Gustavo Cerati: El ascenso de un ángel eléctrico

Autor:

gustavo-cerati-06-09-14-a

«Fueron influencia inmediata para un sinnúmero de bandas y giraron ininterrumpidamente hasta por ocho meses sin regresar a casa»

 

Desde Bogotá, Umberto Pérez nos explica lo decisivos e influyentes que resultaron Soda Stereo y Gustavo Cerati en el rock latinoamericano desde los años ochenta.

 

Texto: UMBERTO PÉREZ.

 

He empezado a escribir este texto de homenaje cinco veces con un párrafo diferente. Primero enfocado en cómo la música de Cerati integró un continente, después en las últimas noticias relevantes que tuvimos de él: su accidente cerebrovascular y su muerte, también pensando en su incuestionable genio artístico y en las veces que lo vi en directo en Bogotá. Pero línea tras línea una imagen, un recuerdo personal tan poderoso como vacuo, me bloquea todas las demás opciones de salida. Obedezco entonces a esa pulsión de mi memoria.

Un sábado de mayo de 1995 en un parque de mi barrio, mi hermano Andrés y yo nos encontramos reunidos con varios amigos, va cayendo la tarde y después de partir, saliendo del parque nos tropezamos con un cedé abandonado. Es normal que, ocasionalmente, uno encuentre monedas en la calle, hasta billetes o llaves, pero no era nada normal en ese entonces, teniendo en cuenta los precios de los discos, que uno diera con un disquito plateado que reflejaba el arco iris. Estaba solo, sin caja plástica ni su librillo respectivo, tirado en medio del asfalto. Andrés lo levantó sin mayor entusiasmo, solo por curiosidad, podía contener cualquier cosa, vallenato, merengue o música de cantina, que en ese momento no me interesaba en lo más mínimo, incluso podía ser un CD-Room. Pero no. Cuando mi hermano le dio la vuelta para ver de qué se trataba juntos leímos: Soda Stereo, y abajo entre comillas “Dynamo”.

Hasta ese instante la música de Gustavo Cerati no había capturado mi atención aunque siempre había estado presente en la radio, en las fiestas, en la televisión y en todas partes, solo que yo estaba interesado en sonidos, digamos, más clásicos. Pero no así América Latina. Desde mediados de los años ochenta del siglo pasado, Soda Stereo, el grupo conformado por Cerati, Charly Alberti y Zeta Bosio en 1982, había despertado a la región y protagonizaban un momento de muchísima esperanza.

En 1986 Latinoamérica era una región desintegrada y aburrida en donde cada país intentaba resolver sus peores asuntos (dictaduras, conflictos internos, narcotráfico, pobreza, desastres naturales, etc.) como bien pudiera. Una nueva generación de jóvenes había sido testigo de momentos muy oscuros y estaba dispuesta a propiciar un cambio que acompañarían con una música que, por primera vez, asumían como propia, de todos: el rock hecho acá, con Soda Stereo como artífice y punta de lanza.

La aparición de decenas de bandas de rock influenciadas por la new wave en todo el continente y España captó el interés de las casas discográficas y los grandes medios de comunicación, acostumbrados siempre a redituar hasta en lo perdido, bautizaron este fenómeno como “rock en español”, una moda horrorosa que dejó lo mejor del rock nacional de cada país en sus propias tierras y exportó lo más obvio y menos interesante.

Pero Soda Stereo iba adelante, en 1987, con tres disco editados, eran los reyes del rock continental desde el Río de la Plata hasta más allá del Río Bravo. La Sodamanía recordaba a la Beatlemanía: histeria juvenil materializada en hordas de adolescentes persiguiendo los automóviles en los que iba Soda, desmayos, llanto colectivo y multitudes agolpadas primero en discotecas y teatros pequeños, luego en coliseos y plazas de toros y, finalmente, en estadios.

Soda Stereo primero conquistó a Argentina, una nación que salía de una pesadilla militar dispuesta a celebrar la vida. El primer álbum de la banda, homónimo, coincidía con la Primavera Alfonsinista, el regreso de la democracia al país austral y marcaba un punto y aparte en la historia del rock argentino. La solemnidad le cedía el paso a una frescura eléctrica y contagiosa que invitaba al goce; un periodo del que Cerati y su banda, junto a otras como Virus, Twist y Los Abuelos de la Nada eran líderes indiscutibles, marcando la pauta tanto en lo sonoro como en lo estético: influencias innegables como The Police, The Cure, los Beatles y, un componente eminentemente local pero elemental en las canciones compuestas por Cerati, Luis Alberto Spinetta. Después ascendieron Los Andes y conquistaron el resto de América Latina.

La difusión de los sencillos de sus siguientes trabajos “Nada personal” y “Signos” en Chile, Uruguay, Colombia, Perú, México, Ecuador y Venezuela los convirtió en estrellas de rock en todo el sentido de la expresión. Fueron influencia inmediata para un sinnúmero de bandas y giraron ininterrumpidamente hasta por ocho meses sin regresar a casa, tocaron en las ciudades más importantes de cada país y también en ciudades intermedias. Soda Stereo llevó su música a cada rincón del continente que pudo, y su música grabada llegó y caló en los rincones en los que la banda no pudo tocar.

