Biznaga: «Cultiva una conciencia crítica y mantén intacto el entusiasmo»

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«No hay vacuna que nos salve de nosotros mismos»

 

Recién publicado su cuarto álbum de estudio, Bremen no existe, Jorge Navarro, letrista y bajista de la banda, habla con Sara Morales sobre los secretos, las intenciones y el imaginario que sobrevuelan este nuevo trabajo. Un repertorio que, sin alejarse de los patrones punk, se acerca al pop y se adentra en la psique de varias generaciones.

 

Texto: SARA MORALES.
Fotos: CARMEN MORAGO.


He aquí el disco pop de una de las mejores bandas punk que tiene ahora mismo nuestra escena. De las visibles, quiero decir. De las que trascienden porque el empeño, el buen trabajo, la virtud, y sí, quizá también algo de suerte, les concede la oportunidad de acercarse a la gran masa. Y, aún así ellos, andan cómodos en la no etiqueta, en el lugar que les corresponde en cada momento, a medio camino entre la popularidad alternativa, o underground, y el salto a la gran pantalla. Precisamente así se llamaba su disco anterior, Gran pantalla, ese con el que nos desarmaron por completo hace dos años al ritmo frenético de metralletas verbales y de aquella mosca aplastada en el cristal que nos sirvió como última imagen de Biznaga a retener en nuestras retinas, hasta que llegara el momento de su siguiente trabajo. Pues aquí está. El cuarto as. El que compone el póquer discográfico de la banda quienes, por cierto, son cuatro también: Jorge (bajista y letrista), Álvaro (voz y guitarra), Pablo (más guitarras) y Milky (batería). Otro póquer.

Y ahora vienen camuflados en los Trotamúsicos, simpáticos animalitos de la cultura popular de los noventa, que han servido para dar sentido y forma a Bremen no existe, este nuevo asalto. Un álbum sorprendente viniendo de ellos porque, sin aparcar del todo su naturaleza punk garajera, con él han decidido acercarse al pop, acercarse a todos, poner a disposición del grueso mortal esa dialéctica inteligente y adictiva con la que ya nos habían ganado a unos cuantos. A muchos cuantos.

Permaneced atentos, inmiscuiros en sus canciones, en su infección. Bañaros de sus letras, que son las nuestras; porque Bremen no existe pone voz a este tiempo, pero también a muchas generaciones. Late en el asfalto, pero también en la reflexión. Vive urgente, como siempre, como son ellos; porque su fin último sigue siendo hacer despertar al que sigue dormido y generar una reacción en el eterno desvelado.

Hablar con Jorge Navarro, letrista y bajista de la banda, ha sido descubrir los secretos de este disco y, al mismo tiempo, reconquistar tierras que parecían perdidas. Pasen y lean pero, sobre todo, escúchenles.

 

Con vuestro disco anterior, Gran Pantalla (2020), ya dejasteis el listón muy alto en esto del punk patrio. Pero ahora llegáis con este Bremen no existe y volvéis a superaros. ¿Tenéis desde dentro la misma sensación?
Muchas gracias, estamos muy contentos, la verdad. Creemos mucho en este disco. Bueno, siempre hemos creído mucho en todo lo que hemos hecho, pero es muy importante para nosotros que con cada paso que damos hacia adelante, el público, la gente y demás, nos sigan acompañando. Es lo que nos mantiene vivos.

 

La evolución que habéis experimentado desde ese elepé, hasta este, es tremenda. De repente nos encontramos con unos sintes, os habéis vuelto más melódicos… ¡ahora hasta se os entiende!
[Risas] Ahora ya no hay problema de entendimiento, no. Las canciones van más tranquilitas, el tempo más relajado, hay más melodía… Las letras se tienen que entender mejor que nunca, sí.

 

La primera sorpresa de este disco viene al veros convertidos en los Trotamúsicos. Resulta que los cuatro protagonistas del cuento de los hermanos Grimm ahora sois los cuatro de Biznaga. ¿Quién hace de burro, de perro, de gato y de gallo? ¿Intentáis subiros unos encima de otros, o no es para tanto?
[Risas] Habrá que practicar un poco de malabarismo para deleitar al público en los conciertos, hacer un casteller o algo así.

