Hank Williams, el Grand Ole Opry y la polémica de una «expulsión permanente»

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COWBOY DE CIUDAD

«Williams debutó ante los micrófonos del Opry el 11 de junio de 1949, y fue tal la euforia que desató que tuvo que salir a interpretar hasta seis bises»

 

En su sección de música country y raíz norteamericana, Cowboy de ciudad, Javier Márquez se adentra esta semana en una vieja reivindicación que ha vuelto a ponerse sobre la mesa: la readmisión póstuma de Hank Williams en la célebre institución del programa Grand Ole Opry.

 

Una sección de JAVIER MÁRQUEZ.

 

El melodrama y la música country combinan a la perfección, y cuando hablamos de una de las grandes leyendas del género, si no la mayor, el asunto adquiere tintes épicos. De hecho, hay quien ha llegado a definir el 11 de agosto del 52 como «el día de la gran infamia» de la música country. En esa fecha, el icónico Hank Williams recibió una notificación que le informaba —al parecer en un tono bastante despectivo— de que no volvería a ser contratado para actuar en el Grand Ole Opry, un programa de radio de Nashville (Tennessee) que había sobrepasado con mucho esa mera condición para convertirse en una verdadera institución musical. Dos días antes, Williams no se había presentado para una actuación ya programada, y no era la primera vez que fallaba. Su alcoholismo galopante llevaba tiempo ya jugándole malas pasadas que le llevaban a protagonizar episodios vergonzosos ante el público, o directamente a dejarlo colgado.

Dado el revuelo que provocó la noticia, la dirección del Opry se apresuró a aclarar que la expulsión de Williams como miembro de la institución en ningún caso se planteaba de manera definitiva, sino más bien como un tirón de orejas: si el cantante y compositor se reformaba y reconducía su vida, lo recibirían con los brazos abiertos. El problema es que no tuvo tiempo: cuatro meses después, en el día de año nuevo de 1953, Williams apareció muerto en el asiento trasero de un Cadillac descapotable, aparcado junto al diner de una gasolinera de Oak Hill (Virginia Occidental). Iba camino de un concierto en Canton (Ohio) y las intensas nevadas le impidieron volar. Dado su delicado estado de salud —efectos del alcohol y las pastillas aparte—, decidió pagar a un estudiante para que lo llevase en coche. El joven se detuvo para comer algo. «No tengo hambre. Cena tú», fueron las últimas palabras que escuchó de labios de Hank Williams, que se acurrucó en el asiento trasero, enfermizo, para dormir un poco. Al volver, el chico se encontró con su cadáver.

La autopsia de Williams estableció, sin más detalles, que murió por un fallo cardíaco. Nada decía de su adicción a los analgésicos —morfina e hidrato de cloral incluidos—, que tomaba para sobrellevar el dolor que le provocaba su espina bífida oculta. Tampoco de la gran cantidad de alcohol que debía correrle por las venas y que mezclaba de manera natural con la medicación. Sí apuntaba la autopsia una contusión en un brazo y varios hematomas recientes en la ingle, consecuencia de la última de muchas peleas con la que se había encontrado el cantante después de mucho buscarla. Sin duda aquel Hank Williams distaba mucho de ser el modélico artista que el Grand Ole Opry quería tener por miembro.

 

La catedral de la música country

El 28 de noviembre de 1925 George D. Hay presentó la primera emisión de Grand Ole Opry, un programa de radio de música country que nacía en la WSN de Nashville con vocación de proporcionar alegres melodías para que sus oyentes pudieran bailar. Poco a poco fue convocando a lo más granado del género, hasta convertirse en uno de los escenarios más longevos y reverenciados. Con sede en el Ryman Auditorium —de donde solo se ausentó durante los años de mayor deriva de identidad del género—, cada show consiste en la actuación de varios artistas invitados junto a varios miembros del Opry. Una vez que el comité pertinente elige a un nuevo músico para formar parte del Opry, este es invitado a ingresar durante una emisión en directo, normalmente a cargo de un miembro veterano que ejerce de padrino. Ser invitado a convertirse en miembro del Grand Ole Opry es considerado uno de los mayores honores de la música country, y el Ryman Auditorium, un lugar de peregrinación imprescindible para cualquier aficionado al género.

 

«Nadie quiere que el viejo Hank robe su sitio a un nuevo artista, pero sí que se reconozca su influencia restituyéndole a título póstumo»

 

Como casi toda institución, el Opry es bastante estricto —a veces rancio— con su reglamento, que establece el número de actuaciones mínimas anuales para los miembros (12 actualmente, en los sesenta eran 26). En la actualidad, el Grand Ole Opry cuenta con 68 miembros, y han sido un total de 213 a lo largo de su historia. El último ingreso fue el de Rhonda Vincent, invitada por Jeannie Seely en la emisión del pasado 28 de febrero (aunque la ceremonia de introducción ha tenido que ser pospuesta como consecuencia de la crisis del coronavirus). A excepción de que quebrante previamente el reglamento, un artista no deja de ser miembro del Opry hasta que fallece. Y así llegamos a la polémica alrededor del caso de Hank Williams.

