Hijos del divorcio, de Confeti de Odio

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DISCOS

«Sigue dándonos ese tierno sarcasmo de su debut, aquí acompañado de dosis de un refinado melodramatismo que el tema del disco exige»

 

Confeti de Odio
Hijos del divorcio
SONIDO MUCHACHO, 2022

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Los que disfrutamos con su primer elepé —Tragedia española— en una pequeña pero muy activa compañía barcelonesa —Snap! Clap! Club—, estábamos expectantes por ver cómo respondía Confeti de Odio en su nuevo sello, Sonido Muchacho. Y la experiencia no puede ser más gratificante. Lucas Vidaur, también en los ultrapoperos Axolotes Mexicanos, sigue en este Hijos del divorcio dándonos ese tierno sarcasmo de su debut, aquí acompañado de dosis de un refinado melodramatismo que el tema del disco exige, porque este nuevo trabajo se sostiene en el doloroso vía crucis de las relaciones —de las que pasan por esos momentos de dolor, claro, que no son todas—.

El primer corte y el último dan las claves de apertura y salida, no solo en el sentido geográfico. “El coro de los hijos del divorcio” establece un estremecedor contraste entre las voces infantiles y el mensaje: «Estoy condenado al dolor». Pero los sentimientos de soledad y miedo dejan de estar cerrados en la última estrofa del disco, en un mensaje de distancia con la vida y a la vez de esperanza: es un mundo cruel, sí, pero «es todo lo que tengo», proclama Vidaur tras un encantador puente de cuerdas.

Si la apertura del disco ofrece el tono general, el tema que sigue tras ella, “Si nunca”, demuestra que Lucas Vidaur es uno de nuestros compositores de mayor sensibilidad. Habla en ella de esa especie de club del fracaso que nos acoge cómodamente y nos impide pasar de quejosas víctimas a dueños de nosotros mismos.

Sin embargo, el sonido del disco tiende hacia un pop rock de categoría optimista, excepto en un par de cortes más oscuros. “Déjales entrar”, en que la delicadeza se ve envuelta por la distorsión, y “Estrella”, cercana a la filosofía de El Niño Gusano. También próxima al grupo de Zaragoza es “Solo y sin ganas”, en el punto justo de parodia, apoyada por una voz en el fiel de la balanza entre emoción y burla.

Pero, en esencia, el alma sonora del disco es el soplo pop. “El malo final” tiene una melodía magnética y un riff tratado con fórmulas alquímicas, y “¡Ya no puedo más! (casi pero no)” tiene arreglos cuidados basados en la suavidad, pero a la vez una insospechada fuerza, quizá por su manera directa de enfrentarse al desconcierto.

Hay aún tiempo para que estalle una composición de carácter político social en “Sálvese quien quiera”, una cámara que repasa lo que es una sociedad moderna —las redes sociales, la música, las plataformas y los motores— para no rendirse ante todo ello, potenciada esta heroicidad en forma de himno épico al final.

Confeti de Odio se ha reafirmado en este segundo disco con canciones cortas, medidas en su desarrollo. No necesita más. Apenas tres minutos para mostrar el desosiego y la esperanza en su máximo esplendor.

Anterior crítica de discos: The Cage, de Billy Idol.

 

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