Pero ¿por qué? Quizás un solo ejemplo sea suficiente: en su segundo álbum aparecía una canción que no solo define el sonido de la banda y el imaginario de Cerati sino que recrea de forma exitosa el espíritu mestizo de América Latina, ‘Cuando pase el temblor’ es pop andino, eléctrico, electrónico, sofisticado, sensual y surreal; es un himno continental.

Cada disco de Soda Stereo que sucedió a su anterior fue superior, como su reconocimiento, hasta que llegaron a la cima con el monumental “Canción animal” de 1990 y, consigo, el cansancio. El grupo probó experimentar y editó “Dynamo” un álbum incomprendido por la masa pero que, sin duda, fue decisivo para nuevas generaciones de grupos de rock latino como Babasónicos, Lucybell y Zoé. Luego, una pausa llevó a Cerati a probar en solitario y en compañía de amigos como el excelente músico Daniel Melero, autor del himno de Soda Stereo, ‘Trátame suavemente’.

gustavo-cerati-06-09-14-b

«Aunque la carrera solista de Cerati generó controversias y desplantes entre algunos de sus seguidores, la calidad y el ingenio se mantuvieron intactos»

La distancia le otorgó a Cerati confianza y libertad, pero volvió para grabar un último disco en estudio con su banda en 1995, “Sueño stereo” se convirtió en otro clásico, el último álbum del grupo, el último editado en vinilo. La gira de promoción del disco destaparía las heridas ocasionadas por el cansancio y la convivencia durante quince años. En 1997 Soda Stereo llegaría a su final con una última gira que únicamente pasaría por cuatro países y dejaría a miles de aficionados con ganas de decir adiós.

Dos años después Cerati retomaba su proyecto solista que tan buen sabor de boca había dejado entre sus seguidores, los discos “Colores santos”, grabado junto a Melero en 1992, y “Amor amarillo” en 1993, fueron sucedidos en 1999 por “Bocanada”, un álbum que traspasaba los límites del coqueteo para abrazar, con convicción plena, todas las posibilidades de la música electrónica, que acentuaría aún más en proyectos paralelos como Plan V, Ocio y Roken en donde solo reinaron las máquinas.

Aunque la carrera solista de Cerati generó controversias y desplantes entre algunos de sus seguidores, la calidad y el ingenio se mantuvieron intactos. Era rock electrónico pero no por ello menos orgánico, al fin y al cabo, sugería Cerati, la máquina también es activada por el hombre. “Siempre es hoy” de 2003 le granjeó más seguidores en su nueva etapa, que se vio interrumpida por una trombosis que lo obligó a descansar y a parar de fumar en 2006, un primer aviso. Ese mismo año regresaría al rock más clásico con el álbum “Ahí vamos”, que lo juntaría con amigos de la fase primigenia de Soda Stereo como el guitarrista Richard Coleman y el baterista Fernando Samalea. Ese álbum, que quizás contiene las letras menos elaboradas de toda su obra, lo llevaría de nuevo a presentarse ante las multitudes habituales de su banda legendaria; el terreno para un regreso de Soda estaba abonado y era fértil.

Cerati, Bosio y Alberti volvieron a juntarse y a tocar en estadios para decenas de miles de personas diez años después de su último concierto en el estadio de River Plate. Habían pasado 25 años de la fundación de Soda Stereo y tres generaciones de seguidores latinoamericanos esperaban por volver a escucharlos en directo o hacerlo por primera vez. Cerati encontraría la excusa perfecta para el regreso del grupo: quería que sus propios hijos vieran a tocar Soda. Una vez más el continente se rendía a los pies de la banda que, de alguna manera, le otorgó identidad y unidad, al menos en el plano musical.

En 2009 Cerati retomaba su camino en solitario con un álbum luminoso, “Fuerza natural”, con el que, una vez más, ponía su propia vara de medición en un nivel muy alto; lisérgico, sónico, brillante, rústico, vital y combustible, sobre todo eso, vital y combustible, como lo vi en 2006, en 2007 con Soda Stereo por única vez, y en 2010 en Bogotá, dos días antes de su accidente cerebrovascular en Caracas, justo después del que sería su último concierto.

Pienso en aquel disco de Soda Stereo que encontró tirado mi hermano en un parque de nuestro barrio, y me resulta muy difícil entender cómo un acontecimiento tan escueto como ese puede significar tanto y nada al mismo tiempo. Y vuelve a surgir la pregunta que tantas veces me he hecho durante las últimas horas, ¿Qué habría pasado conmigo si ese disco no hubiese estado allí? No asoma ni un ápice de respuesta y prefiero que así sea. No tengo la certeza de que ese disco me haya dado una perspectiva diferente de la música, solo sé que las canciones de Gustavo Cerati me hicieron feliz. Y no fui el único.

Artículos relacionados