Cine: «Cairo time», de Ruba Nadda

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«Los parecidos razonables con el cine de Rohmer le otorgan a ‘Cairo time’ una pátina de naturalismo y honestidad que supera la pretenciosa y condescendiente mirada del turista occidental»

«Cairo time» (Ruba Nadda, 2009)

 

 

Texto: CÉSAR USTARROZ.

 

 

De entre los enormes hallazgos reconquistados al olvido por la revista de cine francesa «Cahiers du Cinema», se encuentra «Tabú» («Tabu: A story of the south seas», F. W. Murnau & Robert Flaherty, 1931), film que alentaría una nueva forma de concebir la cinematografía con la Nouvelle Vague como principal beneficiaria, confiriendo –directa e indirectamente– a su corriente gran parte de los atributos que todos conocemos: acercamiento pseudo-documental a la representación de la realidad, trasvase de la tragedia clásica a lo cotidiano, experimentación con la puesta en escena, exposición de la condición humana a los códigos y artificios culturales reglados por el hombre, protagonismo de los espacios naturales y la influencia de éstos en el conflicto, el uso de una iluminación naturalista…  Solo observando la devota y merecida fascinación por la que el director y teórico cinematográfico Éric Rohmer mostraba hacia «Tabú» nos embarcamos en la plena compresión de su cine (aconsejamos echar un ojo al éxtasis catártico que rezuma cada renglón del artículo firmado por Rohmer en «Cahiers du Cinema» nº 21, de 1953).

Volviendo al presente, y salvando las transiberianas distancias entre las referencias arriba citadas y «Cairo time», podemos concluir que existe al menos un atisbo o adivinada casualidad en el intercambio de analogías que se dan en la nueva película de Ruba Nadda y la filmografía de Rohmer con Murnau y Flaherty en el horizonte. En «Un cuento de primavera» («Conte de printemps», 1990, Éric Rohmer) el tropiezo fortuito vincula sentimentalmente a Jeanne con el padre de su amiga, generándose una colisión íntima de individuos, confrontados por su pertenencia social, especialmente separados por la frontera natural levantada por la acumulación de primaveras bajo un trasfondo filosófico. La atracción entre personajes supera las restricciones sociales diseminando los apuntes de Malinowski entre el Pacífico Sur y la campiña francesa.

En «Cairo time», las aguas del río Nilo desnudan al retirarse la figura de una mujer reclamada por el hombre; arrojada a sus orillas meridionales, donde la latitud ordena con más o menos furia sus sedimentos culturales; revolviendo sociedades, tan prestas a enfrentarse como a entenderse; disponiendo prohibiciones, por encima de las pasiones humanas y revelando la imposibilidad de amar.

Juliette (Patricia Clarkson) es tan dueña de su destino como esclava de su condición; así se muestra al mundo saliendo del encierro del hotel, resuelta a explorar un espacio a priori hostil. Juliette, obligada por la repentina detención de su marido (Mark) en tierra palestina, aprovecha su soledad para adentrarse en la ciudad de El Cairo de la mano del hospitalario amigo de Mark, Tareq (Alexander Siddig). De la intrepidez de Juliette se desprende el deseo por conocer, rasgos de un personaje cultivado y frágil que se deja cautivar por la perturbación que le regala el riesgo físico y el placer de lo erótico. El trance no obstante se reprime rápidamente al superar los prejuicios transculturales y el miedo a lo desconocido. La directora canadiense Ruba Nadda nos ofrece esta valentía en el más valioso de los planos, anticipando el fuera de campo tras agitar el interior de Juliette cuando ésta contempla su retrato: es entonces cuando las aguas del Nilo conquistan el encuadre sugiriendo el cambio, el transcurrir hacia el idilio inalcanzable en el que desemboca la necesidad de dejarse querer.

Los parecidos razonables con el cine de Rohmer le otorgan a «Cairo time» una pátina de naturalismo y honestidad que supera la pretenciosa y condescendiente mirada del turista occidental. Más aún si uno busca detenerse en las particularidades religiosas para sentarse a reflexionar sobre el choque de civilizaciones bajo la llama del amor en la madurez. Sin embargo, las disonancias culturales no se pronuncian en tono grave en la mayoría de los parlamentos que comparten Juliette y Tareq, sino que intercambian enunciados de manera sutil y natural.

Pocas veces atenderá el espectador a una lección tan espontánea de creencia en el personaje. La interpretación con la que nos obsequia Patricia Clarkson sobredimensiona las secuencias más ordinarias hasta el punto de convertirlas en admisibles, integrándolas en el resto del hecho fílmico sin dejarnos reparar en la fragilidad del guion. Elena Anaya coprotagoniza estas depresiones narrativas que nos abstraen con demasiada vehemencia del tono general que se persigue: escapar del estereotipo y la condena ideológica a toda costa (cierto es que las llamadas del marido en mitad de la noche sugieren paralelismos en la estructura patriarcal de ambas sociedades, igualando sexismo fundamentalista y dominio encubierto del varón). Tampoco la música ayuda a reencontrarnos con la sobriedad de estilo que se pretende por la prosaica intencionalidad con la que se entromete en los momentos más introspectivos de Juliette.

En «Cairo time» se bosquejan las huellas de lo que pudo ser, camina hacia un cine de otro tiempo de puntillas, proporcionándonos una película agradable de ver. Probablemente sin Patricia Clarkson hubiera naufragado sin remedio.

Anterior entrega de cine: “Take shelter”, de Jeff Nichols, 2011.

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