El oro y el fango: La música es cosa de pobres

Autor:

borja-cuellar-31-01-14

«Cuando hablamos de músicos no imaginemos primeras espadas, nombres escritos en neón luminoso, no, pensemos en los músicos que no dan la cara en un proyecto propio, en esos que trabajan para otros, en bajistas, bateristas, teclistas, guitarristas, saxofonistas, trompetistas, coristas»

 

Un estudio muestra la situación paupérrima de los actores españoles. Juan Puchades cree que la de los músicos no es mucho mejor, aunque no haya datos. Y hace una llamada a la acción compartida.

 

Una sección de JUAN PUCHADES.
Ilustración: BORJA CUÉLLAR.

 

Un informe difundido esta semana por la Fundación Aisge ha sacado a la luz la dramática situación laboral de los actores españoles: el 72,9 % de ellos no puede vivir únicamente de su trabajo actoral y el 65 % no consigue sumar ni tres meses de trabajo al año. Luego, los datos continúan mostrando un panorama realmente desalentador, pero quedémonos con esos dos porcentajes, que ya vamos bien.

Desconozco si existe un muestreo similar dedicado a los músicos, pero podría ofrecer cifras parecidas o, incluso, peores. Y cuando hablamos de músicos no imaginemos primeras espadas, nombres escritos en neón luminoso, no, pensemos en los músicos que no dan la cara en un proyecto propio, en esos que trabajan para otros, en bajistas, bateristas, teclistas, guitarristas, saxofonistas, trompetistas, coristas… Sí, pensemos en ellos, en los instrumentistas, los que se ganan la vida aportando su talento y pericia en una grabación en estudio o desde el escenario embarcados en una gira. Gente imprescindible para que la música cobre vida.

Músicos que quizá un día fueron clase media (¡como tantos de nosotros!) y hoy son supervivientes de la hecatombe que ha vivido la música en nuestro país: concatenando desgracia tras desgracia (piratería callejera, luego digital, desaparición del circuito de directo, debacle económica generalizada en la sociedad española, subida del IVA). Ellos, por ser el colectivo más débil, son los más damnificados, los que han visto cómo las sesiones de grabación han pasado a ser una rareza y cuando logran colaborar en una es a bajo precio, pues los discos ya no se venden y lo que llega de las reproducciones en streaming es paupérrimo y no alcanza para que los implicados en un álbum puedan cobrar dignamente por su trabajo. Son los mismos músicos que hace un tiempo podían emplearse en largas giras pero que ahora ven cómo los conciertos escasean: con la crisis, el circuito de verano está roto, y con la puntilla del IVA, el invernal por salas se ha contraído (la proliferación de festivales tampoco ayuda: el público más joven se está acostumbrado a pagar poco por ver a muchos grupos de una tacada, y luego le parecen carísimas las entradas para conciertos individuales en salas). Son profesionales que, con suerte, se sacarán algo de dinero dando clases a futuros músicos que, como ellos, tampoco lograrán vivir profesionalmente de su trabajo. A muchos no les queda otra que buscarse la vida en actividades ajenas a lo que ha sido su oficio. Un escenario que también afecta a técnicos de sonido y a especialistas de todo tipo relacionados con la música grabada y en directo. Pero así de crudos se han puesto los asuntos musicales en España.

Lo llamativo, en todo caso, es que pasa el tiempo, la situación empeora y nadie se moviliza. Cada cual se lame las heridas solo o hace la guerra por su cuenta. Y es comprensible: lo primero es sobrevivir, asegurarse un plato en la mesa para mañana, pagar las facturas, llegar a fin de mes. Pero es posible que si los propios músicos se movilizaran y dejaran oír su voz conjunta, el mensaje comenzara a calar, el público tomara conciencia, las autoridades (ejem…) reaccionaran.

Incluso sería bonito, pero mucho, que las estrellas rutilantes empezaran a hablar abiertamente de lo precario de este oficio, de lo cuesta arriba que se ha puesto, de lo mal que lo pasa mucha gente: ellos quizá no, pero su entorno es un erial, y la solidaridad nunca está de más. En paralelo, podría estar bien que en las redes sociales (sus altavoces), dejaran de practicar el «yoísmo» al que nos tienen acostumbrados. Porque es penoso ver que salvo en contadas ocasiones (enfermedad, defunción…) se ignora todo aquello que no tenga que ver con uno mismo y no se hace nada por difundir informaciones de otros compañeros (afortunadamente, hay notables y dignísimas excepciones, con gente interconectada y apoyándose unos a otros). Sí, compañeros, no enemigos: porque el público que asiste a un concierto de alguien musicalmente afín a ti no es público que pierdes tú, y la escucha de una canción de otro no implica que se te escuche o vendas menos. No, lo que vas a conseguir con sencillos retuits es ayudar a difundir la escena de la que eres parte, porque por muy competitivo, egoísta o ególatra que uno sea, y te pongas como te pongas, este es un viaje compartido. No se trata de rascar un bolo más en verano de los pocos que están en juego, se trata de generar público, de tejer una red sostenible que vuelva a poner la maquinaria en funcionamiento. Esa es la esencia de todo en este momento: el público tiene que ser compartido y cuanto más pop y rock español consuma, mejor para todos, para ti, para tu música, para tus compañeros, para los músicos que colaboran contigo, para los que no lo hacen pero lo hicieron en el pasado o lo harán en el futuro. No comprender eso es no entender los principios básicos de actuación ante una realidad musical hecha jirones.

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Anterior entrega de El oro y el fango: En defensa del disco en directo.

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