Libros: “Yo, Christiane F. Mi segunda vida”, de Christiane V. Felscherinow y Sonja Vukovok

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“Resulta estremecedora, soberbia y dolorosa, la imagen de nuestra protagonista con una botella de vodka y un cartón de zumo de naranja, bajo los árboles de un parque, sin casa.”

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Christiane V. Felscherinow y Sonja Vukovok
“Yo, Christiane F. Mi segunda vida”
ALPHA DECAY

 

 

Texto: César Prieto.

 

 

Déjenme que les ponga un tanto en antecedentes para que puedan calibrar el zarpazo que ha supuesto la obra de la que acabo de cerrar la última página. Intentaré que la brevedad no estrague la emoción. Era 1978, dos periodistas de la revista “Stern” publican unos reportajes impresionados por el caso de Christiane F., una adolescente adicta a la heroína que se prostituye en la “Bahnhof Zoo” de Berlín. Tiene catorce años. Su caso supuso un escándalo en Alemania, y en el resto de países de Europa sirvió de base a un libro inscrito en un género –el docudrama adolescente– que tuvo bastante salida a finales de los setenta. Hubo incluso una película –excepcional, sobrecogedoramente cruda y con presencia activa de David Bowie– que nos marcó a los adolescentes de la época. Su caso parecía especialmente impactante: una adolescente desvalida, vibrantemente descrita, que generaba una mezcla de temor y empatía, un hálito romántico. Los medios sensacionalistas alemanes iban informando de sus frecuentes recaídas, mientras ella rehuía cualquier acercamiento que pudiera convertirse en público.

Han pasado casi cuarenta años, Christiane F. pasa de los cincuenta y, aunque delicada de salud, sigue viva y extremadamente lúcida. De pronto, recibe una llamada en su interfono de una joven periodista, Sonia Vukovic, que la aborda con humildad, y Christiane acepta preparar un nuevo libro: su vida desde el 80. Para algunos de los de su generación ha sido como retomar a un viejo amigo, escucharlo con cariño. Para los medios centroeuropeos Christiane F. es objeto de morbo; para nosotros una de las nuestras.

Las primeras páginas abordan de forma sucinta el viejo volumen, su génesis textual, la película y la gira correspondiente; desgrana también alguna anécdota, como que Bowie grabó su actuación en Brodway el mismo día que mataron a John Lennon, que estuvo a punto de no salir al escenario porque se expandió el rumor de que por Nueva York corría un asesino en serie y que al final se filmó con presencia de un desmesurado equipo de seguridad. A partir de ahí, la sorpresa más impactante, sobre todo para el lector interesado en corrientes musicales: participó activamente en la new wave berlinesa y llego a montar un grupo –Sentimentale Jungend, hay videos colgados– junto a Alexander Hacke, de Einstürzende Neubauten, y a grabar algún disco como solista. El compartir un piso por el que pasaba lo más granado de la música alemana de la época hace que los detalles con los que explica este periodo sean fascinantes.

También son curiosos los encuentros y contactos con grupos clásicos o modernos, no solo Bowie, sino también topetazos con Billy Idol, amistades con Nina Hagen, veladas con Genesis, AC/DC o Van Halen –impagable la anécdota de cuando estuvo en su mansión el día que se compuso una de las mejores descargas de rock– o viajes con los Rolling Stones.

Jugosa etapa, y no le viene a la zaga la posterior, en casa de un editor y su familia en Zurich, en principio medio acogida medio asistente, llega a convertirse en una más de la familia y a codearse con una colección de escritores activos en los últimos años del siglo XX que para sí quisiera cualquier agente literario en su agenda. Pero, inquieta por naturaleza, pasa unos años en Grecia con su pareja en una vida casi aborigen y tras alguna otra pareja, esporádicas recaídas y unos cuantos abortos, decide seguir con uno de los embarazos, quizás más deseado.

Así su hijo se convierte en un nuevo centro y nuestra Christiane se revela llena de ternura, esa que siempre tuvo y costó de salir. Actúa además con entereza, no se quiebra ni cuando los servicios sociales intentan hacerse cargo de Phillip y logra raptarlo de esa constante vigilancia y empieza ahí un relato del género de aventuras, de sus constantes escapadas. Resulta estremecedora, soberbia y dolorosa, la imagen de nuestra protagonista con una botella de vodka y un cartón de zumo de naranja, bajo los árboles de un parque, sin casa. Tan asfixiante como la novela de los setenta.

Cierran el volumen hermosas fotos y una sensación, en general, de que nos encontramos ante una crónica que explica mucho mejor que cualquier libro de datos históricos lo que fue el fin del siglo XX, en particular que alguien de quien nos sentimos tan cercanos cuando apenas éramos unos criajos, como ella, nos sigue acompañando, y es gratificante que sigamos todos aquí, que hayamos vivido con tal especial intensidad.

Anterior crítica de libros: “The Rolling Stones”, de Reuel Golden.

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