Discos: «Intime», de Elliott Murphy

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«La calma y la paz que ha otorgado al músico la ciudad francesa, unido a los sonidos más habituales en la música gala, han acabado influyendo»

elliott-murphy-28-05-14

Elliott Murphy
«Intime»
LAST CALL RECORDS

 

 

Texto: EDUARDO IZQUIERDO.

 

 

Afincado en París desde hace un montón de años, el rock estadounidense de Elliott Murphy se ha visto cada vez más influido por los «inputs» que recibía de su entorno. La calma y la paz que ha otorgado al músico la ciudad francesa, unido a los sonidos más habituales en la música gala, han acabado influyendo, como no podía ser de otra manera, en el neoyorquino. «Intime», esta nueva y breve colección de cinco canciones, a medio camino entre el epé y el mini-elepé es la prueba más fehaciente de lo que digo, y la cosa no acaba de funcionar.

Con una banda mínima, compuesta por su inseparable Olivier Durand a la guitarra, Alan Fatras a la batería y Laurent Pardo al bajo, y la ayuda en la producción también habitual de su hijo Gaspard, Murphy parece haber hecho el camino opuesto a su realidad vital. Como en aquellas horribles películas que rezaban nombres tan rocambolescos como “Un astronauta en la corte del rey Arturo”, el de Rockville Centre parece lo contrario de lo que es y se transforma en una especie de músico francés en la “corte” del rock norteamericano. Un trovador del siglo XII en los actuales Estados Unidos. Y eso, probablemente, es lo que lastra ligeramente el disco.

Cierto es que no abandona Murphy esa electricidad propia de la producción, cada vez más acertada, de su hijo que parece luchar constantemente con la tendencia a lo acústico de su padre, como también lo es que el trabajo suena a Murphy por los cuatro costados aunque, eso sí, menor. Las melodías aquí no acompañan como siempre a la cada vez más rotunda y oscura voz de su autor y en pocas ocasiones salvan canciones demasiado planas. Quizá la excepción la ponen ‘The land that time forgot’ y ‘Night lights’, probablemente lo mejor del lote. Demasiado poco. Dos de cinco ¿Un patinazo? Pues tampoco. Porque al bueno de Elliott siempre es fácil encontrarle el encanto, así que nos lo tomaremos como un simple pasatiempo ¿cómo si no?

Anterior crítica de discos: “Perrorosa”, de The Milkyway Express.

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