Caballero Bonald: maestro de los sonidos que nos definen

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Caballero Bonald rodeado de la estirpe flamenca. A su izquierda, Tomasito y Manuel El Sordera; a su izquierda, José Mercé y el poeta José María Velázquez, entre otros (Madrid, 1998).

 

«La imagen de lo que representa un cantautor en nuestro país parte de las bases que dejó sentadas Caballero Bonald en sus producciones»

 

César Prieto ahonda en la importante vertiente musical del recién desaparecido José Manuel Caballero Bonald, que en los setenta impulsó la célebre colección Los Juglares, trabajó en Ariola, hizo una importante labor como difusor del flamenco y produjo discos de Luis Eduardo Aute o Rosa León.

 

Texto: CÉSAR PRIETO.
Fotos cortesía del archivo de la FUNDACIÓN CABALLERO BONALD.

 

El reciente fallecimiento de José Manuel Caballero Bonald trae a la memoria que, además de su ingente labor como escritor, articulista y colaborador de la Real Academia Española —no como miembro, fue rechazado en tres ocasiones, sino como lexicógrafo—, fue uno de los ingenieros que se inventaron la música de los años setenta en España, unos años en que poco a poco se ha ido desvelando que la figura del productor fue esencial, que los hubo grandes y que fueron ellos los que hicieron tirar los estilos que crearon por senderos que ya nunca abandonarían. Gentes como José Luis de Carlos, Gonzalo García Pelayo o el propio Caballero Bonald han construido los sonidos que nos definen.

Pero antes que su labor de productor y, coincidiendo con ella durante casi todos los setenta, el escritor jerezano fue quien permitió a los españoles conocer un poco más de esa música que fuera de nuestras fronteras estaba arrasando. Asumió una colección de biografías de cantantes. Este no fue el propósito inicial, el propósito era entrar en la industria editorial y, para ello, se instaló en un pequeño despacho en un viejo edificio de Madrid, como representación de la asturiana Editorial Júcar. Debido a que sus ocupaciones y su carácter bohemio le impedían estar en el día a día, quien llevaba la gestión cultural eran el novelista Mariano Antolín Rato y su mujer María Calonje.

 

El inicio de Los Juglares

Todo empezó con Jesús Ordovás, a quien el editor pidió, para una nueva colección, Los Juglares, un libro sobre Bob Dylan, que el después locutor escribe en quince días del tirón y que Caballero Bonald ha de reducir de quinientas páginas a doscientas. Era 1972. A partir de ahí, toda la década de los setenta estuvo marcada, como hitos musicales, por los libros de la colección. Comenzó con cantautores —Brel, Brassens o Serrat— y siguió con rock —Rolling Stones, The Doors y Pink Floyd—. La generación de esa década podía, por fin, ser educada en libros de pequeño formato y con textos escritos por los mejores —desde Manuel Vázquez Montalbán hasta el periodista Ramón Chao, padre de Manu— y de inconfundible diseño gráfico. Un diseño mítico que tuvo una curiosa historia.

En los primeros volúmenes, la estética de la colección estaba firmada por Julio Ramentol, que únicamente trabaja para Júcar y para el sello Pauta¸ dirigido también por el escritor jerezano. Nadie sabía quién era, nadie lo vio nunca, contactaban con él por medio de un intermediario. Hasta que, tiempo después, Caballero Bonald desveló que era él mismo —el apellido es de una de sus abuelas, cubana criolla—, preocupado porque una actividad tan frívola desluciese su estatus cultural.

De izquierda a derecha, Luis García Montero, Almudena Grandes, Eduardo Mendicutti, Benjamín Prado, Joaquín Sabina y José Manuel Caballero Bonald (Sanlúcar de Barrameda, 2003).

 

Etapa en Ariola

La presencia de Caballero Bonald llegó hasta 1977, año en el que dimitió, y también año en el que se incorporó a la plantilla de la discográfica Ariola, donde hasta entonces había trabajado, pero únicamente como productor de proyectos específicos. La imagen de lo que representa un cantautor en nuestro país —compromiso con causas sociales o literarias, defensa de culturas peninsulares no unificadoras, atención a lo tradicional y cuidado en la estructura para que la experimentación, con materiales antiguos quizás, sea posible— parte de las bases que dejó sentadas Caballero Bonald en sus producciones. Cuando Ismael Serrano le pide a su padre que le cuente antiguas historias o Javier Álvarez experimenta con arreglos radicales, beben de las bases que se idearon en los setenta, guiadas por Caballero Bonald.

