Exile in Guyville (1993), de Liz Phair: la chica que replicaba a los dinosaurios

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TREINTA ANIVERSARIO

«Rock de rompe y rasga, con letras que hablaban abiertamente de relaciones sexuales. Y lo contaba una mujer. Y sin complejos, por supuesto»

 

Fernando Ballesteros regresa hasta la ópera prima de la cantante y guitarrista estadounidense, para recordar cómo cayó en el mundo, qué se esperaba de él y cómo se convirtió en uno de los primeros alegatos feministas del rock, sin pretenderlo. Un gran disco que, por desgracia, parece haber caído en el olvido.

 

Liz Phair
Exile in Guyville
MATADOR, 1993

 

Texto: FERNANDO BALLESTEROS.

 

La historia es esta: una joven aparece en el centro de la escena con su disco de debut, Exile in Guyville y, además de su valiente contenido, que de eso hemos venido a hablar, la autora tiene las narices de deslizar en alguna entrevista que la obra es una respuesta, tema a tema, al Exile on Main St. de los Rolling Stones. Desde luego, si lo que quería era plantarle cara a un mundo tan masculino como el del rock —recuerden, estamos en 1993—, no podía haber elegido una imagen más poderosa. Nadie ha representado nunca tan fielmente los estereotipos que han acompañado al rock and roll desde la noche de los tiempos. Frente a los chicos —ya talluditos— más famosos del mundo, la chica que se atreve con todo.

Si alguien se pregunta si el disco de Liz era realmente  una respuesta a la obra maestra de los Stones, me atrevería a contestar que eso es lo de menos; lo sustancial, en mi opinión, es que lo dijo y lo sostuvo, y quien quisiera podría comprobarlo y buscar las conexiones. Honestamente, pienso que lo dijo más como una llamada de atención, como una de esas bolas de nieve que van creciendo y sobre las que alguien escribe algo así como «la respuesta femenina al Exile de los Stones». Ella, por supuesto, recoge el guante y contribuye a alimentar la leyenda que llega hasta nuestros días.

Lo que se escuchaba desde el exilio, en el territorio de los chicos de Liz Phair,  era rock de rompe y rasga, con letras que hablaban abiertamente de relaciones sexuales. Y lo contaba una mujer. Y sin complejos, por supuesto. Ahí radica buena parte de la grandeza de un elepé como este. Liz maneja como nadie la primera persona del singular. Otras coetáneas habían comenzado a enarbolar banderas, es cierto, no estaba sola; pero lo que distinguía a Phair es que, al menos inicialmente, hablaba de ella. A veces ocurren estas cosas y es que, desde una propuesta menos ambiciosa, sin pretender representar a ningún colectivo, acabas trasmitiendo un mensaje más poderoso.  Nada de «hey, chicas, que se escuche nuestra voz, aquí estoy para vosotras», no; lo de Liz era más «esta soy yo, estas son mis historias y si alguien quiere identificarse con ellas, adelante». Y lo hicieron.

 

Llevando el feminismo a nuevos terrenos

Los textos que escribe Liz son explícitos, es un mensaje directo, sin adornos. Feminismo por la vía de los hechos, sin pedir permiso, como tiene que ser, vaya. Habla de sexo oral, relaciones tóxicas, pasajeras, y lo hace, en última instancia, sin perder la pizca de humor con la que hay que lidiar con todas las basuras de esta vida, aunque algunas vengan precedidas de diversión, deseo o anhelos de libertad frustrados.

El disco comienza con “6’1”, que suena como sonaba el rock en 1993, siempre con querencia ligeramente alternativa, guitarras fuertes y una base rítmica que te lleva, que te levanta, antes de que la voz de Phair entre con poderío. En la misma línea continúa “Help me Mary”, y no hablaré mucho más del sonido que nos acompaña en las dieciocho canciones del disco, porque no hay grandes sorpresas en el viaje. Sí que destacaré que “Glory” nos lleva ya de paseo por las letras que distinguieron a Exile y le dieron a su autora la vitola de pionera.