 

Reinstate Hank

A lo largo de los años, sobre todo a raíz de la corriente de los nuevos tradicionalistas de mediados de los ochenta, ha resurgido varias veces la cuestión de la necesidad de reinstaurar a Williams como miembro del Grand Ole Opry. El argumento es rotundo: no solo hablamos de un artista fundamental en la historia de la música en general —«Antes de Elvis no había nada», dijo Lennon, pero sin Williams, no hubiese habido Elvis— y del country en particular, sino que, además, sus actuaciones en el sacrosanto programa de radio fueron fundamentales para asentar la popularidad del mismo. Williams debutó ante los micrófonos del Opry el 11 de junio de 1949, y fue tal la euforia que desató su actuación que tuvo que salir a interpretar hasta seis bises.

Años atrás, en 2003, el nieto de Williams, el también cantante Hank Williams III puso en marcha el movimiento Reinstate Hank, con el que lleva recogidas ya más de 60.000 firmas digitales y otras tantas físicas, en el libro que suele llevar para tal fin durante sus giras. Recientemente Hank III volvía a agitar el avispero con ocasión del cambio de dirección en el Grand Ole Opry. Dan Rogers tomaba el relevo de Sally Williams (sin parentesco con nuestro protagonista) al frente de la institución musical, y como viene ocurriendo con cada nuevo cambio de dirección, se desataron las especulaciones sobre si esta supondría por fin una revisión de la «causa Williams».

Sin embargo, en una entrevista con Rolling Stone, el nuevo general manager del Opry se ha mostrado bastante claro: «Si Hank estuviera vivo, no me cabe ninguna duda… Esperaría que volviera al Opry y le recibiríamos con los brazos abiertos. Lamentablemente, esto es imposible». Rogers va más allá y añade: «No hay una sola noche del Opry en la que no se sienta su influencia. Y hay muchos, muchos, muchos programas en los se interpretan sus canciones». Y con ello, Rogers vuelve a enrocarse en el argumento de sus predecesores: solo artistas vivos pueden ingresar como miembros en el Grand Ole Opry. Por su parte, Hank III y quienes le apoyan tienen claro que nadie quiere que el viejo Hank robe su sitio a un nuevo artista, pero sí que de algún modo se reconozca su influencia restituyéndole a título póstumo, dado que no tuvo tiempo a intentarlo mientras siguió con vida.

 

Un debut de seis bises

Hiram King Williams (Mount Olive, Alabama, 1923) había empezado a tocar la guitarra a los ocho años, y desde entonces todo en su vida sucedió de manera precipitada. Pasó de limpiar zapatos y vender cacahuetes siendo solo un niño a cantar en tugurios de mala muerte con tan solo 14 años. Tenía 25 cuando, el 11 de junio del 49, subió al escenario del Ryman Auditorium —ya como Hank Williams— para plantarse ante el micrófono del Grand Ole Opry acompañado por sus Drifting Cowboys.

Con su guitarra en las manos y tocado con su característico sombrero Stetson grácilmente ladeado, entonó “Lovesick blues”, la canción que le había llevado a lo más alto de las listas de country. El público enloqueció, y la electrizante actuación siguió con “Mind your own business”. Fin de su segmento, salen del escenario. Pero los aplausos y vítores del público obligan a Williams y sus músicos a salir a cantar de nuevo. Una vez, y otra, y otra… Después de seis bises, los responsables del Opry tuvieron que apaciguar al respetable y pedirle continuar con el programa previsto, para dar cabida al resto de los artistas.

 

 

Muchos de los músicos presentes entre el público, como Porter Wagoner o Little Jimmy Dickens, coinciden en definir aquella velada como «la noche más memorable de la historia del Grand Ole Opry». Tras ella vendrían muchas más en los siguientes tres años, la mayoría igual de triunfales. Hasta que la combinación fatal de alcohol y morfina terminó por «romper la relación» entre el artista country más influyente de la historia y el escenario que habría de servir de trampolín a las nuevas generaciones que soñaban ser como él.

En septiembre de 1952, a mitad de camino entre su expulsión del Opry y su muerte anunciada, Hank Williams publicaba una última canción con la que despejaba cualquier asomo de duda sobre su futuro: “I’ll never get out of this world alive” (“Jamás saldré vivo de este mundo”). La canción expone en primera persona el lamento de un hombre que está empezando a perder la cordura debido a las dificultades que ha tenido que afrontar a lo largo de su vida. Admite que ha cometido errores, pero también se asombra de la mala suerte que le ha perseguido. Siente que la vida es injusta con él, como si hubiera hecho algo malo para merecer el castigo que está padeciendo: «No me preocuparé por las arrugas en mi frente / porque nada va a salir bien de ninguna manera. / No importa cuánto luche y me esfuerce / jamás saldré vivo de este mundo».

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