Henry’s dream (1992), la vuelta a la furia de Nick Cave

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TREINTA ANIVERSARIO

«Recupera al contador de historias, al narrador descarnado que conmueve a golpe de rock»

 

Tras su etapa en Sao Paulo, Nick Cave decidió regresar a sus orígenes, a su esencia, y la muestra de aquel retorno es este álbum. El séptimo del australiano con sus Bad Seeds, el repertorio con el que la banda revalidó su popularidad mientras se encontraba en su mejor momento sobre los escenarios, pero en el que la producción no terminó de convencer. Fernando Ballesteros nos cuenta detalles.

 

Nick Cave
Henry’s dream
MUTE RECORDS, 1992

 

Texto: FERNANDO BALLESTEROS.

 

Me cuesta mucho escribir sobre Nick Cave. Hacerlo es hablar de arte, no es coger un disco, hablar de canciones y terminar diciendo que las tiene muy buenas y que está entre sus mejores trabajos o que los tiene mucho más inspirados. No. Es algo que va mucho más allá y que deriva de su condición de Artista (con mayúsculas). Hay cantantes, intérpretes, creadores y contadores de historias a los que he escuchado más y con los que he disfrutado tanto como con él, pero lo de Nick es especial. Y así me enfrento a escribir un ratito sobre Henry’s dream, con muchísimo respeto y esa sensación de estar entrando en un territorio sagrado. Porque hay muchos artistas íntegros, sinceros, pero Cave es algo más; mucho más, en realidad. Es el más puro de los creadores, el que contiene un cero por ciento de impostura cuando se pone ante el cuaderno, el que se sube a las tablas y no está actuando, el que escribe sobre emociones, anhelos, sobre la vida, la suya y, al final, sobre la de todos.

En cierta ocasión, tenía que elegir sus cinco mejores discos y desistí. Y miren que es un juego inocente y que nos gusta a los fans, pero con el australiano todo es más complicado. ¿Cuál es el mejor Nick Cave? Para algunos es el punk indomable que se destrozaba las rodillas en aquellas ceremonias salvajes al frente de Birthday Party, para otros la continuación, casi natural, que supusieron sus primeras andanadas liderando a los Bad Seeds, pero ¿acaso se puede comparar aquello con las canciones al piano y esa faceta de crooner oscuro con el que muchos le empezamos a admirar? Todo es Nick Cave. Es una obra entera, difícil de dividir en partes y, en cualquier caso, poco susceptible de ser tratada como la de un artista pop, así, sin más.

Pero aquí estamos en 1992 y, por no remontarnos al kilómetro cero, vamos a dotar a estas líneas de un contexto mucho más limitado, más modesto si se quiere, pero que explica algunas cosas. Apenas tres años antes, Nick había decidido marcharse lejos. Era mucho tiempo, demasiado, acumulando excesos y abuso de drogas, y había llegado el momento de huir de todo aquello. La decisión le llevó a Sao Paulo y allí, en Brasil, encontró cierta tranquilidad y, con ella, el amor.  Su nueva situación personal, su estabilidad sentimental, tuvo su peso en The good son, un disco inusualmente tranquilo si lo comparamos con sus anteriores grabaciones. Son los años en los que empezamos a ver a un Cave elegante, sí, también hablamos de los trajes que le dan una nueva imagen en consonancia con sus nuevas canciones de amor interpretadas al piano.

 

Dejando atrás las aguas mansas

¿Demasiada tranquilidad para Nick Cave?  Tal vez, algo así pasó por su cabeza antes de encarar la grabación de Henry’s dream, el que iba a ser su séptimo disco de estudio con los Bad Seeds y que supuso, en cierto modo, su vuelta a los orígenes. Obviamente, no iba a alcanzar ya la fiereza de sus primeros pasos, pero sus nuevas canciones se alejaban de los paisajes tranquilos que se disfrutaban en su anterior elepé. Para la ocasión, cuenta con Mick Harvey, su viejo compinche desde los Birthday Party, el gran Blixa Bargeld y Thomas Wydler, una alineación a la que se suman como novedades Martyn P. Casey y Conway Savage.

