California son: Las revisiones de Morrissey

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«Un trabajo inspirado, con algunos pasajes francamente magníficos»

 

Dos años después de Low in high school, Morrissey presenta California son, un disco de versiones en el que va de Roy Orbison a Bob Dylan. Por Javier de Diego Romero.

 

 

Morrissey
California son
ÉTIENNE-BMG, 2019

 

Texto: JAVIER DE DIEGO ROMERO.

 

Ah, el álbum de versiones, esa tabla de salvamento a la que agarrarse en fases de sequía creativa, ¿no es verdad? Así lo parece en el caso de Morrissey. Tras hundirse en las simas de la irrelevancia con Low in high school (2017), uno de los discos más endebles de su carrera, entrega ahora California son, una colección de covers centrada en la música popular norteamericana de la segunda mitad de los años sesenta y la primera de los setenta. Predominan los temas folk y soul, que el mancuniano reformula de la mano de Joe Chiccarelli, el productor de todos sus largos de la presente década, y arropado por invitados como Billie Joe Armstrong (Green Day), Ed Droste (Grizzly Bear) y Ariel Engle (Broken Social Scene).

El arranque del disco no sorprenderá a los buenos conocedores de Morrissey. “Morning starship” es uno de los cortes del elepé homónimo de Jobriath (publicado en 1973), oscuro exponente del glam rock y el primer intérprete declaradamente gay que se benefició de la maquinaria promocional de una major (Elektra), al que el cantante de “This charming man” lleva años reivindicando (en 2004 supervisó la compilación Lonely planet boy, la primera vez que la música de su ídolo vio la luz en cedé). Morrissey factura esta canción grácil y ensoñadora con cariño de alfarero, se adueña de ella con autoridad y chispas de genio —no se pierdan el “boom boom boom!” final—; como en el conjunto del álbum, Chiccarelli la impregna de lustrosa modernidad. Es una versión espléndida, al igual que la del “It’s over” de Roy Orbison: enseñoreado por el Morrissey más elegante y melodramático, y desprovisto de los almibarados coros del original, el tema cala muy hondo, hasta donde se cobijan las lágrimas.

“It’s over”, “Don’t interrupt the sorrow”, “Loneliness remembers what happiness forgets”… Los títulos de buena parte de las canciones de California son no pueden ser más Moz, y su voz, profunda, abundante en matices y siempre distintiva, se amolda a todos los temas como un vestido al cuerpo. En el haber del álbum se encuentran igualmente los arreglos inventivos de algunas de las covers, como la de “Only a pawn in their game”, de Bob Dylan: propulsada por un ritmo tronador e insistente, esta balada folk se transforma en una marcha azarosa que dramatiza a la perfección la denuncia del racismo y la manipulación política de la letra. Imaginar el folk pavoroso de “Suffer the little children” (Buffy Sainte-Marie) como un bombástico número de Broadway (¡esa tuba!) es, en fin, realmente meritorio. También interesante es la relectura de la hipnótica “Don’t interrupt the sorrow”, una de las perlas del imprescindible disco de Joni Mitchell The hissing of summer lawns (1975), robustecida por la banda de Morrissey y ornada sugestivamente por el neblinoso saxo de Tom Scott —antiguo colaborador de Mitchell, por cierto—. Otro acierto: el acompañamiento vocal etéreo y trémulo de “When you close your eyes”, que acentúa el onirismo de esta composición de Carly Simon y Billy Mernit. Menos logradas son las incursiones en el soul-pop: “Wedding bell blues” (Laura Nyro), “Loneliness remembers what happiness forgets” (Dionne Warwick) y “Lady Willpower” (Gary Puckett and The Union Gap) son disfrutables, pero, demasiado fieles a sus modelos, en ningún momento les insuflan nueva vida.

El disco finaliza con una adaptación colosal y perturbadora de la canción de Melanie “Some say (I got devil)”. El título parece hecho a medida para la controversia que rodea a Morrissey desde que hizo público su apoyo al partido ultranacionalista y de extrema derecha For Britain, una postura que entiende compatible con la simpatía por los oprimidos y los discriminados que siempre le ha caracterizado, y que aquí hallamos en las palabras de Dylan, Sainte-Marie o la propia Melanie. El revuelo que ha ocasionado es comprensible, pero no debe hacer olvidar la música, máxime cuando estamos ante un trabajo inspirado, con algunos pasajes francamente magníficos. Listen without prejudice.

 

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