Cine: “La canción del mar”, de Tomm Moore

Autor:

Detrás de las imágenes de ‘El secreto del libro de Kells’ (‘The secret of Kells’, 2009) y ‘La canción del mar’ (‘Song of the sea’, 2014) se halla una sensibilidad única capaz de articular temas universales desde una perspectiva irlandesa hasta la médula

 

la-cancion-del-mar-09-05-15

 

“La canción del mar” (“Song of the sea”)
Tomm Moore, 2014

 

 

Texto: JORDI REVERT.

 

 

Solo dos películas ha necesitado Tomm Moore para convertirse en una de las voces más fascinantes del cine de animación. Detrás de las imágenes de “El secreto del libro de Kells” (“The secret of Kells”, 2009) y “La canción del mar” (“Song of the sea”, 2014) se halla una sensibilidad única capaz de articular temas universales desde una perspectiva irlandesa hasta la médula. Más irlandesa que el Bloomsday, más que Molly Malone y la cerveza Guiness. Su segundo trabajo está profundamente arraigado en el folclore regional, en las leyendas que navegan a la deriva desde la costa de Dublín hasta el más remoto islote. Se trata de historias amargas y hermosas, en las que se oye la soledad de un niño que llora la ausencia de su madre. Relatos en los que el recuerdo y los seres queridos se diluyen en el oleaje.

“La canción del mar” es un poema triste y bellísimo que bien podría hermanarse con el Hayao Miyazaki de “Ponyo en el acantilado” (“Gake no ue no Ponyo”, 2008). Ambas son fábulas sobre una infancia que fricciona con un mundo adulto que debe ser rescatado de sus tribulaciones, pero mientras la segunda aborda ese encuentro desde la alegría exultante del niño, la película de Moore lo hace desde la abierta melancolía de las viejas melodías irlandesas que entona ese niño abandonado junto a la orilla. La reflexión que subyace en ese recorrido de dos hermanos desde su aislamiento en el horizonte marino a la gran ciudad y vuelta a su hogar parece dejar clara una cosa: no hay rincón que no esté embargado por los mitos, no hay camino que no pase por la definición de una identidad ligada a los paisajes interiores de sus personajes. Pero quizá el mayor mérito siga residiendo en su animación. Lejos de tomar modelos ya establecidos a partir de los cuales establecer variantes, el cineasta consolida su visión en coordenadas insólitas: imágenes desarmantes en su sencillez que encuentran todo su potencial expresivo dentro de una caligrafía que privilegia los efectos de troquelado y pervierte los límites entre las 2D y las 3D. Sin malabares ni un ápice de espectáculo, reivindicando el derecho de las formas artesanales a seguir reinventándose en el océano digital.

 

Anterior crítica de cine: “Hipócrates”, de Thomas Lilti

Artículos relacionados