo el que ama y practica la mentira”. Igor Paskual se presenta en forma de ser inmortal, vestido de rojo con pecho de leopardo. Ruge como un gato el hijo de la lujuria.

A Igor le han venido a ver las musas en su tercer trabajo en solitario, La pasión según Igor Paskual (Dro/Warner, 2019). Esto no significa que en los dos anteriores, Equilibrio inestable (Pop Up, 2011) y Tierra firme (Dro/Warner, 2015), no haya estado de buen arte (“El peor novio del mundo” y “Tú y yo” bastan como ejemplo), pero son ocho años los que han pasado desde el primer álbum y cerca de veinte los que lleva siendo guitarrista de Loquillo, aprendiendo de los compañeros de viaje, como Guille Martín o Jaime Stinus (sin olvidar Babylon Chàt). La pasión según Igor Paskual, incluso con la inminente salida del próximo disco de Loquillo, es misa para los fieles; hay veces que el rock and roll se convierte en religión.

 

«Soy el cordero Paskual, prometo decir la verdad, nada más que la falsa verdad», empiezas cantando en “Dios es colombiano”. ¿No eras tú un artista de la mentira?
Todo arte es una mentira. Se trata de una recreación de la realidad que tampoco es del todo verdad. Vemos la realidad a través de unos ojos que están condicionados por nuestra edad, nuestra condición y nuestra información, por eso es inabarcable [la realidad] y siempre va a tener algo de falso. Nuestros recuerdos están falseados, pero no voluntariamente. Por eso canto que diré “la verdad, nada más que la falsa verdad”, supongo que por la impotencia de no tener la capacidad de la objetividad máxima. A veces todos nos creemos en posesión de la verdad, porque aunque digamos que es solo nuestra opinión, en el fondo todos pensamos que tenemos cierta razón. También es un juego con lo religioso cantado por un ser omnipotente que no lo es.

 

¿Cuál es la diferencia entre la falsa verdad y la mentira?
Una diferencia de carácter gramatical. En la mentira hay un falseamiento voluntario y en la falsa verdad no hay una intencionalidad por engañar, pero en ambos casos no estamos atrapando la verdad. Es una cuestión que me obsesiona. La propia naturaleza del arte es engañosa y si hay algo que nos hace más vivos es el arte. Me pregunto cómo es posible que el arte, que es fruto del engaño, del trampantojo, del falseamiento y de la metáfora, nos haga no solamente más felices, sino situarnos más cerca de la vida.

 

Este disco, aunque en parte sea religioso por su temática, tiene una cara glam muy sexual. Ahí está la frase «soy la zorra de Dios» de “Dios es colombiano”, por ejemplo.
“Dios es colombiano” es una canción poco habitual en el rock, porque ni siquiera tiene una estructura al uso, sino que es extraña. Trata varias temáticas al mismo tiempo, pero es una canción cuya inspiración no viene del rock, sino de la envidia que le tengo al hip hop por esa capacidad tan grande de contar cosas con muy pocos elementos armónicos. No soy un buen rapero, no es mi cultura y no forma parte de mi formación, pero escucho mucho hip hop y me fascina esa capacidad que tienen de saltar de un tema a otro y de decir tantas cosas en tan poco tiempo.

 

También es un tema un poco punk.
Pero a diferencia de esta canción, el punk era más breve. En vez de hacer cinco minutos, eran uno o dos, y las letras eran como consignas. Había una capacidad de resumen mucho mayor. Para mí es uno de los grandes méritos del punk, pero también uno de los grandes problemas. Me parece que hay que andar con mucho cuidado con las consignas, porque acabamos jugando con la misma fuerza que un cartel electoral y podemos terminar convirtiendo la canción en un panfleto.

 

 

¿Ha perdido el rock su fuerza política, algo por lo que siempre se ha caracterizado el punk?
Y el hip hop la está perdiendo poco a poco también. Todos los géneros acaban enfrentándose con los mismos dilemas que el rock. El hip hop crece, sus artistas, su público crecen… y todos tienen debates entre ser auténticos o ser unos vendidos; entre contar la realidad y mantener un negocio. Todos esos estilos acaban enfrentándose y el hip hop no iba a ser la excepción; es un género que puede ser muy rebelde pero también muy conservador. Toda esa apología al dinero, al capitalismo, a la misoginia e incluso al racismo que hay en el hip hop son los mismos problemas que tuvo el rock. Los géneros crecen, se desarman y se desactivan, la sociedad se ha apropiado de ellos y se va anulando la capacidad crítica, porque es más rentable y, en el fondo, son productos del sistema capitalista. De todas maneras, me parece muy reduccionista decir que el rock lo ha perdido todo, pero es verdad que lo ha perdido en Europa: ya no es necesario. ¿Dónde el rock es revolucionario? En Sudamérica, porque sus condiciones de vida todavía son más extremas que las nuestras. Nosotros, pese a la crisis que sufrimos, vivimos en países seguros con agua potable, con un sistema de pensiones más o menos aceptable, de momento, y nadie se muere de hambre.