 

Oye, pues no estaría mal…
No creo que lleguemos a tanto [Risas], pero estamos trabajando a conciencia en el show con las canciones nuevas y es posible que haya sorpresas.

 

Pero entonces, ¿sois un poco la personificación de esos animalillos o no? ¿Cómo llegasteis hasta esta idea?
Viendo que las canciones, a nivel de composición, iban cogiendo una línea más pop y más luminosa, empezamos a pensar en cómo podíamos ilustrarlas, cómo podría ser la portada; el fin último de un disco es que haya coherencia y unidad en todas las partes que lo forman: sonido, letras, imagen, concepto… Y como nunca habíamos apostado por los dibujos animados en ninguna de nuestras carátulas, pensamos que estaría bien hacerlo para este disco. Queríamos tirar por ahí, algo que transmitiera cierto infantilismo pero con un toque de desazón, que fuera alguien o algo suficientemente icónico para que nos representara, pero que no fuera demasiado evidente ni estuviera demasiado manido. Después de mucho pensar, dimos con Los Trotamúsicos y lo vimos claro. Porque son cuatro, como nosotros; porque están relacionados con la música y fueron una serie española de los noventa, que en concepto nos venía muy bien, porque apela a un par de generaciones muy concretas que también juegan un papel importante en el contenido lírico del disco, pues nos interesaban mucho esos saltos del presente al pasado y al futuro, estableciendo como un diálogo entre generaciones, que se percibe en las canciones.

 

Y con el título del álbum termináis de bordar el concepto…
Ahí está la clave. Como remate final, cuando estábamos decidiendo el título del disco, releímos el cuento de los hermanos Grimm y el hecho de que la historia acabe sin que los Trotamúsicos lleguen a su destino, a Bremen, terminó de encajar en nuestro concepto del álbum. Esa es la moraleja, precisamente: después de escapar de la granja y de una muerte segura, encontraron un nuevo sentido en sus vidas por el mero hecho de hacer piña entre ellos, de conocerse, de hacerse amigos, de valorar la unión y el sentido de lo colectivo. Y gracias a eso pudieron disfrutar de una nueva vida, de una segunda oportunidad, aunque nunca llegaran a Bremen. Por eso Bremen cobra un sentido muy simbólico en la historia, pues hace referencia a esos futuros perdidos, a esas perspectivas de porvenir que no terminan de materializarse nunca…Y de ahí llegamos a Bremen no existe. Así cerramos el círculo. Era perfecto.

 

«Este es nuestro disco pop»

 

El cuento también es una bonita moraleja sobre la importancia del “mientras tanto”, en detrimento del objetivo final. El valor del camino, y no tanto del destino o la meta. ¿Biznaga también apostáis más por el aquí y ahora?
Como el objetivo final se ha demostrado que es incierto y las promesas muchas veces terminan en palabras que se lleva el viento, o en asuntos incumplidos, creo que es importante preocuparse por lo que está ocurriendo en el momento, en el presente, para que el futuro sea mejor. Siempre entendiendo de dónde venimos, echando la vista atrás al pasado para ver los errores que se cometieron y, desde este presente, construir un futuro donde no nos llevemos las mismas sorpresas. Si el camino es el presente, nos importa mucho el presente, sí.

 

Se acabó el idealismo y toca ser más realista que nunca, ¿no?
Siempre conviene ser realista, pero esto no deshecha la posibilidad de ser idealista. Si la realidad no es favorable, y se ha trabajado para mejorarla, hay que ser idealista con esa realidad que se pretende transformar. Seguir en ello.

 

¿En qué momento anímico os encontráis ahora?
En un momento bastante dulce, con ilusión y muy motivados. Con ganas de desquitarnos por lo que no pudimos hacer con Gran pantalla al truncarse todo a nivel mundial por el Covid. Con ganas de recuperar el tiempo perdido, de hacer todo lo que no pudimos y más todavía.

