El misterio de Manu Chao

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Foto: Manuchao.net.

«Optó por el silencio, por alejarse del foco mediático y siguió su carrera caminando por el margen»

 

El libro Manu Chao ilegal, persiguiendo al clandestino vuelve a poner de actualidad a Manu Chao, el músico que estando en la cima decidió alejarse y seguir su camino.

 

Texto: Juan Puchades.

 

Me llega un mail de Kike Turrón comentando que Kike Babas y él acaban de publicar un libro dedicado a Manu Chao. Y siempre que oigo o leo el nombre de Manu Chao pienso lo mismo: “¿Qué pasó con este hombre?”, y siento una curiosidad enorme. Porque quien era icono mundial, al poco de arrancar el siglo XXI decidió perderse en él, como cantaba en “Me llaman el desaparecido”, y se transformó en un misterio.

Así que cuando recibo Manu Chao ilegal, persiguiendo al clandestino (Bao Ediciones), el libro en cuestión, me lanzó sobre él y más que leerlo lo devoro. Porque, además, la estructura elegida por «los Kikes» (así se conoce desde hace años al dúo de periodistas madrileños) invita a ello: un ágil recorrido desde el final de Mano Negra hasta la actualidad articulado principalmente por los recuerdos personales de ambos autores, que vivieron en primera fila el nacimiento y desarrollo del Manu solista. Un intenso relato en primera persona que recurre tanto a la anécdota personal como al dato informativo. Con momentos impagables como la historia del documental que rodaron para Canal Plus alrededor de Clandestino y que nunca vio la luz, o su inmersión en esa maravillosa locura que fue el encuentro A feira das mentiras. Todo ello ordenado a modo de puzle en el que también tiene cabida la recuperación de textos de los autores pergeñados a lo largo del tiempo: entrevistas, crónicas de conciertos, encuentros con el viajero Chao en diferentes ciudades durante estos veinte años.

Momentos que, a modo de instantáneas capturadas en su día, nos permiten vislumbrar la verdad de ese músico que abanderó el mestizaje (que calaría hondo en Barcelona, dando lugar a toda una generación de grupos hijos de la patxanga que enarboló Mano Negra) y se convirtió en emblema de lo que luego conoceríamos como los perroflautas y eso que hoy, cínicamente, conocemos como buenismo y que en su momento, cuando las críticas comenzaron a arreciar, la crítica musical adjetivó como manuchaoísmo. Emblema esencialmente en países latinos (los mediterráneos incluidos) y sinuosa y deliciosa curiosidad sonora para los sajones que no comprendían las letras pero gozaban de la poderosa música, y que le llevó a despachar más de tres millones de copias de su estreno en todo el mundo.

Pero tras el segundo disco, Próxima estación… Esperanza (2002), recibido en principio con alborozo por su inspiración e innegables valores musicales, Manu iba a ser inmolado como ofrenda en el altar de la mala leche. Sus continuas reivindicaciones, sus activas ruedas de prensa previas a los conciertos y el subir a escena a colectivos de toda condición para que se visualizaran sus reivindicaciones convirtieron a Manu, para algunos, en el Sting del momento, en la otra cara de la moneda de Bono: si uno se reunía con presidentes de gobierno, el otro lo hacía con el Subcomandante Marcos y con todo tipo de asociaciones de desfavorecidos. Eran como dos polos opuestos: el tipo trajeado de los despachos y el desarrapado del macuto viajero. Leyendo ahora alguna de las entrevistas reunidas en este volumen (en las que dada la amistad con los Kikes se explayaba con mayor sinceridad que en las meramente profesionales), se evidencia que Manu se daba perfecta cuenta de lo que sucedía, percibía el chaparrón crítico que se cernía sobre él, se protegía ante los cuestionarios de una prensa que comenzó a sospechar de sus intenciones y, muy importante, reivindicaba su música más allá de las consignas. Y ahí quizá habría que buscar la clave de lo que sucedió después.

Porque la clave solo la intuimos, únicamente podemos imaginarla, es una hipótesis: el libro de los Kikes no la ofrece. No la ofrece porque es el secreto de Manu Chao, el desaparecido. El músico que nunca ha explicado por qué tras dos obras mayúsculas, avanzadas, sorprendentes e inagotables que conmocionaron a público, crítica y músicos (Clandestino y Próxima estación… Esperanza), dio la espalda a la leyenda gigantesca que lo catapultó como estrella planetaria, cuando muchos lo veían como una suerte de Bob Marley, rompió con un disco menor (pero delicioso y sublime: Sibérie m’était contéee), y grabó su último álbum (entendido como tal y obviando directos) en 2007 (La radiolina). Hace la friolera de doce años.

Manu Chao optó por el silencio, por alejarse de los lanzamientos convencionales, del foco mediático y siguió su carrera caminando por el margen: sustentado en el directo, actuando por todo el mundo, con su web como principal medio de difusión de sus andanzas y lanzamientos (discos en directo o canciones aisladas que ofrece gratis, a modo de singles). Por ella, por la web (y por la lectura del estupendo libro de los Kikes) sabemos que continúa con los conciertos multitudinarios aquí o allá y que sigue apoyando aquellas causas en las que cree —con el ecologismo en primer plano, y siempre del lado de los desfavorecidos— o que cuando anda por Barcelona se dedica a rumbear a dos guitarras en garitos sin anunciarse con su nombre. Y uno supone que Manu, más allá del collage sonoro, del reelaborar viejas canciones (o de poner al día Clandestino, recién reeditado), de los temas aislados, habrá seguido componiendo durante este tiempo, que atesora composiciones que no han visto la luz. Pero eso es parte del misterio, de cómo el músico que lo tenía todo renunció a la vacua popularidad y sus servidumbres comerciales y siguió el camino que le vino en gana. En el que creía, el que en su día muchos consideraron que solo era una estrategia hipócrita de estrella del rock diseñando un plan de mercadotecnia humanista. El error fue mayúsculo. Un patinazo en toda regla. Pero el asedio estuvo ahí y el daño fue palpable. Quizá por ello la única salida que vio Manu Chao fue ponerse a salvo, alejarse y ejercer de músico libre a pie de calle. Pero eso únicamente lo sabe él. Es el misterio. Su misterio. Ahora, gracias al vibrante libro de los Kikes, podemos entenderlo un poco mejor.

 

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