Cinco discos imprescindibles de Neil Young

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Eduardo Izquierdo se enfrenta a una nueva emboscada: escoger solo cinco discos de Neil Young que sean claves en una carrera que roza los sesenta años de actividad. Esta es su selección.

 

Texto: EDUARDO IZQUIERDO.

 

El rockero indómito. Así titulaba Javier Márquez en 2005 el volumen dedicado a Neil Young en aquellas añoradas Guías Efe Eme. Un título excelente. Un ejemplo de cómo definir una persona y una carrera en tres simples palabras. Y si no les gusta, luego lo introducía como el Gran jefe Caballo Loco, en alusión directa al nombre de la banda con la que sonaría más grande que nadie, los legendarios Crazy Horse. Y es que si hay un Olimpo del rock, Neil Young tiene un lugar reservado. En los puestos más destacados. Para algunos, incluso, el que más. Porque el canadiense va mucho más allá de ser una súper estrella del rock estadounidense, un monstruo de dimensiones imposibles de calcular. Él es la esencia del rock. Da igual que sea en su vertiente acústica o en su vertiente eléctrica. Neil Young es al rock lo que el rock es a Neil Young. Por eso, si ya suele ser complicado elegir cinco discos de los soberbios artistas que se acumulan en esta sección, hacerlo con Neil Young puede llevar como consecuencia directa perder la chaveta. Y eso que lo hago obviando sus aventuras junto a Buffalo Springfield o Crosby, Stills, Nash & Young. Pero, a pesar de eso, me veo capaz de construir cuatro listas diferentes sin repetir ningún álbum, y eso está al alcance de pocos o ningún músico. Vamos con mis cinco favoritos del tito Neil. Solo cinco. Pero qué cinco.

 

Everybody knows this is nowhere (Reprise Records, 1969)

Este disco se explica fácil a partir de una serie de ítems. Después de un debut recibido de manera bastante tibia por público y crítica, considerando a Neil Young un cantautor más, el canadiense se desmarca con este álbum de siete canciones insuperables. El primero con Crazy Horse, o lo que es lo mismo, Danny Whitten, Ralph Molina y Billy Talbot. Absolutamente imprescindible, está cargado de clásicos, desde la canción que le da título hasta “Cinnamon girl”, “Down by the river” o los diez minutos de “Cowgirl in the sand”, que marcarían el sonido futuro de la unión de músico y grupo. No es casualidad que Rolling Stone colocara el álbum en el puesto 203 de su lista de 500 mejores discos de la historia. Poco me parece.

 

 

Harvest (Reprise Records, 1972)

Si algo ha sido Neil Young a lo largo de toda su carrera es un músico polifacético que ha sabido moverse con la misma excelencia en terrenos rotundamente eléctricos y en el intimismo más acústico. Fruto de una turbulenta etapa personal llega su cuarto disco, de marcado carácter country rock. Young huye de problemas mentales y la inestabilidad emocional provocada por un divorcio abrazando su guitarra y rodeándose de amigos como David Crosby, Graham Nash, Linda Ronstadt, Stephen Stills o James Taylor. El resultado es, de nuevo, esplendoroso. Un disco icónico que la citada lista de Rolling Stone colocaría en su puesto 78 y que el periodista musical Bob Mersereu, consideraría el mejor disco canadiense de todos los tiempos en su libro The Top 100 Canadian albums. Piezas como “Heart of gold” no hacen sino confirmar su enormidad.

 

 

Tonight’s the night (Reprise Records, 1975)

Parece, y esto es totalmente casual, que he optado por los discos pares. El sexto álbum de Neil Young en solitario es la nueva parada de nuestra lista. Turbulenta gira con Crosby, Stills, Nash & Young y nuestro hombre recuperando unas canciones que había grabado dos años antes, en 1973. Si alguien busca la honestidad hecha música, este es su disco. El propio músico lo definió como la vez que había estado más cerca del arte en toda su carrera. Aquí no hay grandes hits, sino un conjunto de canciones espléndido. Eso sí, servidor siente debilidad especial por “Albuquerque”.

 

 

Rust never sleeps (Reprise Records, 1979)

Si alguien me preguntara cuál es el disco ideal para empezar con Neil Young, probablemente contestaría Rust never sleeps. Grabado en directo en el Boarding House de San Francisco, aunque con recordings posteriores, resume a la perfección todo lo que es el tito Neil. Con una parte acústica y otra eléctrica, todo parece girar alrededor de ese himno que es “Hey, hey, my my”, aunque eso no debe hacernos olvidar que en su lista de canciones se incluyen temas tan definitivos como “Powderfinger” o “Pocahontas”. El trabajo de Ralph Molina, Billy Talbot y un Frank “Poncho” Sampedro hecho ya con el puesto titular de la guitarra de los Crazy Horse es directamente insuperable.

 

 

Ragged glory (Reprise Records, 1990)

¿He dicho insuperable? Pues me asaltan las dudas, porque como mínimo, en Ragged glory el grupo alcanza el mismo nivel que en el lejano Rust never sleeps. Tras unos años separados, los Crazy Horse y Young se reencuentran sobre los escenarios en 1990 y se dan cuenta que lo suyo está destinado a no acabar nunca. No hay definición más certera que la citada por el citado Javier Márquez: «Sin artificio, sin concesiones, sin respiro. Rock en estado puro de la mano de una banda en íntima comunión con su líder, un veterano que iba ya de vuelta de todo y que se erigía (sin intención) en profeta de lo que fue, lo que era y lo que había de ser».

 

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