De Gainsbourg, el pop y las mujeres

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«La idea era olvidarse de las portentosas gargantas de infalible y académica técnica vocal para apurar los recursos interpretativos de cantantes que más que cantantes en el sentido estricto de la palabra, podían ser maravillosas intérpretes de un alter ego que explotaba hasta el límite la sensualidad, la provocación, la pasión, la emoción y el sentido lúdico de la vida»

 

El letrista de canciones Juan Mari Montes se aproxima en este texto a la labor de Serge Gainsbourg como compositor y productor para mujeres… Sí, el sátiro tenía predilección por las féminas canoras. Un artículo que, dadas las dimensiones de la empresa, sólo quiere ser una introducción.

 

Texto: JUAN MARI MONTES.

 

Acaba de estrenarse estos días en algunas salas de cine españolas el biopic (o tal vez con más propiedad diríamos el antibiopic) “Gainsbourg (vida de un héroe)”, una decepcionante película pero también una maravillosa excusa para recordar la singular obra de uno de los compositores franceses más grandes que ha dado el país vecino, un artista capaz de concitar en torno a su figura tantos puñados de admiración como de animadversión, tantas paletadas de amor como de odio, pero en cualquier caso, un artista único e irrepetible cuyo legado de 35 años de creación interrumpida, continúa tan vivito y coleante, como el mismo día que emprendió su viaje al más allá, probablemente a ese infierno que con tanta saña le pronosticaron los guardianes de las buenas costumbres de nuestra más pulcra sociedad.

Es imposible resumir en esos párrafos que recomienda la economía periodística de nuestros urgentes días ni siquiera las líneas más generales de la extensísima y fastuosa obra de Serge Gainsbourg. Incluso si obviamos su trabajo como dibujante, actor, cineasta, compositor de bandas sonoras o cantante y nos centramos exclusivamente en su labor como autor de canciones también nos estaríamos enfrentando a un trabajo que la extraordinaria fertilidad creativa del personaje convierte en otra tarea condenada al fracaso si es que, como es el caso, no aspiramos a desarrollarlo en varios volúmenes. Nos referiremos por tanto solamente ahora a su labor como compositor y productor para mujeres, sin duda una de sus más peculiares y originales contribuciones a la causa de la sensualidad y el erotismo en el universo pop. Recordemos que entre otras muchas damas, Serge Gainsbourg se entretuvo en disponer algunas de sus mejores partituras para el recreo de voces tan diferentes y hechizantes como Jane Birkin, Petula Clark, Juliette Gréco, Françoise Hardy, France Gall, Isabelle Adjani, Brigitte Bardot, Charlotte Gainsbourg o Vanessa Paradis, por mencionar solamente algunas. Llamativo también el hecho de que el aspecto físico del personaje (“Soy el hombre de la cabeza de col” llegó a cantar en uno de sus más famosos álbumes), no jugara precisamente a favor de la conquista de este envidiable harén de intérpretes que acudían en su busca solicitando ansiosamente sus favores literarios y musicales, independientemente de que posteriormente, algunas de ellas, cayeran también rendidas en sus brazos para gozar de otros encantos decididamente menos espirituales.

En la citada reciente película, realizada por el dibujante Joann Sfar, se esboza precisamente en plan anecdótico-surrealista su relación con algunas de estas divas francesas. En primer lugar, por ejemplo, con la chansonetista Juliette Gréco, una de las primeras cantantes en divulgar el primigenio cancionero de Serge Gainsbourg junto a las más desconocidas Anna Karina o Mireille Darc. Sería a la altura de los primeros años sesenta, cuando Serge solamente era un emergente y noctámbulo compositor parisino de ascendencia rusa que en dudosas compañías –entre ellas la del gran Boris Vian–, chupaba la médula de géneros tan clásicos como el jazz o el cabaret mientras soñaba con amenizar sesiones como pianista de disco-pub. Y efectivamente, ‘La Javanaise’ sería uno de los primeros éxitos populares de Gainsbourg, un tema que el propio Serge había grabado con anterioridad pero que en su voz pasaría bastante más desapercibido que en la nueva versión. Aún así, nada en este trabajo de colaboración musical con Gréco tendría el sello de las genuinas y ardientes posteriores producciones femeninas de Gainsbourg.

 

 

‘Poupée de cire poupée de son’ llevado al éxito masivo a través del entonces respetable y trascendente concurso de Eurovisión, en la voz de France Gall allá por 1965, sin embargo ya tendría ese tono lúdico y atrevido de algunas de las típicas producciones de Gainsbourg. Con ella conseguiría no sólo la consolidación como compositor reclamado por todo tipo de intérpretes modernas sino ese estatus de estrella que ya no le abandonaría en toda su carrera. ‘La gadoue’, cantada por Petula Clark, o ‘Les petits papiers’, interpretada por Régine serían otros éxitos de la época ye-yé francesa que triunfarían con la firma del hombre de la sempiterna barba de tres días y el cigarrillo en ristre.

