El disco del día: Manel

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«Es un disco que sí que ha dado un paso firme hacia adelante, mayor quizás del que en estos incipientes primeros eslabones de su carrera les augurábamos. La expectativa creada por este nuevo disco –al menos la mía– ha quedado absolutamente colmada y esa ilusionante sensación se ha hecho realidad»


Manel
«10 milles per veure una bona armadura»
WARNER


Texto: JAVIER DE CASTRO.


Siempre me he preguntado cuáles debían de ser las sensaciones de cualquier gran aficionado a la música durante la década de los 60 –mi preferida en lo musical– cuando día tras día, semana tras semana, mes tras mes o año tras año, estaban pendientes del último lanzamiento de cualquiera de sus grupos o solistas internacionales preferidos, como los Beatles, los Rolling Stones, los Who, los Kinks, los Small Faces, los Beach Boys, el Spencer Davis Group, Bob Dylan, o los Mamas & The Papas, por ejemplo. Qué emoción y que desparrame continuo, ¿no? Me refiero a ese momento sublime en que uno vuelve a enfrentarse como escucha al nuevo lanzamiento de alguien a quien admiras tanto y del cual aún tienes súper presentes y latentes canciones suyas anteriores que te habían sorprendido, encantado y, en algún momento incluso, hasta alegrado el corazón. Esa clase de artistas especiales muchas veces sin explicación coherente alguna pero que, por lo que sea, no te dejan indiferente y se distinguen del resto por haber surgido como de la nada pero tocados por alguna barita mágica envidiable llamada TALENTO, con mayúsculas. Entiéndaseme. No pretendo comparar potenciales con nadie ni de nadie. Hablo de percepciones y de cómo me ha dejado el cuerpo la música de los Manel tras descubrirlos y convertirlos sine die en absolutos santos de mi devoción. Mira que uno lleva ya años en este negocio pero la impresión que me produjo el escuchar las canciones e interpretaciones de «Els millors professors europeus» (2008), su carta de presentación de título tan extraño, fue sorprendente, al menos para mí….

Llegué a pensar y preguntarme, ¿qué diablos tiene esta gente o qué diablos tienen estas canciones para que puedan engancharlo a uno tanto? No supe decirlo ni responderme a mí mismo, pero la realidad es que me encantaron y durante semanas y meses apenas me los quité de la cabeza y ocuparon mi tiempo (crítico) de escucha muchísimo más que cualquier otro artista, grupo o novedad discográfica estacional. También los pude gozar en directo, primero en «petit comité», más tarde frente a algún que otro aforo más elevado.  Todas las que pude. De verdad… una pasada. Percibí de esa manera a cuatro tíos con un carisma extraño y que parecía en cierto modo distante pero a la vez embriagador y magnético y que, sin aparente esfuerzo, apenas la fuerza, ¿qué fuerza?, de unas canciones de aspecto sencillo y fáciles, pero capaces de hipnotizar a cualquiera y acabar poseyéndolo.

Y, como si de un fan colegial cualquiera se tratara, hasta me dediqué a llamar a varios amigos melómanos como yo de varios puntos de la geografía ¡para avisarles de los que estaba ocurriendo! «Oye, que van actuar a Madrid, no te los pierdas… Oye, que si van a Valencia no dejes de ir a escucharlos, que valen y mucho la pena…» Desde entonces, y durante muchos meses a lo largo y ancho del año 2009 y del 2010 y hasta ahora mismo, docenas de artículos, entrevistas o webs y blogs varios se han estado dedicando a analizar el por qué de su éxito, las razones, en suma, de ese impacto hermosamente desmesurado –esas que yo mismo no he sido capaz de construir con suficiente objetividad e infalibilidad– y extraer sesudas conclusiones de raigambre sociológica de esas que en tiempos como los de ahora tanto gusta realizar.

No creo que se haya llegado a conclusión alguna cierta o definitiva al respecto, más que nada por que algunas cuestiones, en ocasiones, no pueden explicarse atinadamente desde el raciocinio lógico. Ciertas cosas ocurren porque ocurren, y son notables porque lo son, sin más. Los Manel son una de ellas. Más allá de una bocanada de aire fresco musical, los Manel son notables; las canciones de los Manel son notables y la realidad que ilustran los Manel, también lo es y ha ocurrido porque tenía que ocurrir… Porque el actual panorama musical y la industria que, en teoría, lo soporta, se hallan ambos en estado pírrico y están atravesando sus momentos más críticos a nivel de imagen y comercial. El negocio va por un lado, la realidad va por otro, y la gente que ama la música se mueve por impulsos incontrolables y que nadie es capaz de escrutar o prefijar.