¿Qué podemos decir? Pues que se trataba de un lujo de grupo. Siempre ha sido así con Nick, pero en aquel preciso instante, hace treinta años, se encontraban en un gran momento en sus ceremonias en vivo. Tan satisfechos estaban, que se decidieron a plasmarlo en disco al año siguiente con Live Seeds.

A decir verdad, aquella decisión la motivó también el descontento con el que Nick terminó la grabación de Henry’s dream. Satisfecho como estaba de aquellas canciones, al australiano le dejó muy frío —y mucho me temo que me quedo corto—  la labor en la producción de David Briggs, acostumbrado a trabajar con otro tipo de artistas —apunten aquí Neil Young— se sumó el hecho de que no terminó de captar la esencia de Cave. Esto desembocó en que el vocalista y Harvey acabarían remezclando un álbum que fue grabado durante los dos últimos meses de 1991.

Y había motivos de sobra para sentirse orgulloso del disco. Entran las guitarras acústicas y la voz de Nick cuenta más que canta, gana en desgarro igual que lo hace la historia de “Papa won’t leave you, Henry”.  Los coros nos dan la bienvenida en “I had a Dream, Joe”, antes de que Cave se desboque. Y ya no hay marcha atrás, todo es subida, no hay respiro. La calma, el juego con los tiempos, los vamos a encontrar en “Straight to you” que nos demuestra que no todo lo incorporado en ”The good son” se ha quedado en el olvido.

“Brother, muy cup is empty”, recupera la furia del comienzo del disco y “Christina the astonishing” nos sumerge con sus teclados en un viaje de belleza cruda, antes de que “When I first came to town” arrase con todo a base de intensidad. Y no, no es una de las canciones de las que más se hable, pero contiene una de las mejores interpretaciones del jefe de los Bad Seeds. Igual que “John Finn’s wife”, que recupera al contador de historias, al narrador descarnado que conmueve a golpe de rock. Las dos últimas son, también, cosa seria. La bellísima “Loom of the land’ y la soberbia “Jack the ripper” y ese blues punk que no puede dejar el disco más en alto. Enorme.

 

Un disco plagado de historias duras

El álbum contiene, en su plano lírico, el habitual paseo de Cave por el pecado, la violencia, las historias tradicionales truculentas, el adulterio, el alcoholismo… y todo bañado por una capa de agresividad, que nos recuerda que el Nick macarra solo había estado descansando, que no se había ido para siempre. El disco vio la luz el 27 de abril y fue, en líneas generales, bastante bien recibido por la crítica y unos fans que, en algunos casos, habían arqueado las cejas al escuchar su anterior elepé. Yo, con todas las dificultades que tengo para juzgar su música y de lo que ya he hablado, coloco el disco a la altura de su predecesor y a ambos, por debajo del excelso Let love in, que llegaría a las tiendas en 1994.

Y no sería la última obra maestra de Nick Cave. Desde entonces ha firmado unas cuantas. Su discografía es colosal y su obra, que va más allá de la música para llegar a la literatura o el cine, casi inabarcable. Y sí, sin entrar en muchos detalles, los últimos años han sido especialmente duros en su vida. Su obra, lejos de resentirse, ha vivido momentos brillantes, emocionantes.  Ha perdido dos hijos —duele incluso escribirlo— y ha documentado ese dolor, el duelo, a través de su arte.

Pero la cosa va mucho más allá de intentar mitigar las heridas a través de la creación. En su caso, lo que ocurre es que vida y arte ocupan el mismo sitio. Él vive en ella, no la utiliza, es su forma de expresarse, de comunicarse con el mundo. Sus fronteras, los límites entre uno y otra —arte y vida—  se confunden y el resultado es el artista puro del que hablaba en las primeras líneas. Es algo tan complejo que es muy difícil describirlo con palabras y, en todo caso, yo no me siento capacitado; es algo que se siente. Escuchen este disco y toda su discografía; y, por supuesto, también ese Ghosteen, escrito tras la primera de sus dos grandes tragedias, que explica muchas cosas. Porque nadie mejor que él para hacerlo.

– Anterior entrega de 30º Aniversario: Hollywood town hall (1992), de Jayhawks: el despegue de Olson y Louris.

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