 

Entonces crees que el rock ya no es necesario.
Creo que para muchas personas ya no es necesario, pero para mí lo sigue siendo. El rock no es necesario como lo era en el año 78 para casi el noventa por ciento de la población juvenil.

 

En este disco, ¿te consideras profeta, dios, o un mártir?
Dios, obviamente, no… y profeta menos. Me considero un fiel. Un fiel cumplidor con la doctrina del rock, si es que hay alguna. También un fiel de todo, de la familia, del oficio, que cumple con ciertos preceptos y trata de hacerlo cada vez mejor. Y profeta ni en broma. Hace muchos años que los profetas están o muy mal mirados o mirados sin ningún tipo de crítica.

 

¿También te consideras un fiel con Loquillo?
Con el Loco considero que trato de hacer mi labor de la mejor manera posible, lo que pasa es que, lógicamente, tengo menos capacidad de decisión en lo que se cuenta, en el discurso y en el sonido; en la tímbrica también. Pero, dentro de mi parcela de trabajo, considero que siempre tengo que hacerlo de la mejor manera posible.

 

Loquillo, por cierto, ha grabado ahora en Music Lan (Avinyonet de Puigventós, Girona). Creo, si no me equivoco, que no grababa allí desde Cuero español.
Pues puede ser, sí. Yo no estaba cuando se hizo Cuero español, pero recuerdo que hace un par de veranos fuimos a ese estudio para grabar “El rey del glam”. Se trabaja muy bien allí. Es increíble, de los mejores estudios que he conocido.

 

 

Te digo lo de Cuero español porque “Cansado de la vida”, de tu disco, tiene una guitarra muy parecida a la de “Free cinema”, de Cuero español.
En esa época más o menos conocí al Loco, en la gira de Cuero español. Nuestros puntos en común son una serie de cadencias que tienen mucho que ver con el primer Bowie, con algunas partes de Lou Reed o ciertas épocas de Roxy Music. Luego compartimos más cosas, como el gusto por la canción francesa, que he descubierto con el tiempo; ciertos grupos españoles de los sesenta; el Iggy Pop más crooner… Es lógico que se vayan filtrando influencias comunes. Lo que pasa es que ese es un camino que el Loco ya recorrió y ahora está, digamos, a la vuelta de un rock and roll más enérgico y más americano, y yo tengo la cabeza puesta en una cosa que él y yo compartimos durante mucho tiempo, que es el gusto por el rock de corte europeo. Cuero español lo produjo Jaime Stinus y con él también coincidía mucho en ese tipo de rock de escuela de arte. Stinus era muy fan de la etapa berlinesa de Bowie y de Iggy Pop. Aprendí mucho con él. He trabajado con una serie de guitarristas interminable y músicos de primer orden: Xavi Tucker, Guille Martín, Jordi Pegenaute… Mi escuela con el Loco me ha permitido hacer los discos que estoy haciendo ahora.

 

En Feo, fuerte y formal ya grabas con el Loco. En ese álbum hay un tema, “Soltando lastre”, que tiene una frase («ya no somos inmortales, ahora somos eternos») que me viene de perlas para hacerte la siguiente pregunta sobre tu canción “Inmortal”: ¿prefieres la inmortalidad o la eternidad?
Yo prefiero la inmortalidad. Me parece que la inmortalidad está relacionada con un asunto físico y la eternidad con un asunto espiritual, y a mí me gustaría seguir carnalmente en el mundo. La eternidad tiene más que ver con una cuestión de memoria, de permanecer, de posteridad… y a mí lo que realmente me enamora es la vida como tal, la vida tangible. De hecho, una de las grandes temáticas de este disco es la búsqueda del paraíso aquí y ahora, que es donde el rock and roll aventaja al cristianismo. La promesa que ofrece el rock and roll te la da en esta vida, pero la promesa que te da el cristianismo es para cuando te mueres. Me parece que es más humano desear el paraíso en tierra que desear la muerte. Más esperanzador y mucho más entendible para nuestra naturaleza humana. La vida pasa a una velocidad que es una exageración. Estoy asustado ante la velocidad del tiempo por las cosas que me gustaría hacer, leer, descubrir, vivir o experimentar, pero tengo la suerte de tener una gran energía vital que me permite vivir bastantes vidas en una. Aún así, me sabe a poco. Tengo cuarenta y tres años y siento que la vida se me escapa. Por esa sensación de rapidez de la vida entiendo los deseos tan legítimos que ha tenido el ser humano de buscar la inmortalidad, como el mito de Fausto y lo de vender tu alma a cambio de más tiempo, más amor, más belleza o más sabiduría. “Inmortal” es una queja también. La bajista que tocaba antes en mis discos [Jéssica M. de La Paz], que además era ayudante de producción, murió con treinta y cinco años. Era una persona llena de luz, guapísima, con un talento increíble…

