Chica=tonta chica=mala chica=débil. Políticas identitarias del movimiento Riot Grrrl, de Laura Sagaz

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«Una monografía con profundidad universitaria y plagada de citas y relaciones bibliográficas»

 

Laura Sagaz
Chica=tonta chica=mala chica=débil. Políticas identitarias del movimiento Riot Grrrl
UTERZIN/ORCINY PRESS

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

A principios de los años 90, y fluyendo ya hasta los 2000, con influencias del punk e inscrita temporalmente en los tiempos del grunge, despertó en la zona noroeste de los Estados Unidos –sobre todo en la ciudad de Olympia– una escena curiosa, fugaz y harto necesaria. Un grupo de jóvenes, universitarias en su mayoría, decidieron canalizar su rabia porque una ley tácita en el rock –y, ay, también en la sociedad– señala que en principio las cosas importante son realizadas por hombres.

Sin más bagaje que unas ganas enormes y el «Hazlo tú mismo» como único recurso, pudieron llevar adelante una lucha con sus guitarras como bandera, que tuvo la suerte de coincidir con los primeros tiempos de internet y, por tanto, de tener una visibilidad un poco mayor. Lidia Damunt, cantante de Hello Cuca, señala que pudo establecer contacto con las impulsoras de estos sonidos y estas luchas en unos incipientes chats.

Esas cantantes las hicieron creer en el propósito que el grupo murciano ya tenía como necesario punto de partida: sacar por primera vez a la luz unos referentes femeninos y una postura ante la vida que había permanecido en las sombras. Esos referentes son los que defendían en la costa noroeste de Estados Unidos el movimiento que se dio en llamar Riot Grrrls: canciones de espíritu sonoro punk e ideología feminista que empujaron para tener su lugar, con medios gestionados por ellas mismas, fanzines, autodistribución y ayuda mutua. Merece la pena descubrirlo, pese a su fugacidad.

Cabe decir que el texto llena un hueco que no había estado nunca en las estanterías, pero es sobre todo un proyecto académico, basado en un trabajo de fin de máster en la especialidad de Industria Musical y Estudios Sonoros; por tanto, una monografía con profundidad universitaria y plagada de citas y relaciones bibliográficas, aunque ello no impide a los no iniciados una lectura amena y asumible.

Con estos referentes, el marco teórico se remonta a 1990 para ofrecer una retrospectiva histórica, un año en el que la violencia estaba interiorizada en la población y, quizás en parte relacionado con ello, se despierta un nuevo concepto de feminismo, una tercera ola que ya tiene a su alcance internet.

Tras ello, emerge la historia de las vinculaciones sonoras: el punk, el primer vehículo estético en el que la mujer pudo tomar posición no solo en analogía con sus compañeros masculinos, sino también poniendo sobre el escenario su punto de vista de mujer y sus luchas. Siguen las historias, y tras el punk aparecen las nuevas formas de sexualidad y el artivismo, el arte con acciones de contenido social y reivindicativo.

Este marco teórico es el que introduce la aparición de Bikini Kill, de los grupos que las siguieron, de los festivales y de su migración al ámbito británico. La traslación de la escena a nuestro país es más tenue, pero la presencia de mujeres con talante destacado va siendo cada vez más dominante, ahí aparecen –entre otras– Último Resorte, Pussycats, Webelos, The Killer Barbies o Hello Cuca, el paradigma más cercano a las Riot Grrrls, y grupos más cercanos en el tiempo a nosotros como Hinds, Las Odio o Ginebras.

Poco dio de sí el movimiento, pero era necesario y su misión fue ir regando y plantando nuevas semillas. Sin industria no podían ser más que un acicate para quienes ya creían en las ideas que defendían, cientos de grupos conectados entre sí y sin un tronco central: ese fue su valor, pero también sin fracaso, aunque esas semillas que se plantaron vayan poco a poco fructificando.

Anterior crítica de libros: Hay más cuernos en un buenas noches, de Manuel Jabois.

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