El planeta cúbico, de Hiagen

Autor:

DISCOS

«Aunque parezca extremadamente diferente en todas sus aristas, está ligado por un hilo sutil e invisible que acoge al oyente y lo trenza a las canciones de manera firme»

 

Hiagen
El planeta cúbico
AUTOEDITADO / ALL SOUNDS, 2022

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Hiagen despide este año con un regalo que ya ha podido ser degustado: un disco, con una esmerada presentación, que recoge tres epés lanzados previamente y que dejan prueba palpable de su sonido, atento a muchas influencias, pero también muy reconocible. Es el cuarto trabajo de este quinteto astur y madrileño, que nació a mediados de los noventa desde una pandilla del instituto de Luanca, tuvo en 2000 un parón de una década y en 2010 volvió a retomar el sueño con El increíble hombre menguante.

En este El planeta cúbico —basado en el libro infantil Lumbánico, el planeta cúbico, de Cristina Alemparte—, los sintetizadores predominan y pasan a primer plano, llevando el proyecto hacia lo que denominan rock progresivo alternativo, canciones de estructura narrativa y grandilocuente, pero basadas en el rock de los noventa, no en el de los setenta, más técnico y menos visceral. Es decir, lo que nadie hace hoy en día.

Asentado en una historia literaria, hay cierto recorrido narrativo en el disco, es por ello por lo que se divide en capítulos y por lo que su inicio, en “Vientos del este”, es un delicado eco de lejanos sintetizadores y pianos de inspiración clásica que no tarda demasiado en coger ritmo y elevarse como una nave en despegue. Y quizá sea por ello que la última canción del primer capítulo —“Piezas de Tente”—, concluya con otro piano, este tan enigmático como un réquiem.

Entre medias, “La nube oscura” crea un ambiente de intranquilidad, los sonidos se entrecruzan en un tono industrial y frío, y la voz resulta impersonal por la monotonía de los obsesivos y envolventes coros sobrenaturales. Una voz que en “Cuando ruge la marabunta” se vuelve más protagonista —aquí con devoción por los Héroes del Silencio más acelerados— y en “Una despedida a tiempo” —sobre la toxicidad de los desamores— se va haciendo más pop.

El segundo capítulo se inicia con las guitarras de “Bien está lo que bien acaba”. Es la parte más cercana a la música progresiva, llena de claroscuros y profunda, que se convierte en devoradora y tétrica en “Malas nuevas”. Las guitarras, en ella, son densas y obsesivas, marcando un peso tan dramático como el de la voz.

Por último, el tercer capítulo continúa con esos coros angélicos en “No se parece en nada” para, de golpe, convertirse en una rabiosa y compacta rodaja de metal progresivo. La electricidad suprema, puesto que el disco afloja potencia para ganar sutilidad en su cierre. “No vuelva usted mañana” introduce un saxo que le da un aire de local nocturno y una prestancia de balada a lo Roxy Music, mientras que la canción que da título al conjunto, y lo cierra, llega a ser acústica, casi folk.

Se trata de un disco con pretensiones amplias y que sabe cumplirlas. Variado, rico en esencias y cuidado en la grabación. Aunque parezca extremadamente diferente en todas sus aristas, está ligado por un hilo sutil e invisible que acoge al oyente y lo trenza a las canciones de manera firme.

Anterior crítica de discos: Under cover, de Valerie June.

Artículos relacionados