 

Desde vuestro primer asalto discográfico en 2014, con Centro dramático nacional, os habéis ido convirtiendo en adalides del nuevo punk en nuestro país. ¿Cómo vive el género en estos tiempos que corren? ¿Toca pelear más que nunca? ¿Hay espíritu en la calle todavía o menos del que debería?
Independientemente del estilo, se necesita música, discursos y arte en general que sea revulsivo, que provoque una reacción o una mínima reflexión en las personas sobre la realidad que vivimos. No es obligatorio que todo lo que se haga deba tener ese contenido, pues puede ser sugerente también, pero creo que no hay que perder ese punto de vista del arte como observador y como disparadero. En cuanto a si podría tener mejor estado de salud esta escena concreta, el punk como tendencia en este caso, supongo que sí, no lo sé; no sé ni siquiera si es necesario. Mientras los discursos sean sólidos y haya público que siga necesitando este tipo de propuestas y acercándose a ellas, estará bien.

 

Pregunta típica, pero necesaria: ¿sigue vivo el punk, entonces?
Como actitud, esa que implica planteamientos sociales, rebeldes, que se cuestiona las cosas, más allá de la propia etiqueta punk, antes incluso del inicio del género, durante, y después de él, por supuesto. Sigue vivo sí, y menos mal.

 

¿Qué reivindicáis vosotros exactamente como banda?
Nuestro alegato final es: cultiva una conciencia crítica, ten una mayor capacidad de análisis sobre la realidad que nos rodea, desconfía de los canales tradicionales de información, trata de mantener intacto el entusiasmo y no te dejes vencer por el desánimo o la discordia, que son muy habituales en estos tiempos que corren.

 

Vuestro sonido, siempre directo e infeccioso, ahora resulta que cuenta con detalles sonoros que no esperábamos: guitarras acústicas, sintes, armonías vocales… ¿Estamos ante los Biznaga más melódicos? En “La escuela nocturna” o “Filósofxs intempestivxs”, esta además con una intro muy potente, lo dejáis claro.
Hay unos cuantos, y muy notables, elementos que no se habían dado en nuestro sonido hasta este disco, que hemos introducido por primera vez y que, inevitablemente, transforman la obra y la convierten en algo nuevo para el que está acostumbrado al sonido de Biznaga. La introducción de instrumentación nueva es palpable: esa mezcla entre guitarra acústica y guitarra eléctrica, levemente distorsionada en los estribillos de algunas canciones, es importantísima. La utilización de sintes y teclados en varios temas, también; haber bajado el tempo y disminuido esa histeria tan frenética, también, porque posibilita que la melodía, los arreglos de guitarra y el discurso de Álvaro cantando sean más perceptibles. Al final, todos estos elementos consiguen que este sea, hasta el momento, nuestro disco más accesible, más llano y más directo posible, para no dejar a nadie de lado.

 

«Hay elementos sonoros que hemos introducido por primera vez»

 

Entiendo que la producción también ha jugado un papel decisivo.
En este caso ha tenido un papel muy importante la pre-producción, mano a mano con Raúl Pérez, en los estudio La Mina (Sevilla), algo que no habíamos hecho nunca, y nos ha permitido trabajar mucho mejor las canciones. Y fundamental también la labor del post productor, Santi García, de Ultramarinos. Ellos han estado conectados con nosotros, nosotros con ellos, y este trabajo conjunto, evidentemente, transforma la obra porque es contar con la cabeza de dos profesionales como la copa de un pino dando su opinión y su punto de vista sobre lo que se iba haciendo. También hemos contado con más tiempo para grabar, hemos podido elegir con más detalle los amplis, las guitarras y los detalles que queríamos para cada canción y cada momento. Y, además, hemos grabado con claqueta por primera vez, lo que hace que todo vaya al ritmo sin que se caiga en ningún momento.