Es justamente cuando en las radios están sonando estos pizpiretos y juveniles himnos, cuando Gainsbourg recibe la visita y los requerimientos de la gran estrella francesa de esos momentos, la inalcanzable Brigitte Bardot, muy celosa de algunos éxitos conseguidos por las cantantes con este singular repertorio. Precisamente de este encuentro surgirá la canción más famosa de Gainsbourg: la inmortal ‘Je t’aime moi non plus’. El cantante y la, por esa época, sex simbol B.B. terminan dilucidando cual es el repertorio que más conviene a su trayectoria como cantante bien metidos en harina, entre las mismas sábanas, enredados en ese rito de cuerpos sedientos y sudorosos a orillas de algún reconfortante orgasmo. Por eso no es tan difícil imaginar que el primer tema que saliese fruto de la colaboración fuera el que recoge precisamente los varoniles susurros del compositor y los excitantes gemidos de la gatita en celo. Por encima o por debajo de estos interjecciones tan universales e intolerables para los oídos más castos también una preciosa e inspiradísima melodía que desde entonces forma parte de cualquier ambientador sonoro para parejas con el cartel de “no molesten” colgado en el pomo de sus puertas.

 

 

Lamentablemente cuando la desahogada de B.B. regresó a casa, su marido no congeniaría del todo con los estretégicos planes discográficos previstos para la difusión de aquella bomba de relojería que era ‘Je t’aime moi non plus’. Finalmente la infiel esposa se vería obligada por su cónyuge, aquejado comprensiblemente de un gran complejo cuernil, a prohibir su participación en el tema. En realidad, no importó tanto. Jane Birkin, la nueva y reciente conquista de Serge Gainsbourg, se encargaría de sustituir la pista de grabación con los gemidos de la Bardot por los suyos y lo haría sin duda con parejo entusiasmo que la amante original. El tema, con los arreglos y la orquestación sonora de Arthur Greenslade, se convertiría en lo que todos preveían: un éxito de colosales dimensiones que ayudado también y a su pesar por esa inyección promocional que siempre procura el trabajo de los retrógrados censores se convirtiría a la altura de 1969 en ése indiscutible número uno que, sin embargo, no figuraba en ninguna lista ofical. Pero sí en todas las oficiosas. Las reales. Y lo logró incluso en países tan reaccionarios como el Portugal de Salazar, la España del mismísimo Franco y hasta en gran parte de los países del este de Europa tan herméticamente impermeables a las alegrías erótico festivas de cualquir latitud que no fuera la suya propia.

A partir de entonces, y durante los años setenta y ochenta, al mismo tiempo que desarrollaría una exitosa carrera como cantante con inolvidables discos propios, Serge Gainsbourg y prácticamente hasta su muerte, se convertiría en el diseñador de un estilo propio como autor y productor de cantantes femeninas, un estilo que hoy podemos rastrear en trabajos de iconos de la modernidad como Benjamin Biolay (con Chiara Mastroianni, por ejemplo) o el mismo Beck (con la hija del maestro, Charlotte Gainsbourg).

 

 

La idea era olvidarse de las portentosas gargantas de infalible y académica técnica vocal para apurar los recursos interpretativos de cantantes que más que cantantes en el sentido estricto de la palabra, podían ser maravillosas intérpretes de un alter ego que apuraba y explotaba hasta el límite asuntos como la sensualidad, la provocación, la pasión, la emoción y el sentido lúdico de la vida. Lolitas en muchos casos, con pequeñas y frágiles voces susurrando frases poéticas de doble sentido, siempre con el reclamo de hermosas melodías y preciosos y modernísimos arreglos que impepinablemente siempre acababan trepando a los primeros puestos de todas las listas. Hubo discos compuestos en exclusiva durante esta época especialmente para su primera mujer (Jane Birkin), alguno para su segunda (Bambou) y como no, para su hija (Charlotte, con ese otro látigo de lascivia incorrecta titulado ‘Lemon incest’) pero también canciones inmortales más puntuales para cantantes como Françoise Hardy (‘Comment te dire adieu’), Claire D’Asta (‘La chanson de Prévert’), Isabelle Adjani (‘Pull marine’), Diane Dufresne (‘Suicide’), Pia Colombo (‘Défense d’afficher’), Valérie Lagrange (‘La Guerilla’), Lisette Malidor (‘Y’a bon’), Dalida (‘Je préfère naturellement’), Catherine Deneuve (‘Dieu fumeur de havanes’), Jo Lemaire (‘Je suis venue te dire que je m’en vais’), Joëlle Ursull (‘White and black blues’) o Vanessa Paradise (‘Tandem’, compuesta tan sólo un año antes de morir de un ataque al corazón). Cantantes en muchos de los casos completamente desconocidas que las canciones de Serge Gainsbourg servían para colocarlas en el escaparate y las pasarelas de la música moderna, actrices de gran éxito tentadas de pronto por vivir las más livianas e inmediatas experiencias del mundo de la canción e, incluso, también en algún caso, cantantes clásicas pero olvidadas en el baúl de los recuerdos que de pronto regresaban a la más rabiosa actualidad gracias a estos trabajos elaborados con aparente sencillez e inmediatez por el gran maestro Gainsbourg.

De cualquier modo, he aquí la veta de una obra sabrosísima, en la que les aconsejo zambullirse y rastrear sin complejos si quieren disfrutar de uno de los cancioneros más hermosos, genuinos, divertidos, cuidados y, aunque parezca mentira, extraordinariamente desconocido a ese lado de los Pirineos.

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