“Dance of the seven veils” es íntima y relajada, y la voz de Liz enseña nuevos matices hasta aparecer delicada y, por momentos, frágil. Los coros están en la puerta de entrada de ”Never said”. Y son brillantes. Y así todo el tiempo, pues es imposible resistirse a una canción. A mí me gana por KO “Soap star Joe”, tiene otra forma de entrar, mucho menos directa; pero termina siendo adictiva con ese barniz lofi tan presente en todo el disco.

“Explain it to me” es de lo menos directo que encontramos en el debut de Liz. Ahora mismo la escucho después de unos cuantos años y me sigue pareciendo que le falta algo. No hay nada que temer, queda aún mucho por disfrutar. Primero, eso sí, nos tenemos que dar una vuelta por el intimismo de “Canary” y la sensación de que hemos entrado en un bache. ¿Hay que pisar el acelerador? Adelante con “Mesmerizing”, otra vez la Liz pegadiza, ese sonido acústico y ese minimalismo que acompaña su voz y su mensaje poderoso. No se me ocurre nada mejor que continuar con “Fuck and run”, mi preferida del elepé, de esta artista y, si me apuran, de la década. Una auténtica maravilla, de esas que no te cansas de escuchar.

En “Girls! girls! girls!” hipnotiza, y con “Divorce song” vuelve a demostrar que sabe bordar canciones pop, todo lo contrario que “Shatter”, que se marcha bastante por las ramas de la experimentación; algo a lo que parece cogerle el gustillo, porque en “Flower” incide en ello. Bien, lo tomaremos como un respiro antes del tramo final.  “Johnny Sunshine” convence con su contundencia repetitiva al principio y su paisaje onírico final. “Gunshy” es juguetona, “Stratford-on-guy”  va de más a más todavía y “Strange Loop” le pone el broche que se merece a un disco que, seguramente, no fue concebido como una respuesta a nadie, pero que puede dialogar, de tú a tú,  con cualquiera de las grandes obras de su década.

 

El comienzo de una carrera con muchos silencios

El 22 de Junio de 1993, Matador Records ponía en las tiendas Exile on Guyville y fue recibido con mucho entusiasmo por la crítica. Pero ese favor de la prensa especializada iba a ser efímero. Es curioso, porque su carrera, irregular y muy discontinua, ha estado muy lejos de igualar lo alcanzado en su debut, eso es verdad; pero es que los críticos, los que deciden, los que hacen listas o las hacían hasta hace nada, se olvidaron de ella casi por completo, de sus siguientes grabaciones y hasta de esta primera, que con el paso de los años parece haber ido cayendo en el semiolvido.

Ella tampoco ha sido muy prolífica. Apenas media docena de discos tras su gran ópera prima. Y, si bien es cierto que la inspiración de Exile no ha vuelto a aparecer con aquel esplendor, del impacto ni hablamos, porque eso depende del momento, y aquel 1993 y todo lo que le rodea es irrepetible. Pero Liz no ha dejado de hacer buenas canciones y sus discos se dejan escuchar con gusto. El último de ellos, Soberish, publicado en  2021 tras once años de silencio, bien merece una visita.

Y si alguien necesita una excusa para volver a pinchar Exile, apunten Historias de terror, un libro en el que Liz recorre parte de su vida, incluidos algunos episodios que están en la génesis de aquellas grandes canciones. Y no, no se trata de una autobiografía de estrella del rock, con sus anécdotas, sus excesos y los clichés tantas veces repetidos; muy al contrario, lo que escribe es —y tiro de frase de hoja promocional—: «un ajuste de cuentas con lo que fue ella misma y lo hace, como acostumbra, sin paños calientes ni edulcorantes». Leer su libro escuchando el disco con el que nos conquistó en 1993. Les vendo esa experiencia. Prueben.

Anterior entrega de 30º Aniversario: Pablo Honey (1993), de Radiohead: mucho más que el disco de “Creep”.

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