Cuando Bruce era el rey

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COMBUSTIONES

«Uno de los directos más viscerales y emocionantes de la historia del rock»

 

En su columna semanal, Julio Valdeón se sumerge en la película The legendary 1979 no nukes concerts que recoge las históricas e inéditas actuaciones de Bruce Springsteen junto a la E Street Band en los conciertos benéficos MUSE del Madison Square Garden.

 

Una sección de JULIO VALDEÓN.
Foto: JOEL BERNSTEIN.

 

1979. Bruce Springsteen y la E Street Band penan en el estudio. Después de un juicio que a punto estuvo de retirarlo de la circulación discográfica, de la agotadora, infernal gestación del disco Darkness on the edge of town, y de una gira histórica, donde libera toda la frustración de dos años atroces, el de Nueva Jersey ha vuelto a la consola. Graba The river y, como de costumbre, dispone de muchas más canciones de las necesarias. La sobreabundancia y el empeño por registrar un disco coherente, una historia que trasciende la mera concatenación de singles, provoca el enésimo cortocircuito. Hasta el punto de que hay un disco sencillo listo para publicarse, que Springsteen detiene en el tiempo de descuento. Muchos meses más tarde verá la luz el doble The river, donde agita como nunca su lado festero y su faceta más introspectiva, irrigada por su reciente interés en John Ford y Hank Williams. Entre medias llegará la oportunidad de actuar en el festival No Nukes, dos conciertos consecutivos, en el Madison Square Garden, convocados por Jackson Browne y otros para protestar por la (entonces satanizada) energía nuclear. El resultado, apoteósico, ve finalmente la luz en con la publicación de un disco y un deuvedé  absolutamente obligatorios.

Ya digo que Springsteen y la banda habían cerrado una de las grandes giras de su carrera, la del Darkness, y estaban a punto de dar el pistoletazo de otra igual de efervescente, acaso menos dramática pero también memorable. Créanme si les digo que esta grabación es apabullante y que si no la conocen los acompañará por el resto de sus días, que estamos ante uno de los directos más viscerales y emocionantes de la historia del rock y que, en definitiva, resulta obligatorio. Es cierto que no da cuenta del incidente con Lynn Goldsmith, ex de Bruce y reconocida fotógrafa, a la que el cantante encontró en las primeras filas, a pesar de que había vetado su presencia, y a la que sacó al escenario, delante de miles de personas, para que la echaran del MSG. El arte, ya saben, es hijo de los hombres, con todas sus benditas contradicciones, no de santones ni ángeles.

Por cuestiones logísticas, obligado a compartir escenario, empeñado en cortocircuitar la cabecita del respetable en la mitad del tiempo que disponía en sus conciertos, deja fuera algunos los momentos más sombríos (de Point blank a Racing on the streets), pero así y todo estamos ante un disco que enamora y apabulla, una monumental declaración de amor al rock, el cine y más que puede y debe convivir en la estantería junto a películas como Rebelde sin causa, Las uvas de la ira y West Side Story, al lado de The americans, de Robert Frank, las atómicas rodajas de Chuck Berry y los lamentos de Patsy Cline. Qué delicia y qué alegría reencontrar al Bruce que escribía canciones inolvidables y competía con luminarias como James Browne por el cetro del mejor espectáculo del siglo, lejos de la reencarnación en predicador, previsible, moralista y pelma, de estos últimos años.

Anterior entrega de Combustiones: Las flores salvajes de Tom Petty.

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