El oro y el fango: ¿Para quién se escriben las críticas?

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«En ocasiones, algún colaborador de EFE EME, sobre todo debutante, me ha preguntado si creía que el autor de un disco criticado leería lo escrito sobre él… Pregunta peligrosa, pues si la respuesta es afirmativa, se corre el riesgo de que la próxima vez el crítico escriba pensando que va a ser leído por el músico»

 

¿Para quién se escribe una crítica musical? ¿Para el lector o para el músico? ¿Cómo reaccionan las estrellas del rock ante la crítica? Partiendo de las anécdotas incluidas en un libro de reciente publicación, Juan Puchades se hace estas preguntas.

 

Una sección de JUAN PUCHADES.
Ilustración: BORJA CUÉLLAR. 

 

«Todos te quieren cuando estás muerto» (editado en castellano por Contra) es un libro de bello y muy realista título pero de caótico contenido. El periodista Neil Strauss, que ha entrevistado para el «New York Times» y «Rolling Stone» a prácticamente todo el star system musical (en un arco que va de lo glorioso a lo infumable), ha troceado decenas de sus entrevistas para ofrecerlas en breves píldoras (seguramente para sumarse a la corriente dominante: información fragmentada y condensada, que ahora se lee mucho pero corto). Como resultado de ello, te entran ganas de asesinarlo cuando intuyes una gran conversación que, ay, finaliza de forma abrupta, cual torpe coitus interruptus. Unas cuantas páginas más allá quizá retomes otro fragmento, y luego otro (o no), pero tal estructura no deja de resultar desesperante.

Pese a todo, entre el caos se pueden encontrar declaraciones valiosas (y algunos momentos impagables, como los encuentros con Chuck Berry y Bo Diddley) que sirven para definir un perfil preciso de algunos de los entrevistados. Entre las señales que he ido dejando en el libro mientras lo leía –con pósits (así recoge el término la última actualización del diccionario de la RAE), que me duele en las entrañas subrayar libros–, destaco un par relativas a las relaciones de tres astros del rock con la crítica. La primera corresponde a unas declaraciones del esquivo Neil Young: «No presto atención a este tipo de cosas. Es lo que he aprendido. Sigo adelante. No me molesto en leer las críticas. Y si las leo, no me las tomo demasiado en serio. En estos momentos mis discos gustan, pero tendré más altos y bajos. Publicaré algún otro disco y la gente dirá que es una mierda. Se reirá. Es inevitable. Simplemente a veces estás arriba y a veces abajo; y estar arriba no es en realidad mucho mejor que estar abajo, siempre y cuando sigas adelante». Muy Neil Young, podríamos añadir, sobre todo en la última parte de sus reflexiones. Sin embargo, cabe preguntarse por la veracidad de las primeras líneas. ¿De verdad que Young no lee las críticas? No me lo creo del todo.

El segundo pósit apunta hacia unas anécdotas bien reveladoras del funcionamiento de la mente del artista: un Phil Collins molesto tras la publicación de la crítica de uno de sus conciertos firmada por Strauss, le remitió a este dos hojas manuscritas que terminaban con «bueno, Neil, que te jodan». Por su parte, Bono, tras la crítica no muy halagadora de otro concierto le hizo llegar un osito de peluche relleno con medias de mujer (¿?) y una «nota condescendiente». Tiempo después, tras una crítica positiva, el cantante de U2 le envió «una carta amistosa con una ilustración muy cuca». Ahí Strauss enlaza una conversación con Bono en la que le asegura que tras leer la crítica del último disco del grupo había pensado en escribirle una nueva misiva, y pasa a puntualizar algunos aspectos de la crítica en cuestión. Dicho de otro modo, puedes ser Phil Collins o Bono, nadar en un mar de billetes y vender discos y entradas de conciertos a cientos de miles por todo el planeta, que una crítica, buena o mala (tanto da), puede cambiarte el día (agriarlo o alegrártelo), darte que pensar e incluso motivarte a ofrecer una respuesta.

