El libro de Gila, de Gila

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LIBROS

«Hay que leer a Gila, él hizo que este país fuese un poco más sensible»

 

Gila
El libro de Gila
BLACKIE BOOKS, 2019

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Para los que fuimos niños en los…; bueno, hace muchos años, la presencia de Gila era algo tan habitual como la televisión. Ver salir a un señor disfrazado de algo —aún vestido de calle, Gila iba disfrazado— con una mesa camilla y un teléfono, significaba que, aún sin entenderlo del todo, íbamos a enfrentarnos a un mundo extraño. Si soldado, no lo era de las guerras a las que estábamos acostumbrados por las películas; la suya era una guerra de tupperware —palabra también muy de época— en la que se pedía permiso para atacar y se paraba el ataque para ver el fútbol. Si espía, iba dejando más rastros que una mofeta. Quizás no lográramos captar el espíritu revolucionario de sus monólogos, pero fue nuestra educación sentimental de fondo; más que las películas, afortunadamente.

Pues bien, la editorial catalana Blackie Books nos presenta un libro que es Gila. No un libro sobre Gila, no; el volumen es Gila. Ahí está todo él, en principio una autobiografía extraída de algunos de sus volúmenes de memorias en los que cuenta cosas de verdad que son tan fantasía como sus relatos. Porque Gila no hacía humor, era un estupendo narrador oral de pequeños cuentos.

Cierto que su vida no fue fácil. Muere su padre en un accidente laboral en Barcelona, su madre se ve obligada a fregar suelos, lo reclutan en la Guerra Civil, fue el único de su grupo de condenados que se salvó del fusilamiento…; el pelotón estaba demasiado borracho como para acertar a tosos esos bultos frente al paredón. En la guerra hay más escenas del mundo al revés que en sus monólogos. Y el los años que siguieron. Es estremecedor, un primo suyo, un niño, se perdió un día de su madre. Nunca lo buscaron, nunca apareció.

Pero el destino le tenía preparada una jugada de repoquer. Sue entrada como locutor en Radio Zamora, sus textos en La Codorniz y suprimera actuación en público —se coló de espontáneo en un fin de fiesta— prepararon al gran ilusionista de la palabra con su monólogos. Aquí aparecen todos, tampoco son demasiados. Gila no improvisaba, tenía un repertorio bien limado, como un escritor que corrige hasta la extenuación cada palabra, cada simil, cada adjetivo.

Unos cuentos que se pueden aliar sin problemas con esa otra cara del 27, la de Jardiel, Tono y Mihura. De hecho, él, junto a Rafael Azcona fue el encargado de llevarla en la postguerra al gran público. Y abrieron la puerta para que se unieran a otros pequeños ilusionistas como Santiago Lorenzo o Jorge de Cascante. Hay que leer a Gila, él hizo que este país fuese un poco más sensible, un poco más alegre, seguramente un poco mejor.

Anterior crítica de libros: Los secretos de San Gervasio, de Carlos Pujol.

 

 

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