 

Desde luego en temas como “Una historia de fantasmas”, una de mis preferidas del disco y la que lo cierra, además, bordáis todo esto que comentas. Ese bajo, ese noise de base, esa oscuridad solo iluminada con la voz de Álvaro y tu letra ¿Qué puedes contarme del proceso creativo de este tema? Tiene un spoken word muy potente, también, con un discurso efectivo e inteligente.
Me alegra mucho que destaques esta canción y que te hayas quedado con ella, nos gusta mucho a Álvaro y a mí. Tiene algo, tiene algo. La letra de “Una historia de fantasmas” es la primera que empecé a escribir y la última que salió, la abandoné como veinte veces; si abriera el archivo original del que salió la letra definitiva, en el que voy apuntando ideas, empiezo a escribir, retomo conceptos, desarrollo otras cosas, tacho, vuelvo a empezar, etc…, a lo mejor tiene treinta páginas. Es una canción instrumentalmente larga, con varias partes, pues se divide en tres momentos. Sabíamos que era una canción importante, independientemente del lugar que ocupara en el disco que, en este caso, ha sido el último; pero es una canción importante. Por eso la letra requería un cuidado minucioso. A nivel conceptual termina de introducir elementos que ya se han ido presentando en varios temas anteriores, como es el caso de los fantasmas, los espíritus, los espectros… Aborda el concepto filosófico de la hauntología, acuñado por Jacques Derrida, al que yo accedo a través de otro pensador y crítico cultural como es Mark Fisher. A fin de cuentas, esta canción pretende rastrear o evocar lo que hay de pasado, de traumas, de fantasmas, de eso no resuelto que nos sobrevuela en el presente y cómo, de manera más o menos perceptible, cada cierto tiempo se van manifestando. Por eso se llama “Una historia de fantasmas”, y juega un poco con la imaginería de las pelis de terror: un sonido inesperado, algo que se cae, un frío que entra de pronto en la habitación…

 

Qué maravilla…
Sí. Porque además siendo una canción oscura, es combativa y cierra de una manera muy idealista, enfatizada por la magistral interpretación de Álvaro con ese spoken tremendo. Nos costó muchísimo trabajo esta canción, que todo rimara cada cierto tiempo, los golpes de voz con la batería, no tiene estribillo, solo va hacia adelante… Y yo sabía que, concretamente esa parte, tenía que quedar fina, fina, fina.

 

Pues os ha quedado fina, fina, fina.
[Risas] Muchas gracias. Nos costó mucho y estamos muy orgullosos de ella, por eso nos encanta cuando llega alguien y nos la destaca; así que gracias de nuevo.

 

El trasfondo intergeneracional, como hablábamos antes, es uno de los temas más recurrentes del disco. Suena contundente en “Espíritu del 92” y más pop en “Domingo especialmente triste”. ¿Esta es la dualidad en la que os movéis ahora, verdad?
Eso ha sido primordial durante la concepción del disco en el local, durante la pre-producción… Cuando ya decidimos que queríamos hacer un disco pop, las dos primeras canciones que salieron a nivel musical, y que ya marcaron el tono del álbum, fueron “Madrid nos pertenece” y “Domingo especialmente triste”, para la que hemos contado con la voz de Isa, de Triángulo de Amor Bizarro. Había otras composiciones más oscuras sobre la mesa, pero decidimos apostar por la luz y hacer nuestro disco pop; eso sí, sin perder ese lado incisivo y contundente nuestro, que siguiera siendo una hostia con la mano abierta en toda la cara, pero pop. Así que la contundencia tenía que venir por otro lado, no tanto por la velocidad y la agresividad, sino por el músculo de las canciones. Y eso hemos intentado hacer.

 

Ya que has mencionado “Madrid nos pertenece”… Creo que era el himno que le faltaba a la ciudad, después de haber ejercido de musa en tantas canciones. Me recuerda también a un tema clásico del oi! patrio. ¿Estáis lejos o cerca del movimiento?
Hay grupos que pueden estar cercanos a nosotros y nuestros gustos, los que podríamos llamar epítomes de ese estilo, que nos molan e incluso que pueden sonar perfectamente en una pinchada nuestra, o en nuestra casa y tal. Pero ni nos erigimos en baluartes, ni estamos dentro de este movimiento. Somos muy eclécticos, nos gustan muchos estilos de música y siempre estamos picoteando por ahí… Milky, nuestro batería, quizá sea el más cercano a esa subcultura, aunque tampoco, lo suyo no es tanto el sreet punk, es más el rollo jamaicano y tal. A ninguno nos es ajeno, pero tampoco es una influencia directa.

