El disco del día: Xavier Baró

Autor:

«Un ramillete homogéneo de canciones, bellísimas a la escucha, pero en las que destaca, indistintamente de su procedencia, un fondo temático de sorprendente dureza, sólo atemperado por esa dulzura interpretativa vocal, tan característica del leridano»

Xavier Baró
«La màgica olivera»
KHLÄMOR RECORDS


Texto: JAVIER DE CASTRO.


No sé cómo se lo monta este tío, pero cada vez que se saca de la manga un álbum, consigue que sus nuevas canciones me produzcan una sacudida de las fuertes. Y no será porque no lo conozca lo suficiente y sepa sobradamente de su inmensa capacidad creativa, o porque la música que produce sea especialmente áspera para, todavía, descolocarme así. Lo que pasa es que este cantautor ponentino, pese a sus más de treinta años largos de trayectoria nunca fácil y con esa alforja suya repleta de canciones sin parangón, es capaz de dar siempre algún giro de tuerca diferente a su trabajo y de reinventarse en cada nueva ocasión para no dejar nunca de sorprender aunque, como en esta obra que ahora nos ocupa, pueda parecer que el fondo y la forma planteados sean paisajes ya conocidos.

Saben bien sus muchos adeptos repartidos por aquí y por allá, que los territorios expresivos por los que Baró viene transitando todo este tiempo nunca han sido fáciles y que la gente que, como él, decide un día alejarse del «mainstream» y hacer la guerra por su cuenta sin atender a modas, designios interesados de la industria u opiniones siempre discutibles de críticos de todo pelaje, debe ser de una pasta absolutamente especial. No cabe duda. El cantautor de Almacelles es un auténtico lobo estepario de la canción, arduo e  inconformista y con convicciones artísticas a prueba de bomba, como lo atestiguan discos anacrónicos en apariencia como este «La màgica olivera». Otras entregas anteriores también extrañamente bellas como «La cançó de l’udol», «Flors de joglaria», «Deserts», «Cançons dels temps de les destrals» o la que de forma íntegra dedicase al poeta maldito Rimbaud, no hacen sino reafirmar su condición de auténtico «outsider» de la profesión musical. No cabe duda, sin embargo, que componer y cantar como lo hace Baró, no surge de un simple ejercicio de autocomplacencia sino que ambas facetas son el resultado de un proceso de introspección personal cuya conclusión final ha sido saber a ciencia cierta por qué debe hacer así las cosas más allá de una búsqueda de beneficios personales como agradar al público o sacar réditos artísticos (o crematísticos, ves a saber…). Según sus propias palabras la aspiración que impulsa su trabajo “es un quehacer espiritual, tan antiguo como la canción poética que tiene apariencia monolítica, boscosa y algo extraña, y está en su sitio”. Podría afirmarse, pues, que su trabajo emana de la raíz más profunda de la tradición pero haciendo aflorar el lado oscuro de las historias humanas inmemoriales que han prevalecido durante siglos hasta conformar el corpus de la canción popular.

El grado de implicación de Baró con estas temáticas y musicaciones rescatadas de la noche de los tiempos es tan acusado, que resulta difícil discernir, sin leer la letra pequeña de los créditos, cuáles de las canciones que conforman el tronco común de este «Olivo mágico» son propias y cuáles provienen, efectivamente, del acervo popular. El conjunto resultante es un ramillete homogéneo de canciones, bellísimas a la escucha, pero en las que destaca, indistintamente de su procedencia, un fondo temático de sorprendente dureza -como la vida misma, obviamente- sólo atemperado por esa dulzura interpretativa vocal, tan característica del leridano, que se ha visto reforzada por la presencia, trufada a lo largo de todo el disco, de artistas invitados como El Fill del Mestre, Miquel Àngel Tena, Meritxell Gené, Clara Vinyals o Àngel Andreu, todos ellos bien conocidos de la afición catalana a la música de autor. Admirables me resultan a la escucha, también, tanto esos juegos instrumentales y armónicos utilizados como la producción y arreglos puestos en situación que logran conformar una paleta sonora con pocas renuncias y donde la monumental “Una historia del Montsec”, diez minutos de modélico folk-rock al estilo Byrds, sienta cátedra sobre cómo construir una oda moderna de genealogía tan profundamente ancestral.

Anterior entrega del disco del día: Vainica Doble.

Artículos relacionados