El gran Calvin y Hobbes ilustrado, de Bill Watterson

Autor:

LIBROS

«Quienes accedan por primera vez, se sentirán envueltos en un halo de ilusión y pureza que les va a ir muy bien»

 

Bill Watterson
El gran Calvin y Hobbes ilustrado
ASTIBERRI EDICIONES, 2022

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Quizás ustedes no conozcan a ese niño ingenuo y arrasador que responde al nombre de Calvin. A uno le da en la nariz que no tiene el peso mercadotécnico ni recibe la atención mediática que focaliza a otros de sus compañeros en el ámbito de zagales con un aura especial, tales como Mafalda, Charlie Brown o incluso Bart Simpson. Estos tres tienen a su nombre cientos de camisetas, tazas de desayuno o estantes en librerías. Calvin no. En los noventa, cuando parecía que se iba a aliar a esta liga, no pasó adelante, parecía una delicatessen para minorías. Después prácticamente desapareció, hasta que la editorial Astiberri ha tenido la buena ida de recuperarlo y publicar poco a poco su obra ya inédita. Así que es normal que no lo conozcan. Si es así, los envidio, porque no hay nada mejor que enfrentarse a sus historias por primera vez.

Calvin es un niño norteamericano de seis años, hijo único de unos padres atentos, pero un poco desbordados. Su peluche preferido es un tigre llamado Hobbes al que da vida en su imaginación. Como en todas las series cuyo centro son niños, los personajes de su entorno son muy escasos. Aparte de sus padres y Hobbes tenemos a Suzie, su enemiga cerril, una niña centrada, estudiosa y madura a la que sulfura continuamente. Ambos asisten a la clase de la señorita Carcoma, una dulce ancianita que, a pesar de ello, no duda en castigar continuamente a Calvin. Pero sobre todo está Rosalyn, la canguro que acude cuando sus padres quieren pasar una noche tranquila. Esta ya es una guerra abierta. Rosalyn lo obliga a irse a la cama a las ocho y Calvin activa la batalla y se encierra con sus apuntes de universidad en el baño para chantajearla, o la saca de casa porque oye ruidos y se atrinchera dentro.

Todos estos personajes, que ya darían para situaciones hilarantes, se ven potenciados en la mente de Calvin por su suprema imaginación. Todo el mundo de la cultura popular se cuece en su mente para convertirse en un detective de estética Bogart que intenta descubrir el resultado de unos deberes de matemáticas, en un navegante del futuro que batalla con la señorita Carcoma, en un dinosaurio que se abalanza contra otro dinosaurio que es su padre o en un aventurero por parajes desolados que trae unos cuantos gusanos para comérselos. La relación con la comida de Calvin es curiosa. No atiende tanto a sabores o a preparaciones sino a ingredientes. Las espinacas cocidas le hacen vomitar, tras desenvainar toda una página de muecas; en cambio, si ese mismo plato se convierte en sapo triturado a la salsa de gusanos, lo devora con un ansía de náufrago.

Sus filias se encuentran en cualquier cosa que repte y a cualquiera de los mortales comunes le produzca náuseas. Otra de sus filias es la nieve. Calvin sería feliz con una nevada de dos metros que cubriese toda la tierra y en la que pudiese descender en trineo y hacer bolas gigantes, proyectiles contra Suzie. Sus fobias se reparten papeles. Tiene fobia al colegio —cuando olvida hacer los deberes, prepárense— y al baño, por ejemplo, e inventará toda una casuística de excusas para evitar mojarse. Mojarse con agua limpia, quiero decir. Las excusas se le dan de muerte. Es capaz de hacerse un pequeño deshilachado en la camisa y decir que se la ha roto luchando con una nave extraterrestre que ha conseguido abducirlo, llevarlo a un desierto, donde ha encontrado un transmigrador corporal que le ha permitido volver a casa. Así se las gasta.

Pero el personaje destacable es Hobbes. En las pocas viñetas que el tigre de peluche comparte con los padres es eso, un tigre de peluche. Cuando aparece solo con Calvin es un tigre personificado que representa el sentido común, su Pepito Grillo. Interactúa con el niño, le reprime en su imaginación y siempre tiene el toque moralista en los labios.

Calvin tampoco se relaciona con los otros niños. En el colegio sufre el acoso de un abusón y el deporte le causa sarpullidos. Cuando ha de apuntarse a un equipo de béisbol que entrena en el recreo —no hay otra opción, no integrarse significa para él el infierno: compartir el patio solo con chicas—, no domina ni reglas ni mecánica. Llega a eliminar a su propio equipo. Y el problema es que lo hace con la ilusión de haber cogido al vuelo la bola. Calvin es ilusión pura. Es la realidad la que siempre ahoga su visión del mundo. En todo caso, nunca desfallece y siempre afronta sus derrotas con optimismo. Calvin es una lección de vida.

El trazo es a veces tierno, a veces agresivo. Calvin puede imaginar también sin pestañear que vive en un cuadro cubista o en una película pionera del expresionismo. Los objetos de la viñeta —en color, esto eran las páginas dominicales— se vuelven ariscos, amenazantes; sin embargo, en otras ocasiones, resulta extremadamente plácido, las líneas se vuelven mullidas y tiernas, o se llenan de intertextualidad con referentes a ciertas estéticas de cómic.

Ahí está mi envidia. Quienes accedan por primera vez, se sentirán envueltos en un halo de ilusión y pureza que les va a ir muy bien. Así que háganse un favor, léanlo y déjense ser niño por unas horas.

Anterior crítica de libro: Dance usted. Asuntos de baile, de Luis Costa.

Artículos relacionados