Este era el lugar, de Chris Reynolds

Autor:

LIBROS

«Una pequeña agitación en las aguas de la realidad»

 

Chris Reynolds
Este era el lugar
LIBROS WALDEN, 2020

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Es casi un milagro que Libros Walden se haya acordado del dibujante Chris Reynolds cuando en su país de origen, el Reino Unido, es un perfecto desconocido. Reynolds pertenece a esa generación de historietistas que se agrupó a finales de los ochenta alrededor de una revista independiente, Mauretania Comics. De ahí provienen las historias cortas de esta recopilación. Ya en 1990, Penguin Books encargó a Reynolds una novela gráfica, que este tituló simplemente Mauretania y que constituye su obra maestra, aparte de ligar parte de las historias y personajes que había desplegado en la revista. A partir de este momento, su obra se convierte en escasa, por no decir inexistente.

El subtítulo de la obra es un perfecto resumen de lo que el lector se va a encontrar en el interior: «Historias misteriosas sobre tiempos y lugares». Son sobre todo eso, lugares, descripciones topográficas visuales, las que sostienen el relato. Siempre en un impecable blanco y negro, da la sensación de que los personajes pertenecen a este mundo, pero hay disrupciones que parecen misteriosas calas de fantasía y que se ven como asentadas en un tiempo indefinido. Presuntamente, hay alienígenas, pero sin que esto sea visto como extraño; hay organizaciones con nombres extraños como «Control Racional» y, sobre todo, el protagonista de muchas historias es un extraño ser, siempre con un casco y una pequeña mochila a su espalda, que se llama Monitor. Es un ambiente a la vez costumbrista —empresas, bares, minas— y desasosegante, algo difícil de conseguir y que Reynolds resuelve a la perfección echando mano del silencio y la sugerencia.

Parte de este misterio es la ligazón que encadena a los personajes con su pasado, unos personajes sutiles y conmovedores, desconcertantes y desconcertados. Y un pasado lleno de cargas nostálgicas, que ni siquiera se sugiere, que solo se nombra y se evade como una edad de oro muy lejana. Que no piense el lector que las tramas tienen que ver con la ciencia ficción, nada más lejos de ello. Es, simplemente, una pequeña agitación en las aguas de la realidad.

Es difícil destacar alguno entre los relatos cortos. Y si lo hiciéramos, es tal el cúmulo de sugerencias que deberíamos explicarlo casi entero. “La edad de oro” y su voluntad de arreglar una línea de ferrocarril usada como atracción, o “El dial”, cómo alguien vuelve a su antigua casa y ve que el pasado se va desmoronando, pero el presente tampoco existe ya, en medio de trazos y cielos desolados. Pero hay muchos más, y especialmente aquellos que cuentan con solo una página, son bombas de relojería agridulces.

Su obra maestra es “Mauretania”, donde expone todos los trazos que han ido apareciendo de manera esporádica. Fábricas que cierran, hilos eléctricos que unen lugares, apagones llenos de misterio y un final tembloroso, únicamente con trazos, donde Monitor se adivina diciendo adiós, un adiós definitivo.

Siempre he sentido fascinación por los artistas de obra escasa, esos que en determinado momento cortan su creación. Ya han dicho todo lo que tenían que decir. Y lo que callan es mucho más sugestivo que lo que dan a la luz aquellos artistas de obra abundante. Los que hemos comentado son relatos en los que en ocasiones no hay lógica, pero tampoco hay nada absurdo. Una leve explicación aparece en esa última viñeta: hay un mundo nuevo, este no es nuestro lugar.

Anterior crítica de libros: Las muchas vidas de John Lennon, de Albert Goldman.

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