Guadalupe Plata, el arte de lo honesto

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«Uno de los grupos más curiosos, con proyección internacional, que nos ha dado la escena estatal»

 

Manolo Tarancón se sumerge en una de las bandas que más ha dado que hablar en los últimos años, Guadalupe Plata, un trío de Úbeda que parte del blues hacia un lugar propio que está conquistando dentro y fuera de nuestras fronteras.

 

Texto: MANOLO TARANCÓN.
Foto: EVERLASTING RECORDS.

 

Desde Úbeda, este trío sigue sumando discos y experiencia a su carrera partiendo del blues hacia un mundo tan apasionante como inclasificable. Guadalupe Plata son un claro ejemplo de camino a seguir cuando se cree en lo que se hace, sin más pretensiones que hacer lo que quieren y pasarlo bien tocando. Uno de los grupos más curiosos, con proyección internacional, que nos ha dado la escena estatal.

Guadalupe Plata siguen a lo suyo. Como al principio. Misma formación, mismas ganas y ese empaque sonoro tan marca de la casa que ya nadie puede discutirles en autenticidad. Aunque han ido sumando y ganándose el respeto a medida que sus discos se han ido publicando, siguen sintiéndose cómodos girando por los circuitos de salas de mediano aforo por todo el país, algún que otro festival y sin hacer demasiado ruido mediático tocando en países donde ya cuentan con un público fijo rendido a su show y sus canciones. Pocos grupos españoles pueden presumir de girar con éxito por media Europa, Estados Unidos y Latinoamérica. O asumir con orgullo que cuentan con Iggy Pop entre sus acólitos, como bien anunciaban en su propia web hace unos meses, entusiasmados por haberles pinchado en su programa de radio para la BBC.

Lo suyo es la escena underground, de eso no cabe duda. Su blues-rock arenoso, oscuro, casi cavernario se entremezcla a la perfección con unas extravagantes letras que nada tienen que ver con el clásico universo lírico del género. Solo en su último disco, de un total de cinco homónimos editados (pasan totalmente de titularlos, no les gusta), han añadido sonidos e instrumentos a la fórmula de batería, guitarra y una curiosa forma de plantear el bajo que siguen defendiendo en directo y que les ha marcado desde el principio. Ese toque de elementos de percusión como la clásica botella de anís, la bandurria o sonidos añejos grabados de manera orgánica. Y lo han hecho a su manera, sin exagerar ni escapar de su honesta fórmula. Se mueven cómodos en el blues y el boggie, hasta en la forma de cantarlo, con ese falsete final (“Maricarmen”, precisamente de este último trabajo) siempre desde un aspecto muy personal y peculiar.

 

 

Porque hasta ese momento, en 2018, fecha de su último disco, y desde sus inicios, su propuesta no ha virado lo más mínimo, ni siquiera lo han pretendido, por mucho que nos preguntemos cómo pueden proponer ese sonido con un formato tan clásico. Su música transporta a las raíces y también consiguen sugerir imágenes de esa España rural tan denostada a la que no podemos renunciar, aunque solo sea por el peso de la propia historia, o por ser parte de nuestra identidad, según las creencias de cada uno. Lo que ellos mismos denominan la España profunda, recordándonos películas icónicas como Los santos inocentes. ¿No recuerda su tema “Milana” precisamente a esto? Se incluye en su disco de 2013, con videoclip protagonizado por Silvia Vacas que nos transporta a un escenario freak recordándonos pasajes oníricos con tintes de las películas de vampiros.

 

Señas de identidad

Las atmósferas, las intensidades, ese acompañamiento sonoro que suena a misterio y oscuridad son sin duda su sello. Su empaque a la hora de tocar es algo de lo que no muchas bandas pueden presumir. Un perfecto dominio de la guitarra y del slide de su guitarrista y cantante, autor de las letras, Pedro de Dios, con Carlos Jimena a la batería (un set sencillo de bombo, caja, timbal base, tom, charles y ride) y Paco Luis Martos a las frecuencias graves interpretadas con distintas fórmulas en forma de palo y barreño, y en los directos sumando una segunda guitarra eléctrica cuando es necesaria. Sin esperar demasiados aspavientos ni shows edulcorados en el escenario: lo suyo es estar concentrados en la música, en lo que hacen.

Ya en su primer epé, allá por 2009, proponían cosas interesantes, aunque su inigualable personalidad llegaría en su primer largo, dos años después, totalmente autoeditado, con joyas como “Lorena” o “El boogie de la muerte” que encaja a la perfección con “Rai”, su siguiente pista. Un disco que contó con un total de tres productores: Paco Loco, Maxi Ruiz y Pablo Sánchez. Originales hasta para estos detalles, seguramente (una vez más) sin pretenderlo.

