En defensa de Bono, contra los curas

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COMBUSTIONES

«Nuestros retratistas dibujan la caricatura del gran tartufo, encantado de codearse con las élites planetarias mientras cultiva la imagen de superhéroe»

 

El sesenta cumpleaños de Bono, celebrado la pasada semana, es objeto de la mirada de Julio Valdeón no tanto por la efeméride en sí como por las críticas que ha recibido el líder de U2 por posicionarse en diversas causas.

 

Una sección de JULIO VALDEÓN.
Foto: OLAF HEINE.

 

El 60 cumpleaños de Bono propicia la vuelta de un clásico: los artículos donde el autor se deleita en masacrar al irlandés. Cierto que nuestra superestrella lo pone fácil. Su empeño por retratarse con tipos tan odiados como George W. Bush, así como la naturalidad con la que acepta la ayuda brindada a África por fundaciones con una agenda, digamos, hum, reaccionaria, alimentan las acusaciones de hipocresía.

Nuestros retratistas dibujan la caricatura del gran tartufo, encantado de codearse con las élites planetarias mientras cultiva la imagen de superhéroe. Recuerdan que U2 no dudó en llevarse sus dineritos a la idílica Holanda, dedicada a practicar el dumping fiscal al resto de la UE. Para el comisariado feroz no caben matices. Tampoco existe posibilidad alguna de aceptar que Bono haya podido contribuir al desarrollo económico y sanitario de las naciones africanas. Los matices, el consenso, el pragmatismo, son sinónimos de alta traición.

Hubo un tiempo en que nada engordaba de forma más efectiva nuestra necesidad de sentirnos moralmente superiores que disparar contra las actividades filantrópicas de las superestrellas. Descontado mi aprecio por la obra de U2, que al final es lo que cuenta, cómo no simpatizar con unos tipos capaces de plantar cara a los pistoleros IRA mientras en otros países, pongamos España, la intelligentsia jaleaba a quienes, alineados en el rock radikal vasco, ponían banda sonora a las actividades de la mafia etnicista. O sea, Bono «neocolonialista» y, en cambio, «comprometidos», «doloridos», «rebeldes» o «poliédricos», un suponer, los rockeros que iban por la vida de émulos de Chuck D o juglares del pueblo («unidojamásserávencido» y tralará) mientras unos verdugos secuestraban, despedazaban y desventraban a placer. Aparte, si somos incapaces de reconocer la grandeza de War, The unforgettable fire, The Joshua tree o Achtung baby más allá de las simpatías que despierte el vocalista de las gafas tintadas, cabe preguntarse qué hacemos entonces con maltratadores como James Brown, tarados como Michael Jackson o canallas como Warren Zevon. O con filonazis como Louis-Ferdinand Céline o cantores del estalinismo como Pablo Neruda. Conozco la respuesta del coro. Pero yo no elijo mi música, mis poemas, mis películas, en base a la teórica solidez moral o el currículum doméstico o público de sus autores. Bastante complicado resulta escribir una buena canción como para que encima tengamos que pensar lo mismo respecto al impuesto de sucesiones.

Anterior entrega de Combustiones: Vuelve el que nunca se fue, vuelve Bob Dylan.

 

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