 

¿Qué perdería el mundo con la muerte de Igor Paskual?
Creo que entusiasmo, ganas de generar comunidad, de compartir lo que sé, de ser una correa de transmisión. Es lo que más me interesa últimamente. Me veo rodeado de gente poco entusiasta muchas veces y creo que hace falta alegría, un valor que está muy degradado. La gente, a nivel crítico, admira mucho la tristeza; las obras premiadas siempre son las más tristes y los actores para ganar un Oscar tienen que hacer tragedia.

 

La épica del mártir.
Ese mito romántico que lleva funcionando desde la época de Van Gogh o Beethoven, que el artista es alguien trascendente que sufre y que para ofrecer su arte no le tienen que entender. Ese mito romántico tiene doscientos cincuenta años o así y nos lo seguimos comiendo. Una de las cosas buenas que aportó Andy Warhol fue que la parte dolorosa de la creación también podía ser muy divertida, algo amable, sin tener que sufrir y encima pudiéndote enriquecer con ella y ser famoso, cosa que antes era vista como algo pernicioso, porque si ganabas dinero ya pensaban que no eras un buen artista.

 

¿Está sobrevalorado el amor?
No, tío. Esto puede sonar muy antiguo, pero creo que el amor sigue siendo un motor de máximo nivel. Por ejemplo, la gente que no está enamorada de su propio oficio termina trabajando mal. También tiene un elemento destructivo, dependiendo de cómo se entienda. El amor crea y también destruye. Es una energía fundamental y hay que canalizarla bien, o mal.

 

«El que esté aburrido del amor que no lo toque», dices en “Cansado de la vida”.
Sí. Básicamente es una canción que se queja de los que se quejan. Estoy muy cansado de las quejas constantes, sobre todo si relativizamos un poco. Europa Occidental es un lugar que está teniendo problemas, que está en quiebra moral y por tanto en quiebra económica. Nadie lo puede negar, pero no deja de ser un lugar del mundo donde se vive mejor, al menos materialmente. La esperanza de vida es mayor, no nos morimos con cuarenta años, hay agua potable, medicamentos, vacunas… Muy pocas veces nos damos cuenta de las cosas que tenemos. Cuando lanzo un mensaje positivo en una pandilla de amigos, parece que estoy vendiendo el mitin de ser feliz, y no, ni mucho menos. Esta gente que está siempre quejándose se come mucha energía, y yo soy una persona con mucha energía. Vale, te quejas, ¿pero cuál es la solución? El Loco tiene una frase muy sabia: “Yo no quiero problemas, quiero soluciones”. Eso, aplicado a otras cosas, también es interesante. Estamos en unas condiciones inmejorables para hacer cosas increíbles. Creo que el mensaje vitalista se ha vuelto un mensaje denostado y casi punk, en un momento dado.

 

Voy a centrarme ahora en el apartado técnico de “Cansado de la vida”, en concreto en los coros, algo que está presente en la mayoría el disco, por no decir todo: “Con la suerte de nuestro lado”, “Waterloo”, “Nuevo bautismo”…
Me preocupé muchísimo porque el disco fuese distinto a los dos anteriores. ¿Qué cosas no aparecían en los dos discos anteriores? No había excesivos coros. Era una manera de hacerlo más coral, valga la redundancia, más participativo… En esa parte, Josu García me ayudó mucho, porque hace coros maravillosos. Quería que tuviese un punto góspel pero no negroide. Creo que en los dos anteriores pecaba un poco de monólogo. De esta manera me siento más arropado al cantar, que no es solamente lo que tengo que decir, sino que se dice de forma coral, y eso es muy bonito.

 

Sin embargo, hay una cara punk con temas cortos y rápidos: “Dios es colombiano”, “Ratas”, “Maquiavelo iba en serio”…
En los dos discos anteriores se intuyen varios lados, y lo que hago en este disco es desarrollarlos por completo. “Nuevo cine español” o “El cielo es poco acogedor”, por ejemplo, apuntaban hacia ese lado. En el nuevo, si tenía que grabar un tema de nueve minutos, lo grababa. Y si tenía que grabar un tema de treinta segundos, lo grababa también. Trataba de salirme de todo rigor. Y también me estaba demostrando a mí mismo que podían convivir canciones de larga duración con canciones de corta duración.

