Calavera suave, de Tórtel

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DISCOS

«En este disco ha cargado el mimo en otras estéticas, sin dejar de lado los parámetros de inmediatez de anteriores trabajos»

 

Tórtel
Calavera suave
AUTOEDITADO, 2022

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Jorge Pérez es un músico valenciano al que le sienta más que bien el nombre artístico de Tórtel. Con este alias, ha ido publicando discos —cinco en conjunto— que compendiaban un catálogo del pop-rock más efectivo con mucha incidencia en la melodía. En este reciente Calavera suave ha cargado el mimo en otras estéticas, sin dejar de lado los parámetros de inmediatez de anteriores trabajos. Según el propio músico, hay una nostalgia del futuro, que es lo que quiere reflejar.

El disco está compuesto de varias texturas. Su inicio, por ejemplo, está henchido de una placidez acariciante, abrumadora en su búsqueda de sensaciones de sensualidad calmada. Se logra en “Pirámide”, donde el fondo de coros gregorianos crea un espacial ambiente sacro, casi una letanía. El tono se va acrecentando con la placidez romántica de “Believer” y el minimalismo extremo de “Lo hago todo sin mirar”, solo apoyada en una acústica.

Pero, tras ella, se abre una miniatura instrumental llamada “Malvarrosa I”, un experimento casi de música al azar que sirve de separación de fases. Hay tres “Malvarrosas”, cada una servirá de puerta de entrada a otros ámbitos. Llega el tiempo de las canciones de amor, como “Algunos de nosotros” y “Tú hablarás” —magnética en su sencillez melódica—, y de una pequeña maravilla que se llama “Dejaste de escribir”, con aires tropicales y ánimos ante una situación de sequía creativa. Hay en ella un aire andino y oriental a la vez, con los instrumentos que ya se crecen y ocupan más lugar.

Tras esta sección, aparece el “Malvarrosa II” con su experimentación, para dar paso al tercer sector y su esperada evolución que se encarna en “Nutrias”, que también se vuelve experimental y con fondos sintetizados, y recorre ese aire oriental que se traspasa a “Algo sano” —con el añadido de ritmos urbanos— y está presente en la instrumentación de la íntima “Viejo resplandeciente”, que despide el disco antes de cerrar con el tercer capítulo de “Malvarrosa”, la miniatura que da forma y estructura al conjunto.

Ese concepto de nostalgia del que hemos hablado sostiene el disco, nada atento a arañar en el pasado y mucho a desbrozar el camino de la esperanza, creer en el futuro y redundar en un optimismo activo que busca construir un mañana cómodo, encarnado en las múltiples colaboraciones que jalonan los surcos: las voces que harán ese mañana más habitable.

Anterior crítica de discos: Heartmind, de Cass McCombs.

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