Todo empezó en el sello catalán Vergara, que editaba tanto música medieval catalana, como a los Calatrava, los Sírex o Peret. Caballero Bonald cataloga para ellos un archivo discográfico de flamenco, con voces recogidas en cortijos de la Baja Andalucía por un equipo profesional de grabación, pero acudiendo a los pueblos en tiendas de campaña. Entre 1963 y 1965 Ramón Segura —capo del sello— y Caballero Bonald hacen tres viajes con un técnico y un magnetófono con objeto de recuperar una cultura popular que, o se estaba perdiendo, o el franquismo había secuestrado al hacerla oficial. Ariola financió con bastante largueza el proyecto.

Cinco años después, el sello alemán buscaba establecerse en España y, por una serie de manejos empresariales, adquiere Vergara, con lo que pasa a tener logística y un primer fondo de catálogo. Así, Caballero Bonald consigue un lugar también en el nuevo sello como productor con autonomía absoluta. Dirigía todo, hasta llegó a redactar los textos promocionales o a corregir letras de canciones que los cantautores le presentaban con errores garrafales.

 

Al frente de Pauta

Ariola ponía exquisito cuidado en las producciones, en una época en que podían convivir en discográficas personajes cultos con gentes del pop. El presupuesto no era un problema: en plena crisis del petróleo, editaban con portadas dobles y en vinilo de gramaje muy digno. A Caballero Bonald se le asignó el mando del subsello Pauta, que quería incluir una línea de cantautores muy sofisticada y presentarla como marca al público para que, al acoger a nuevos artistas, estos tuviesen ya una impronta de calidad. En él, nuestro Premio Cervantes articuló y diseñó parte de la evolución de la música española.

El también malogrado Luis Eduardo Aute, inquirido sobre el tema, nos comentó en conversación personal el papel de Caballero: «Se ocupaba más del tema literario que del musical; pero opinaba en todo, sugería, valoraba, controlaba la grabación». Fue, pues, un productor de la vieja escuela, como en los discos de los años cincuenta, alguien que dirigía y supervisaba las sesiones de grabación.

Joan Clos, alcalde de Barcelona; Caballero Bonald, Joan Manuel Serrat y Lluis Pascual, director de teatro. Entrega de premios Terenci Moix (Barcelona, 2006).

Aparte de sus libros y sus producciones, su labor en el mundo musical ocupó otros territorios menores, pero con impronta también fructífera. En 1970 colabora en la revista Mundo Joven con una sección sobre flamenco, donde da primeras noticia de Camarón o de Paco de Lucía. También escribe letras para el cantaor Diego Clavel o “Dos horas después”, para Joaquín Sabina. Sabina se la retocó tanto que el escritor ironizó: «Me la ha respetado mucho —dijo—, ha conservado la preposición “de”».

 

Las producciones

Pero ¿cuáles fueron sus producciones?, aquellas que hemos destacado desde el principio. Quizás la más decisiva consistió en la trilogía de Aute —Rito, Espuma y Babel, puesto que lo recupera tras una etapa en la que el cantautor filipino había decidido abandonar los estudios de grabación, tras una desastrosa experiencia con RCA.

Con Luis Eduardo Aute en el VIII Congreso Fundación Caballero Bonald (Jerez de la Frontera, 2006). Autor: Manuel Garrido.

A Maria del Mar Bonet le dirige dos discos: Cançons de festa y Alenar. El primero explora aires tradicionales y el segundo compromisos políticos y mediterráneos que se funden en la impresionante “Que volen aquesta gent?”. También produce el magistral Heliotropo de Vainica Doble, del que diseña hasta la portada y se convierte, para Caballero Bonald, en «una de mis realizaciones de la que estoy más contento».

Hay muchos más. El espíritu de Antonio Fraguas, Forges, llevado a la música con letras de Jesús Munárriz, el fundador de la editorial de poesía Hiperión. O un par de discos de Rosa León, Al alba y Oído por ahí.

De todo ello, ha quedado una soberbia colección de canciones quehan marcado una tendencia. Se volcó en Aute y Vainica Doble —los escogió él—, a Rosa León se la encontró ya en el estudio, y con María del Mar Bonet tuvo un trato lejano por la distancia. Forgesound ya estaba ideado. Piensen en esos nombres y piensen en Paco Ibáñez, o Miro Casabella, o en el primer single de María Jiménez bajo el nombre de La Pippa, a los que también produjo. Y después piensen si esto no es marcar varias tendencias —no una, varias— en la música de este país.

Con Miguel Ríos en el VIII Congreso Fundación Caballero Bonald (Jerez de la Frontera, 2006). Autor: Manuel Garrido.

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