 

 

«Me parece muy reduccionista decir que el rock lo ha perdido todo, pero es verdad que lo ha perdido en Europa: ya no es necesario»

 

Y todo dentro de un concepto religioso: “Dios es colombiano”, “Cristo de los mineros”, “Inmortal”, “Nuestra señora de la consolación”, “Nuevo bautismo”… El juego con esta temática me recuerda al Glam zelestial de Paco Clavel, salvando las distancias. ¿Utilizas una perversión de la religión sin caer en la parodia?
No conozco en profundidad el disco de Paco Clavel. Pero no, lo que utilizo es una iconografía católica común que nos pertenece por derecho propio, porque la hemos tenido presente desde niños y el mundo lo interpretábamos con esa serie de modelos: queramos o no, nuestros grandes libros no dejan de ser la Ilíada y la Biblia. No tiene nada que ver con ser creyente, sino con cómo asimilamos, comprendemos y sentimos el mundo. La imaginería católica es muy visual y táctil, también muy sexual. Todos esos elementos me sirven para contar cosas, porque los conozco de desde que era pequeño. Como metáfora me resultan muy útiles. En ningún momento quise entrar en el modelo kitsch que pueda tener un Paco Clavel o un Fabio McNamara, quería huir de ese tipo de imaginería. Me interesa la Biblia, el Nuevo Testamento, la figura del mártir y del arrepentido, del sacrificado, del chivo expiatorio… Los temas del bien y del mal, por qué alguien tiene que cargar con la culpa, por qué sufre el bueno y no tanto el malo, por qué la maldad sí llega lejos, por qué la bondad no tanto…

 

En tu libro, El arte de mentir, dices: «Nuestra cultura busca cosas tangibles, e incluso nuestra religión es táctil: salterios, santos, agua, vino, pan, casullas, humerales, patenas, ceras, cilicios y un sinfín de objetos más». Si la religión es táctil, ¿lo es también la mentira?
Creo que todo lo convertimos en táctil para entenderlo. Posiblemente la mentira sea un concepto etéreo y lo que hacemos a veces es darle forma tangible para poder entenderla, asimilarla y hacerla más pequeña de lo que realmente es. Nos pasa con todo lo táctil. No dejan de ser traducciones formales de algo que es mucho más grande que nosotros. Es la manera que tenemos de simplificarlo para hacer la vida un poco vivible, porque si no se nos escaparía todo y estaríamos nadando en una especie de éter de confusión. Necesitamos ir reduciéndolo a palabras, a metáforas, a conceptos, a cuadros, a sonidos… Por eso nació la filosofía y por eso nació el arte, para entenderlo. Y la mentira la intentamos hacer tangible para poder asimilarla.

 

La mentira vuelve a aparecer en “El gavilán”, de Violeta Parra, el tema que cierra La pasión según Igor Paskual. ¿Es casualidad que esta canción fuera la última?
Es una canción que es más grande que la vida. Originalmente, “El gavilán” tenía trece minutos. Trata del amor como elemento constructivo y destructivo, de la mentira, del engaño, de la pobreza, del capitalismo… Hay miles de temas de primer orden en “El gavilán”. Está escogida porque también resume muy bien el disco. La primera vez que se la escuché a Violeta Parra, aunque ella nunca la grabó en un estudio profesional, me pareció la mejor canción que había escuchado en mi vida. No la entendía, pero era como escuchar a Ígor Stravinski, a los Beatles, a los Kinks, toda la música folclórica y las letras populares que a la vez eran letras de vanguardia. Me pareció todo en uno. Yo conocía a Violeta Parra sobre todo por su faceta política y compilando folclore chileno, pero su parte más interesante para mí es, quizá, su parte más vanguardista.

 

Su parte más incomprendida.
Sí. Y la más desconocida. Tiene canciones hechas para un cortometraje que se titula Mimbre [dirigido por Sergio Bravo] donde toca la guitarra de una forma absolutamente original. Te juro que la primera vez que lo escuché no daba crédito.

 

¿Para blasfemar hay que creer?
No necesariamente. Pero el que blasfema parte de un código de creencias, aunque no crea. El sistema entiende perfectamente que blasfemas contra algo que para otra gente es importante. Al blasfemo no le hace falta ser creyente, pero sí le hace falta entrar en el juego de ese sistema. Tiene que apropiarse de ello, pero en el fondo ya lo está compartiendo. Blasfemaría el que lo ignora. Lo contrario del amor no es el odio, sino la indiferencia, y, en este caso, lo contrario de lo creyente no sería la blasfemia, sino también la indiferencia.

 

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