 

De Yupanqui a Bambino

No escatiman versionando, siempre a su manera y llevándolas a su terreno, canciones populares. En esta parte podríamos destacar la famosa “Calle 24”, o la gran tensión rítmica y una cuidadísima línea de guitarra cercana al spaghetti western en “Qué he sacado con quererte”, original de Violeta Parra, que abre su penúltimo disco de estudio. Se atreven con Atahualpa Yupanqui en “La pared” y con Bambino y “La vasija”, temas descartados en uno de sus discos y rescatados en un single en octubre de 2013, disfrutables en su propio Bandcamp. Ambos temas son un homenaje a sus ídolos de la infancia (cito sus propias líneas explicativas). A ello le suman, además, la colaboración a la armónica de un grande del blues como Walter Daniels.

Por eso no es tan descabellado que hablen de la influencia de Dr. John en “Gris-gris” en su último trabajo. Ese viraje, ese paso desde Violeta Parra hasta el propio Dr. John pasando por Bambino y Yupanqui no son fruto de la casualidad, sino ejemplo sintomático de su cultura hacia la música popular, más allá de que desarrollen un género que podríamos abordar como concreto. Esa voz marcada por el timbre y el efecto que rara vez gira hacia otros registros (en pro de una letra como la de Violeta Parra, por ejemplo). Llevar a otros estilos su propio cancionero favorito no es tarea fácil, y menos en el género que nos ocupa.

 

Obsesión animal

Sus letras parecen versos alucinados al que se llega a renunciar a buscarle el sentido, no porque no lo tenga sino por el propio universo de su autor, tendiendo a unir versos en una estrofa constantemente repetida. Su obsesión por los animales no solo es patente en sus portadas, también en sus canciones. La predilección por las ratas (gran referencia al hablar de la España profunda) puede utilizarse en el sentido del término. Tanto en su tema “Rata” (“Maldita rata malnacida /no te comprendo/ vengo a escupir sobre tu tumba/ zapatearé sobre tus huesos”) del mismo modo que para metaforizar el amor en “Huele a rata”: “Ahora agarra ese puñal/ no lo dejes de mover/ tu amor me huele mal/ me huele a rata”, donde solo cambia en otra estrofa el segundo de los versos. Toda una declaración de intenciones. Lo mismo les pasa con las serpientes, recurrentes en los títulos de los temas tales como “Serpiente negra”, “Como una serpiente” o “Duermo con serpientes”, que sirvió como single de presentación de su último disco. Su cancionero está repleto de referencias animalísticas, como en el caso de la alucinada “Lobo aullador”, la intensa instrumental “Paloma negra”, la cruda “Pollo podrío” o la enérgica “Gatito” de su disco de debut.

 

 

Salvo en su último trabajo, que les ocupó un poco más de tiempo en el estudio (algo más de dos semanas), habitualmente despachan las grabaciones en un par de días o máximo tres, en escasas tomas y tocando a la vez. Lo necesario para dotar a las canciones de un traje que podrá defenderse en directo sin demasiados problemas. Otro ejercicio de honestidad que nos lleva a lo que acaba siendo Guadalupe Plata: un proyecto de tres músicos que llegan de Úbeda volcados con la música que les interesa (como no puede ser de otra manera) con una gran coherencia a la hora de plantear las cosas y sumergirse en un mundo onírico, alucinado, pantanoso, lleno de blues oscuro del que no han querido salir tras más de diez años en la escena. Saben de sobra que son un grupo de género y cuál es su camino. Sin más aspiraciones que la sinceridad y las buenas canciones, fieles a un sello como Everlasting Records que les edita desde su segundo disco de estudio en 2013.

Tanto da (o no) que hayan ganado premios a lo largo de su carrera. Podríamos citar el Impala a mejor disco europeo o el de mejor artista, directo y disco rock del año en los Premios de la Música Independiente, todos ellos en 2013. Parece no despistarles en la labor de seguir labrando un camino tan firme como interesante a una fórmula que ellos mismos llaman “involución”, partiendo del blues más puro y llevándoles precisamente al sitio que les da la gana. A un mundo oscuro, espectral, misterioso, terrorífico por momentos. Onírico y a la vez histórico, sin renunciar a las raíces. A una España profunda que conocen muy bien y la trasladan a sus canciones. Si eso es la involución, queremos más.

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