Cine: “Puro vicio”, de Paul Thomas Anderson

Autor:

“Anderson ha mantenido su identidad como cineasta en una maniobra tan sutil como críptica: su película no necesita la literalidad narrativa para ser una prolongación del noir a la deriva, disperso y profundamente melancólico de su referente”

puro-vicio-14-03-15

“Puro vicio (Inherent vice)”
Paul Thomas Anderson (2014)

 

 

Texto: JORDI REVERT.

 

 

“Puede que en ese caso se prolongara durante días; puede que entonces tuviera que seguir conduciendo, más allá de Long Beach, a través de Orange County y San Diego, y cruzar una frontera donde, en la niebla, ya nadie sabría quién era mexicano, quién anglo, ni quién era nadie”. En la última escena de “Puro vicio”, Paul Thomas Anderson diluye la niebla de la conclusión de Thomas Pynchon en el exterior del coche que conduce Doc Sportello (Joaquin Phoenix) junto a su anhelada Shasta Fey (Katherine Waterston). Y entonces un haz de luz se proyecta sobre su rostro aletargado. Allí donde mira, en el fuera de campo, quizá Sportello vislumbre esa otra cosa que podía intuir al final de la novela. Esa otra realidad, otros caminos sospechados que nunca le pertenecerían.

La secuencia demuestra el talento de Anderson para entender visualmente las fugas metafísicas del relato de Pynchon, tan consciente de sí mismo y reflexivo como el filme que lo adapta, como si ambas obras pudieran narrar el presente de una época que ya sabe a pretérito melancólico. Los bares, las playas y los despachos de California son escenarios que divagan en esa niebla, a sabiendas de que al segundo siguiente ya echarán de menos ese tiempo lleno de incertidumbres, de paranoia social a rebufo de Charles Manson, de tablas de surf y canutos a cualquier hora. En su primer gran proyecto de adaptación –“Pozos de ambición” (There will be blood, 2007) solo se inspiraba parcialmente en “Oil!”, de Upton Sinclair−, Anderson ha mantenido su identidad como cineasta en una maniobra tan sutil como críptica: su película no necesita la literalidad narrativa para ser una prolongación del noir a la deriva, disperso y profundamente melancólico de su referente. Y es un placer comprobar cómo es capaz de convertir esa flotante melancolía no solo en la sensación de una época que se escapa entre los dedos, sino también en una sentida historia de amor tanto o más esquiva. Amor por esa inconstante femme fatale que ya no puede ser fatal; amor por ese saxofonista ex heroinómano (Owen Wilson) que sólo quiere volver junto a su esposa y su hija para vivir otra vida.

“Puro vicio” es un escalón más del cine de Paul Thomas Anderson hacia una indeterminación hermosa y adictiva. Los grandes relatos de “Pozos de ambición” y “The Master” (2012) dan paso a la que quizás es su obra más personal, una densa reafirmación de su personalidad como autor que podría leerse como el contrapunto inescrutable al clímax de “Boogie Nights” (1997): personajes que circulan sin encontrar un final para su propia historia, amores que moran en el recuerdo y policías que tratan de adaptarse a un tiempo que no parece el suyo. Quien busque en ella el cine negro ajustado y conciso se llevará una decepción, una trama ni siquiera interesada en deconstruir el género, sino en reconducirlo en su resaca. Quien trate de caminar entre la niebla, encontrará infinitos placeres: Joaquin Phoenix redimensionando con gloriosa naturalidad a Sportello, Anderson reinterpretando el primer plano hustoniano y dejando que la luz invada sus planos-secuencia, Jonny Greenwood armonizando su partitura con dulces temas de Chuck Jackson y Minnie Ripperton. En suma, estímulos que parecen inagotables para una dosis generosa y bellísima de maestría cinematográfica.

Anterior crítica de cine: “Maps to the Stars”, de David Cronenberg

Artículos relacionados