Duelo, de Medalla

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DISCOS

«Introspección grandilocuente, se podría llamar, uno de los ámbitos en los que el rock cuaja mejores canciones y más número de seguidores, que se van a ver encantados con las once de este disco»

 

Medalla
Duelo

ESTUDIO MAZMORRA, 2023

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Seis años de vida y Medalla ya han publicado cuatro discos, algunos singles y han girado por todos los vericuetos de la península. No está nada mal para esta banda que se escora hacia todos los sonidos del rock, a veces duros y a veces progresivos, a veces psicodélicos o post punk, su sonido es reconocible, pero siempre sorprendente.

Le gusta a este grupo barcelonés encajar en sus discos un concepto, y en esta ocasión el título del disco remite bien a las claras cuál es la idea que sostiene muchos de los temas: Duelo. No solo eso, si hubiésemos escuchado las canciones sueltas, sin someterlas a un conjunto, la acumulación de vocablos del campo semántico del dolor nos avisaría sin dudar del ambiente al que nos vamos a enfrentar. En las letras y los títulos aparecen conceptos como enfermo, morir, tristeza, derrota. Todo parece ir tendiendo a la decrepitud. Como contraposición sonora, “Abandonarse a la tristeza”, con sus guitarras rugosas como papel de lija, y un eco sintetizado, es una de esas canciones que cerrarían con éxito una noche de baile.

A partir de aquí, cada canción tiene su detalle, lo que consigue dejar en el conjunto una agradable variedad de sensaciones. “Banderas a media asta” es la épica, las guitarras se encaraman poderosas y se adivina cierto deje a Héroes del Silencio, igual que en “Nunca dejamos de morir”, donde se vuelven grandilocuentes; por otro lado, “Dardo”, con su final impactante, abraza un sonido cercano al rock duro, que en “Jardín de puñales” alcanza momentos de rock andaluz, y no desmerecería en el repertorio de Medina Azahara.

En “Todo está enfermo”, consiguen una pieza bastante correosa sin ser densa, potente sin ser estruendosa y con mucha melodía en las guitarras trotonas, unas guitarras que cambian de ritmo a la manera de la música progresiva setentera, con esos punteos alocados, escondidos en ropaje indie. También es correosa “Bestia de fuego”, pero va derivando a una interpretación más melosa, hasta con vientos, que le dan delicadeza.

Esta es otra de las direcciones del disco, la de las canciones más calmadas, como “Himno para la derrota”, llena de autocomplacencia, o “Soledad”, con dejes morunos y progresivos. Pero la que es icono de este sentido más acariciante es “Duelo”, que se inicia de manera acústica, casi cósmica, y a ese viaje espacial se añaden unos vientos melancólicos.

Abarcando la calidez y la rabia, el disco —en general— es más introspectivo y oscuro que los anteriores, y potencia el poso emocional y melancólico, aun en las canciones de más carga épica. Introspección grandilocuente, se podría llamar, uno de los ámbitos en los que el rock cuaja mejores canciones y más número de seguidores, que se van a ver encantados con las once de este disco.

Anterior crítica de discos: Cousin, de Wilco.

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