El oro y fango: Esos oscuros objetos del deseo

Autor:

borja-cuellar-28-03-14

«Parece que los viejos plásticos negros, esos que nunca se han replegado del todo, han ganado la partida de los formatos»

 

Ante el lento proceso de desaparición del cedé como formato discográfico, muchas novedades se editan de nuevo en vinilo, buscando al coleccionista. Juan Puchades comenta sobre ello.

 

Una sección de JUAN PUCHADES.
Ilustración: BORJA CUÉLLAR.

 

Aunque en tiradas pequeñas, el vinilo está viviendo un nuevo tiempo de esplendor. Sin embargo, raro que es uno, aunque me eduqué con ellos, me resulta extrañísimo ver novedades discográficas editadas en este formato: las miro, las remiro, las vuelvo a mirar otra vez… y no sé muy bien cómo interpretarlas o qué hacer con ellas. No tengo claro si debo guardarlas sin oír (porque para eso están los cedés) o pincharlas, darles vida y dejarlas sonar. Pero es que me resultan tan raras, tan fuera de tiempo como si las novedades cinematográficas comenzaran a editarse en VHS, o como si las casetes se pusieran de moda.

Me costó hacerme al desembarco del cedé, recuerdo que cuando adquirí el primero (pagado, al igual que el reproductor, a precio de oro), me maravilló la nitidez del sonido pero quedé absolutamente decepcionado con su apariencia y dejé transcurrir mucho tiempo hasta comprar un segundo disco. No le pillé el punto. Pero comprendí que aquellos chismes pequeños y plateados habían llegado para quedarse y que había que acostumbrarse a convivir con ellos. Además, hice la prueba, con cascos en las orejas: escuché un mismo disco en vinilo y cedé y… ¡sorpresa! La dinámica era mucho mayor en el cedé, se apreciaban matices que en el vinilo quedan silenciados u ocultos para la aguja del tocadiscos, lo que te aproximaba a la «verdad» de la grabación con mayor nitidez. Así que abracé la religión del cedé, aunque sin algarabías, asumiendo que el nuevo formato reducía las carpetas a lo ridículo pero celebrando su sonido. También me alegró la llegada del discman, que te permitía escuchar música en cualquier lugar, algo que con los vinilos era imposible: el «comediscos» fue una tontada que duró un par de temporadas como regalo infantil. Antes, la única posibilidad de hacer de la música algo portátil era grabar en casete, con una calidad de sonido pésima.

Por supuesto que nunca renuncié a mi colección de vinilos y no caí en aquella locura que les dio a muchos de deshacerse de sus viejos plásticos (lo que sí hice con los VHS), solo me desprendí de copias baratas, de aquellas malas editadas en serie media, de portadas mutiladas y plástico liviano. Tampoco me dejé llevar por la nostalgia, y pese a que durante todos estos años de convivencia con el cedé no he dejado de comprar vinilo, esencialmente he ido a la caza de piezas no reeditas en cedé, o a la búsqueda de la portada (del objeto) original, pero nunca del sonido pues estaba (estoy) firmemente convencido de la mayor calidad del cedé. Y sigo creyéndolo, incluso continúo usando el discman, un cacharrito muy útil (cada día más difícil de encontrar nuevos) cuando te gusta escuchar música en horizontal, tu colección tiene una cierta dimensión y necesitas recurrir con frecuencia al «fondo de armario», o si eres crítico y recibes un considerable volumen de novedades, ya que te evitas el engorro de volcar en el ordenador, convertir y de ahí copiar al reproductor de mp3 o al teléfono móvil.

Por todo ello, soy espectador asombrado de cómo la vida comercial de los cedés ha resultado tan breve: unos veinte años mal contados, pues hacia el 95 todavía se editaban discos en ambos formatos: vinilo y cedé, y fue por entonces cuando la sustitución comenzó a ser real. Dos décadas no son prácticamente nada, sobre todo cuando el cedé se comercializó como el formato definitivo. Lo que, en rigor, no era falso: ha sido el definitivo, ya que tras él (descontando descendientes tardíos y fallidos comercialmente como el blu-ray) no habrá más formato físico. Así que fue el definitivo al ofrecer el máximo nivel de calidad y porque con él mueren los formatos físicos discográficos.

Todo apunta a que el vinilo permanecerá como pieza para coleccionistas, pero mientras un crujiente viejo vinilo de desgastada portada me parece de lo más natural, no puedo evitar observar con absoluta extrañeza un nuevo lanzamiento en ese mismo formato, se antoja algo inaudito, una regresión. Pero habrá que ir acostumbrándose a ellos de nuevo porque parece que los viejos plásticos negros, esos que nunca se han replegado del todo, han ganado la partida de los formatos. Incluso, me comentan, la fábrica checa de la que sale el grueso de los vinilos europeos, dada la alta demanda (en pequeñas tiradas medidas en centenares, que tampoco hay que exagerar), pasa por periodos en los que produce con tres meses de carencia: resistir en solitario en el continente durante las dos últimas décadas de vida digital, finalmente ha tenido su premio.

Desde luego el vinilo, en cuanto a técnica, no fue el formato definitivo, pero sí lo ha sido durante este tiempo en el corazón de los coleccionistas, esos que hicieron de su sonido y apariencia cuestión de fe y lo transformaron en oscuro objeto de deseo. Aunque su mercado es mínimo, parece que los viejos adictos a los surcos podrán ser los últimos en reír: el vinilo ha sobrevivido y ha vencido. Pero, nos pongamos como nos pongamos, no ha ganado el audio, lo que ha ganado ha sido el fetichismo, lo que no deja de resultar algo bien hermoso. Mucho.

 

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Anterior entrega de El oro y el fango: Los heroicos 40 de Burning.

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