Cine: «Plan en Las Vegas», de Jon Turteltaub

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«Es la quintaesencia de ese cine que se justifica en la coartada de los grandes actores, pero que en fondo resulta pobre hasta lo indecible»

 

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«Plan en Las Vegas»
(Jon Turteltaub, 2013)

 

 

Texto: JORDI REVERT.

 

 

De un tiempo a esta parte, el cine en su vertiente más industrial ha encontrado un nuevo filón con el que conquistar al gran público: la tercera edad como último y reconfortante parque de atracciones. El genoma de esa tendencia es simple y consiste en recurrir a envejecidas leyendas de la interpretación que, con su nombre, aseguran de antemano una fácil legitimación del producto entre el palco. Estas viejas glorias, por supuesto, se amparan en un sentido lúdico del encuentro para no ofrecer su mejor versión, aquella que les hizo indestructibles en la memoria. Y de esta manera, todo es más fácil, adquiere la categoría de diversión desprejuiciada que desemboca en el buenrollismo contagioso y la complacencia. En la sensación de que, dentro del cine y a la salida de él, todo está bien.

El gesto aislado puede ser inofensivo, refugiarse en la  humilde vocación de comedia ligera con grandes cromos. Pero es más peligrosa la reiteración, la consolidación de una veta comercial a partir de esa «feel-good movie» que se presenta bajo una pátina de incorrección tan atractiva como simulada. «Plan en Las Vegas» es la quintaesencia de ese cine que se justifica en la coartada de los grandes actores, pero que en fondo resulta pobre hasta lo indecible. Ver a Michael Douglas, Morgan Freeman, Robert De Niro y Kevin Kline celebrando una despedida de soltero en Las Vegas no es aquí sinónimo de atrevimiento, de subversión de las reglas. Es, antes al contrario, un guiño juguetón pero blanco en el que la aceptación de la vejez tiene sus límites, pero la diversión que quiere revocarla también. Dicho de otra manera, la senectud solo puede ser desafiada con chistes sobre la senectud (medicación, enfermedades y otros achaques, en un repertorio inagotable), y no con un viaje hacia las algo más turbias consecuencias de su verdadera y rotunda negación.

Puestos a navegar entre lo previsible y lo inocuamente carcamal, sí hay como mínimo un dudoso mérito que valdría la pena atribuir a la película de Turteltaub: no tiene la cualidad desconcertante (ni la salvaje) de la estructura amnésica de «Resacón en Las Vegas» (The Hangover, Todd Phillips, 2009); no tiene la poesía del exceso hedonista que reinaba en «Spring Breaker»s (Harmony Korine, 2012); ni tampoco, las tensiones entre libido y moral que se daban en «Carta blanca» (Hall Pass, Peter y Bobby Farrelly, 2011). Y sin embargo, es capaz de invocar los riesgos tomados por esas tres películas para ahogarlos en una neutralidad familiar apta para la sobremesa televisiva, en la línea de títulos más rutinarios como «Red» (Robert Schwentke, 2010) o «Tipos legales» (Stand Up Guys, Fisher Stevens, 2012).

Anterior crítica de cine: “Blue Jasmine”, de Woody Allen.

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