Cine: «Bienvenidos al fin del mundo», de Edgar Wright

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«La épica de una noche de borrachera sirve tanto para atacar a los peligros de la nostalgia como para apuntar a la progresiva estandarización y vulgarización de la cultura de pub»

 

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«Bienvenidos al fin del mundo»
(«The world’s end», Edgar Wright, 2013)

 

 

Texto: JORDI REVERT.

 

 

De entre el extenso catálogo que ha conformado la comedia británica de los últimos tiempos, aquella que triangulan el dúo Simon Pegg y Nick Frost junto al director Edgar Wright es quizá una de las manifestaciones más sólidas y con mayor proyección en el futuro. Para señalar el éxito de la fórmula, cabría como mínimo indicar tres razones fundamentales: en primer lugar, la propia fisicidad del dúo Pegg/Frost, cuya gestualidad cómica, cómplice y acelerada, se sincroniza perfectamente con la narrativa anfetamínica de las películas de Wright; luego, la comedia a costa de los localismos e idiosincrasias inglesas, punto de partida para una crítica social que acaba por trascender la frontera cultural; y por último, un extraordinario dominio, de la parte del cineasta, de los códigos de los géneros, con los cuales está dispuesto a  trastear sin miedo a incurrir en el exceso.

Sobre estos tres pilares se levantaban «Zombies party» («Shaun of the dead», 2004) y «Arma fatal» («Hot fuzz», 2007), la primera como festín genérico que escenificaba un Apocalipsis colectivo e individual, la segunda como fabulosa orgía de los géneros más oscuros en la monotonía del medio rural. «Bienvenidos al fin del mundo» completa la trilogía «Cornetto» –bautizada así por la aparición del cónico helado en las tres entregas– con el mismo catálogo de elementos de sus dos hermanas sometido a reordenación. Aquí, las intenciones críticas de Wright son corregidas y aumentadas en sus límites y también en su mostración: la (i)lógica épica de una noche de borrachera sirve tanto para atacar a los peligros de la nostalgia como para apuntar a la progresiva estandarización y vulgarización de la cultura de pub, pero esto es solo el salvoconducto que, a través de la irrupción violenta del fantástico, lleva hasta una ambiciosa diatriba contra la deshumanización a manos de lo virtual.

Hasta ese clímax en el que el fin del mundo titular se torna polisémico e Internet –»the network»– es señalado como el ente invisible y maligno que obliga a los humanos a desechar las emociones, lo que media es una jarana fenomenal en la que Wright sigue puliendo su gusto por la comedia desenfrenada y exhaustivamente referencial. Amparada en el carisma de Pegg/Frost ampliado a unos excelentes Eddie Marsan, Martin Freeman y Paddy Considine, esta aventura etílica invoca las silenciosas invasiones de «La invasión de los ladrones de cuerpos» («Invasion of the body snatchers», Don Siegel, 1956), su remake «La invasión de los ultracuerpos» («Invasion of the body snatchers», Philip Kaufman, 1978) –del que toma la expresión iracunda del rostro alienígena– y «Están vivos» («They live», John Carpenter, 1988). Es, sin embargo, en la asunción del frenesí coreográfico del cine de acción más enfático donde la película subraya el talento del realizador para incorporar gramáticas en principio ajenas a la comedia en una hibridación impecable y rabiosamente disfrutable.

Anterior crítica de cine: “Plan en Las Vegas”, de Jon Turteltaub.

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