Chanel, cocaína y Dom Pérignon, de Loquillo

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LIBROS

«En ella está más su esencia que en todas las reseñas de discos que puedan leer»

 

Loquillo
Chanel, cocaína y Dom Pérignon
EDICIONES B, 2019

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Es el cuarto volumen y parece ser el que definitivamente cierra la serie. José María Sanz —Loquillo— ha repasado su infancia, su entrada en el mundo de la música y sus aventuras en un Madrid lleno de grupos nuevos e impulsivos. Aquí vuelve a una Barcelona que nota cambiada; sí, es moderna, pero la cultura callejera, esa que nace de las visceras de la ciudad, ha desaparecido. Todo parece un pasteleo, no una necesidad. Además, un hecho que ha marcado de negro la historia de la ciudad parece cortar la narración de manera tajante. El 19 de junio de 1987, un coche bomba destinado al ataque a un cuartel de la ciudad, es abandonado por un comando de ETA en el parking subterráneo del supermercado Hipercor. La masacre es espeluznante. Loquillo, de aquellas, estaba a un segundo de llegar al éxito más desmesurado.

Como en los volúmenes anteriores, más que una biografía al uso, se plantean una serie de escenas en las que la cámara repasa medio centenar de personajes significativos —en una especie de quién es quién de los años ochenta barceloneses— y los locales de moda. Sin nostalgia y con una prosa ágil que atrapa al que no lo vivió y hace tangible el recuerdo de los que somos barceloneses. Loquillo estaba en plena promoción de ¿Dónde estabas tú en el 77? y a punto de grabar La mafia de baile. Hubo tratos con Willy de Ville, de paso por el Studio 54 condal para que lo produjera, pero la cosa quedó en agua de borrajas, agravada incluso por un episodio lamentable con Damián García Puig, a la sazón poderoso empresario periodístico y de salas de fiesta.

Son anécdotas que el libro destila, mucho tiempo después, con amabilidad. Curioso ejemplo supone una de ellas de cómo el poder utilizaba el cauce el rock. Ya empezaban a olfatearse en el aire los tiempos de cachés millonarios, pero entretanto, Loquillo recibe un Carnet Joven de manos de Jordi Pujol —y con asistencia de los medios, claro— pocos meses antes de cumplir la edad legal para dejar de tener derecho a solicitarlo.

Entre los recuerdos, son especialmente afectuosos los que dedica a las revistas Star, Cairo o la efímera y olvidada V.O, excelente publicación de la que este cronista aún guarda algún ejemplar y en la que apareció, por primera vez en papel de modelo, una adolescente Ariadna Gil. Era la hermana pequeña de los Brighton 64. También hay un recuerdo para un jovencísimo y recién llegado Sergio Fecé —que había estado con Gato Pérez—, que al final se convierte en el alma de Mis problemas con las mujeres.

En definitiva una tetralogía que está obligado a poseer todo aquel que diga sentir un cierto interés por la música en castellano. En ella está más su esencia que en todas las reseñas de discos que puedan leer.

Anterior crítica de libros: Precipicio al mar, de David Otero.

 

 

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