Hyperspace, de Beck

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DISCOS

«La suma de los factores, en esta ocasión, no multiplica la valía del producto final. Pero lo adecenta que da gusto»

 

Beck
Hyperspace
CAPITOL/VIRGIN/EMI, 2019

 

Texto: CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA.

 

La gran virtud de Beck ha sido siempre, como con todos los talentos que rezuman personalidad, saber apropiarse de estilos que él no contribuyó a delimitar pero luego hizo suyos. Y de paso, marcar época con algunos de esos préstamos reutilizados. Lo hizo con el folk, el lo fi, el hip hop, el tropicalismo o el funk, en una carrera bacheada y siempre marcada por el deseo de no repetir un disco siquiera parecido al anterior. La premisa se mantiene en este decimocuarto álbum, una resultona colección de canciones que está tan bien enhebrada y bruñida como para hacernos creer que a estas alturas, casi en 2020, una alianza entre él y Pharrell Williams (coproductor de siete de estos once cortes) pueda tener la significación que sí hubiera tenido hace quince años. Ni de lejos. La suma de los factores, en esta ocasión, no multiplica la valía del producto final. Pero lo adecenta que da gusto.

Es esta una nueva faceta de Beck, tan solo ligado remotamente a su pasado en esa agitada “Saw lightning” que tanto recuerda a los tiempos de Odelay (1996). Y tiene su mérito. El minimalismo de Pharrell atenúa el horror vacui de un Beck que durante lo que llevamos de siglo ha lucido mejor cuanto más desnudo se nos presentaba: recuerden Sea change (2002) y Morning phase (2014). Aquí se deja acolchar por una gama de ritmos rhythm and blues y morosas maquinaciones synth pop, por sintetizadores que alientan esa sensación, bien lograda, de ingravidez, de estar flotando en su hiperespacio particular, aunque a veces lo haga recordando a los Pink Floyd de mitad de los setenta, como en la “Stratosphere” que comparte con Chris Martin (Coldplay).

El amplio rango de tonalidades que maneja se explica por ser este su álbum más colaborativo, con aportaciones de Paul Epworth, Sky Ferreira, Greg Kurstin o Terrell Hines. Y si hubiera que adjudicarle un hueco entre la cal y la arena que ha ido alternando en los últimos tiempos para dar nuevo empaque a su carrera, andaría a unos palmos de la hondura de sus marejadas y desvelos matinales pero también por encima de sus coloraciones más desvaídas y sus confusos reflejos de la desinformación moderna. Porque lo de los noventa, definitivamente, fue una época que —ni falta que hace— no volverá.

Anterior crítica de discos: Mi paraíso, de Los Secretos. 

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