En ocasiones, y a lo largo de los años, algún colaborador de EFE EME, sobre todo debutante, me ha preguntado si creía que el autor de un disco criticado leería lo escrito sobre él… Pregunta peligrosa, pues si la respuesta es afirmativa, se corre el riesgo de que la próxima vez el crítico escriba pensando que va a ser leído por el músico. Y lo cierto es que no debiéramos escribir críticas para los músicos. Las críticas se escriben para los lectores, para compartir con ellos análisis, ideas y reflexiones. Que las lea el criticado tendría que ser asunto completamente secundario. Si escribimos pensando en el músico corremos el riesgo de resultar complacientes (todos admiramos la obra de alguien y, por lo general, no queremos hacer daño), de pretender agradar, de congraciarnos con él o, también es posible, aupados a nuestro propio pedestal ególatra (¿conocen el chiste que pregunta «¿quién tiene más ego que un músico?», y se responde: «Un crítico musical»? Pues eso) podemos creernos poseedores de la verdad absoluta e impartir «justicia» en la seguridad de que «él» nos leerá y no le quedará más remedio que asumir nuestro certero e incisivo «veredicto». Y ni una cosa ni la otra. Lo mejor es olvidarse del músico y realizar tu trabajo manteniendo la suficiente objetividad y la necesaria distancia. Y si resulta que, por la circunstancia que sea, has acabado intimando con un creador musical, no vuelvas a escribir jamás sobre él: dejarás de ser objetivo o correrás el riesgo de perder un amigo. Distancia, pues.

La misma distancia que hay que mantener frente a las opiniones de los fans y/o talibanes de este o aquel, quienes solo gustan de leer halagos hacia el venerado motivo de sus desvelos. El propio Strauss, en una conversación con Diego A. Manrique publicada hace unas semanas en «El País», hablaba de ello a propósito de esas largas entrevistas que él realizaba (inteligente, se ha retirado del negocio) a la búsqueda de la verdad del personaje: “Como periodista, he comprendido que la fiesta se ha acabado. Los artistas de hoy manipulan su imagen a través de las redes sociales. Pharrell Williams [miembro de Neptunes y productor de Britney Spears, Shakira o Madonna] me dio plantón en cinco ocasiones; supongo que cree que vale más una foto suya de agencia con una modelo en un estreno que una entrevista en profundidad. Si finalmente tienes acceso a ellos [los artistas] y explicas su auténtica personalidad, te encuentras con tres mil comentarios de fans devotos que te odian. Está comprobado: prefieren la mentira oficial”. Strauss lleva razón: para el talibán musical, la «verdad» establecida o aparente (en la que necesita creer para adorar a su deidad) es dogma de fe y no quiere saber de herejes o infieles que la cuestionen; del mismo modo, no acepta la crítica negativa: su dios nunca yerra. Así que tampoco escribas pensando en los fans.

De especial interés para cualquier crítico musical o aspirante a tal es la lectura del capítulo que cierra el libro: la reconstrucción de los últimos quince años del mítico Paul Nelson, influyente y decisivo pionero de la crítica rock, que tras cerca de tres décadas dedicado a ello abandonó, acabó solo, ido, trabajando en un vídeo club y murió (¡de inanición!) en la indigencia y, con toda probabilidad, roído por las ratas. Todo un baño de crudo realismo y humildad para quien crea que ejerciendo de crítico tocarás el cielo con las manos. Con algo de suerte no te las pringarás de mierda. Y no es poco.

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Los cuatro primeros años de El oro y el fango” se han recogido en un libro que solo se comercializa, en edición en papel, desde La Tienda de Efe Eme. Puedes adquirirlo desde este enlace (lo recibirás mediante mensajería y sin gastos de envío si resides en España/península).

 

Anterior entrega de El oro y el fango: El cantecito de Kiko.

 

 

 

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