 

«En el disco se establece un diálogo entre varias generaciones»

 

También habéis incluido, a vuestra manera, claro, una canción de amor en el repertorio, “Contra mi generación”.
Esta creo que es una de las canciones sobre las que pivota, más claramente, esa intención de establecer el discurso intergeneracional del que venimos hablando todo el tiempo. En ella hablamos de nuestra generación, pero es sensible, con un poco de perspectiva temporal, a la generación que venga después y no tratamos asuntos que le sean ajenos a la generación anterior a la nuestra. Es una especie de autocrítica, de mirarnos en el espejo para ver qué se ha hecho mal, atendiendo a las cosas que les pueden estar ocurriendo a los diferentes perfiles que definen nuestro tiempo: desde personas que están precarizadas, a gente que se va a un PAU, el que está pendiente de ascender, los que están apostando por tener hijos… Todos agotados, con un pie en el futuro que habíamos idealizado y el otro en la realidad que nos ha tocado, desde una mirada con cierta nostalgia hacia lo que fueron esos años en que todavía soñábamos.

 

Sin embargo, es una canción ciertamente positiva.
Claro, el estribillo tiene ese mensaje esperanzador en plan: «lo que no pudimos hacer, aún es posible, tal vez». Es una carta de amor odio a nuestros amigos, a nuestros contemporáneos y a nosotros mismos.

 

«Nosotros somos el puto virus, nosotros somos el puto cáncer», voceáis en “Todas las pandemias de mañana”. ¿Esa es la conclusión que extraéis después de todo lo vivido, no? Una conclusión, por cierto, muy extendida, ya casi convertida en corriente sociofilosófica.
Esta canción, que encierra una perspectiva un poco más nihilista, es un discurso que está inmerso en el concepto general del disco. Sí que es cierto que, quizá, los días en que escribí la letra estaba un poco hasta las narices de todo. De vez en cuando me sale la vena esa de que acabe todo, de que venga un meteorito y nos lleve ya por delante de una vez, viendo que cada cierto tiempo hay algún tipo de desastre, colapso, crisis, pandemia, guerra… en la que el hombre tiene, o toda, o gran parte de la culpa. La mano del hombre tropezado mil veces en la misma piedra, de no ser capaz de aprender y de estar metidos en una dinámica sin lógica que nos va a abocar a colapsos cada dos por tres. No hay vacuna que nos salve de nosotros mismos. Y de ese hartazgo viene ese nihilismo, de no ver salida. Pero tampoco quiero que esta canción, o este tema, se tome como representativo del disco, es solo un momento más del mismo.

 

¿Crees que podremos ponerle remedio algún día o lo damos por perdido y nos dedicamos a sobrevivir?
Pues depende del día y cómo me pille, la verdad. Sí es cierto que como nos interesa el presente, el aquí y ahora, hay que conservar esa dosis de idealismo, como decíamos antes, para poder seguir. Hay que pensar que es posible el cambio o, por lo menos, plantear una resistencia, una alternativa, a ese futuro que nos prometen; porque si caemos en el negativismo, y en lo más oscuro y negro, nos desarma, nos desactiva, como dispositivos de cambio que somos. Creo que es posible el cambio y que debemos plantar cara a lo que no nos gusta.

 

Sigue habiendo romanticismo en el punk.
Sí. Además, este disco es sumamente romántico; hay melancolía, rabia, nihilismo… Tiene mucho del romanticismo clásico también, por ejemplo, el speech inicial de Álvaro en “La escuela nocturna”, es una deconstrucción libre de un poema de John Keats, poeta inglés del romanticismo, que se llama “Oda a un ruiseñor”. Los dos primeros versos van tal cual y todo lo que viene después es una intención mía. Así que sí, hay una mirada también hacia aquellos románticos mártires y malditos. Bremen no existe es todo eso: callejero, en el sentido punk de la palabra, y romántico, en el sentido clásico.

 

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