Bremen no existe, de Biznaga

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DISCOS

«El disco es de un romanticismo brillante y activo, llama a la revuelta, a derruir los límites, a levantarse tras las caídas»

 

Biznaga
Bremen no existe
MONTGRÍ, 2022

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Oirán ustedes, cuando escuchen el cuarto álbum de Biznaga, un disco guitarrero, de voz especialmente correosa y áspera en sus chillidos, gritona. Pero dejen que les adelante también que el disco es de un romanticismo brillante y activo, llama a la revuelta, a derruir los límites, a levantarse tras las caídas. Lo que se llamó en otros tiempos agitprop y, todavía en los nuestros, se llama bandera de una generación y disco conceptual, sin serlo realmente, porque lo que liga las canciones no es una idea sino una actitud, la que viene desde los Juegos Olímpicos de Barcelona. La fecha de su inauguración, con esa flecha de mentira encendiendo un pebetero de mentira, es la imagen de lo que iba a ser el país durante los siguientes treinta años.

El retrato llega a la actualidad con “La escuela nocturna” una puesta en solfa de esos espíritus que vagan en los arrabales de las noches, sin rumbo, aunque quieran saberlo, y sin carne, aunque crean tenerla. Inteligentemente, visten la canción de electrónica y de espíritu bailable, sin dejar de lado la rabia y el guitarreo. Derivas espectrales que se encarnan en “Domingo especialmente triste”, cantada por Isa, de Triángulo de Amor Bizarro, una conversación, en medio de guitarras contundentes, de un joven con el niño que ha sido hasta hace poco y que agarra con fuerza para que no escape.

Son conflictos generacionales que se transforman en himno en “Contra mi generación”, un tema que se desliza hacia la incredulidad nihilista y que se convierte, pues, en un retrato, férreo en las guitarras, de la gente de su edad y de las expectativas que se han ido difuminando, como hace el humo sobre el paisaje. También retratan a su ciudad, y también con guitarras aceradas, en “Madrid nos pertenece”, el sarcasmo que se cimenta en una letra que habla de la degradación y brutalidad de la villa y corte.

De aquí, saltan al contenido político –más allá, social–, presente en “Todas las pandemias de mañana”. El mensaje es claro: «Nosotros somos el puto virus», pero el disco va todavía más allá y personaliza en “Filósofxos intempestivxs” uno de los desastres de nuestra época: los adictos a redes sociales que dejan caer sentencias que alían a Twitter y a Marx, en lo que hace unos siglos se llamó filósofos de salón y, retrocediendo más en el tiempo, eruditos a la violeta. Ambas, con la salsa de unas guitarras distorsionadas a lo Replacements.

Si hubiéramos de destacar dos canciones que pueden concentrar el conjunto, una de ellas sería la traca final, “Una historia de fantasmas”, con guitarras a piñón y desgarro a volumen en la voz, que porta algo de luz a la negrura que ha alentado el disco. La otra, “Cómo escribimos adalides de la voz”, que representaría la parte escorada hacia el rock más correoso, pero con un tramo final de coros que lo dulcifican. Y ello quiere decir que Biznaga han hecho su disco más visceral, más sentido, con más espíritu de generación. Si en la música popular el comunicar sentimientos es un valor, en ese parámetro tienen un diez –cum laude, porque ellos cantan formando parte del problema– y son capaces de conseguir, al mismo tiempo, que una generación se reconozca de manera satisfactoria y a la vez experimente su frustración; en el resto –esencia más pop y letras más crudas que en sus anteriores trabajos– rozan el sobresaliente.

Anterior crítica de discos: Limones de oro, de Izaro.

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