Ghosteen, de Nick Cave & The Bad Seeds

Autor:

DISCOS

«Una creación mayúscula»

 

Nick Cave & The Bad Seeds
Ghosteen

BAD SEED / POPSTOCK!, 2019

 

Texto: FERNANDO BALLESTEROS.

 

Existe un clásico en la reseña discográfica: ese que habla de un disco, como una obra que crece con el tiempo, con las escuchas, que requiere toda la atención y bastante tiempo, vaya, todo lo que hoy más escasea, en demasiadas ocasiones a la hora de enfrentarnos a una nueva referencia. Algunas veces, ese clásico esconde a un crítico que, en el peor de los casos, no quiere reconocer que el título en cuestión no le ha convencido. Bueno, pues permítanme que tire de ese recurso que tantas veces me he encontrado en el camino para intentar situar en toda su dimensión y hacer justicia a un elepé como Ghosteen.

El gran Nick Cave, acostumbrado a hablar de dolor, de redención, de sentimientos y hacerlo a pecho descubierto, esta vez ha tenido que redoblar la apuesta. La pérdida de un hijo adolescente, el dolor, el duelo, el intento de superarlo, ese agarrarse a una fe que ni siquiera existe, están presentes en un disco que, más allá de consideraciones y me van a perdonar que adelantemos el juicio, emerge al final de la experiencia que supone su escucha como una creación mayúscula. Y aquí no se trata de darle cinco o seis escuchas, que también, no, es más, una cuestión de años. Su paso le va a hacer justicia aeste ejercicio de un autor de los que no se guardan nada y, sobre todo, no lo esconden. Lo que ven es lo que hay, y en el caso de Cave siempre es mucho. 

Su mundo, siempre presente en su obra, se vino abajo en julio de 2015. Un accidente segó la vida de uno de sus gemelos adolescentes. Cuatro años después parece conjurar definitivamente todo ese dolor que no le ha abandonado — ni lo hará— poniéndolo de la forma más cruda, sin artificios, delante de nuestras narices. 

Los Bad Seeds esta vez tienen un protagonismo muy limitado. Torrencial en emoción y sentimientos, Ghosteen es parco en instrumentación, un paisaje de fríos sintetizadores en los que brilla por su ausencia cualquier ornamento. Sí, Warren Ellis compone mano a mano con su viejo compinche y las malas semillas están en los créditos, pero cuesta encontrar su huella.

El disco es doble y consta de dos partes. La primera, «Los niños» tiene ocho canciones, la segunda «Los padres» están compuesta en realidad por dos larguísimas piezas a las que da continuidad un texto recitado. En el conjunto de su carrera, Ghosteen es la culminación de un período que comenzaría en Push the sky away y que tendría su continuidad en Skeleton tree, en el que ya le escribía a la pérdida de su hijo. En el recorrido vital del australiano, y me van a permitir la simplificación, el album supondría la aceptación de la pérdida. 

Con los Bad Seeds contenidos, como si estuvieran respetando a un protagonista que reclama la atención y la austeridad formal como forma de expresión, domina la escena de una forma magistral la impresionante voz de Cave. Emocionante, interpretando como nunca, variando registros, llevándonos de paseo por el mayor número de estados emocionales en el menor tiempo posible, la garganta de Nick alcanza niveles casi imposibles de igualar.

Llegados a este punto, me gusta preguntar por las canciones. Y responderme. Pero este no es un disco al uso. Lo que contienen estos surcos va mucho más allá de señalar la excelencia de la épica de «Sun forest», la intensidad de «Hollywood»… podría seguir con otros títulos, pero no hace falta. Aquí, de lo que se trata es de dedicar setenta minutos a un disco excepcional, a una obra de arte. Estudiarla, captar sus matices, intentar comprender lo que pasó por la mente de su creador, lo que ha querido comunicarnos y lo que ha supuesto en el camino hacia la superación o, al menos, asimilación de un dolor infinito. No, no es un disco fácil. No tuvo que ser fácil componerlo e incluso grabarlo y no es uno de esos elepés para poner de fondo mientras haces cualquier otra cosa o para escuchar a ratos.

Ghosteen no es música de efectos inmediatos. Es posible que tarde en provocarlos y que todavía no hayamos calibrado bien su magnitud. Hay que leer y releer sus textos, intentar comprender lo que quiere expresar su autor. Puede que no sea el disco del año, pero igual se convierte en el de la década cuando pase un tiempo. Habrá que darle tiempo al tiempo. Cave se lo ha ganado y su disco más crudo, doloroso y sincero también. En eso hemos quedado. 

Anterior crítica de discos: All mirrors, de Angel Olsen.

 

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