El caso es que la edición del segundo álbum del combo catalán, «10 milles per veure una bona armadura», salido del horno estas últimas fechas y recién comenzado a promocionar, ha constituido un pequeño terremoto puesto que su fenómeno asociado no se está circunscribiendo al ámbito exclusivo de Cataluña y de la canción en catalán. De pronto, se hace público que el grupo se han encaramado en el número uno de ventas nacionales y que su impacto ya está siendo latente en plazas de incierta conquista como Madrid, como Andalucía, o como Euskadi, por ejemplo, y que sus conciertos anunciados por esas latitudes y otras están agotando la venta anticipada de entradas. Fíjense lo que ha podido llover desde que Serrat o Lluís Llach, las únicas personalidades artísticas que han logrado en alguna ocasión cotas similares cantando en catalán fuera de Cataluña, hasta este momento en que los Manel han revolucionando de nuevo el cotarro.

Me intrigaba y –en el buen sentido– me asustaba que el enamoramiento casi súbito e irracional de un  servidor hacia su música y su personalidad hubiesen sido tan solo un espejismo y que su nueva colección de composiciones hubiese ido por otros derroteros lejos de esa magia maravillosa que desprendían historias como ‘En la que el Bernat se’t troba’, ‘Ai, dolors’, ‘Captatio benevolentiae’, ‘Roma’, ‘Pla quinquenal’ o ‘Al mar’, junto a todas las demás que componían su primer disco, sin desperdicio alguno. ¿Serán las nuevas canciones –me preguntaba a mí mismo– tan solo una mera continuidad de lo anterior? Pues ojalá, oye, me autoconvencía. Por su innegable novedad, la fórmula de los Manel tenía aún recorrido y si esa hubiese sido la opción artística escogida, pues bienvenida. Ya vendrían nuevos tiempos para innovar… Pero, mira por dónde, lo que han despachado Guillem Gisbert, Martí Maymó, Roger Padilla y Arnau Valvé (los cito a todos porque intuyo que esta banda es de aquellas en que todas sus piezas son imprescindibles para hacer funcionar el engranaje) es un disco que SÍ que ha dado un paso FIRME hacia adelante, mayor quizás –repito– del que en estos incipientes primeros eslabones de su carrera les augurábamos. La expectativa creada por este nuevo disco –al menos la mía– ha quedado absolutamente colmada y esa ilusionante sensación que describía al principio se ha hecho realidad.

Opino que los Manel nos han librado una segunda colección de canciones como la anterior, esplendorosa, y el “cambio” observado o el “salto cualitativo” dado –si se me permite las expresiones–, vendrían de la búsqueda, y consecución sin duda, de nuevos paisajes sonoros para adornar esa capacidad innata de fabulación suya y ese mundo singular propio donde la realidad se entremezcla con toda clase de ensoñaciones y espacios de imaginación mediante el empleo de un inusual juego literario-metafórico nada corriente por estos pagos. Arreglos grandilocuentes –el adjetivo no es peyorativo en absoluto, al contrario– a base de vientos, teclados, metales, cuerdas y más armonías vocales de las que estábamos acostumbrados a escucharles para diez gemas ¿pop-folk?, la mayoría de sorprendente profundidad barroca, y que, una a una, logran desgranar, de nuevo, enorme fuerza aunque sin atenuar un ápice su preciosismo onírico y su espontaneidad; sin duda uno de sus logros proverbiales.

Invito a bucear en hermosísimas tonadas como ‘Benvolgut’, ‘La cançó del soldadet’, ‘El gran salt’, ‘Boomerang’, ‘La bola de cristall’, ‘Aniversari’, ‘Flor groga’, ‘Criticarem les noves modes de pentinats’, ‘El Miquel i l’Olga tornen’ o ‘Deixala-la, Toni, deixa-la’ –atención, no he querido dejarme ninguna, porque ninguna es de relleno– todas deliciosas y de saboreo intemporal, de aquí a la eternidad.

Anterior entrega del disco del día: Luthea Salom

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