As I try not to fall apart, de White Lies

Autor:

«Tienen la virtud de seguir enganchando, a pesar de no arriesgar demasiado a la hora de salirse del tiesto»

 

White Lies
As I try not to fall apart
PIAS, 2022

 

Texto: SARA MORALES.

 

Para su sexto álbum de estudio, los de Ealing han decidido volver sobre sus primeros pasos. Y no es que se hayan puesto a barrer la pista de baile a la que nos invitaron a todos en su anterior Five, con temas cinemáticos e inolvidables como “Believe it” o “Tokyo”; es que para hablar de la vulnerabilidad humana, como hacen en esta nueva entrega, han debido disminuir un poco las pulsaciones. Basta escuchar “Ragworm” o “The end” para comprender que ahora el tono es más bajo, oscuro e intimista; pero no importa, porque precisamente fueron estos los códigos que nos embaucaron en aquel primer asalto llamado To lose my life, de 2009.

Tanto han vuelto a coger impulso del pasado, que se han dejado acompañar de nuevo por el productor Ed Buller, con quien ya trabajaron en el estreno discográfico que mencionábamos; también en su tercer álbum, el referencial Big TV (2013) e incluso, y paradójicamente, en el anterior Five. Y aunque les reconocemos en todos los patrones que presentan ahora con este As I try not to fall apart, White Lies tienen la virtud de seguir enganchando a pesar de no arriesgar demasiado a la hora de salirse del tiesto. Pero lo hacen, sí. Nos sorprenden. De ahí el pop preciosista, inspirado en el Bowie de Station to station, de “Am I really going to die”; el rock de tintes noventeros de “Roll december”, el acercamiento al dance con “Step outside” o las gotas a lo Depeche Mode que empapan la sintética “Blue drift”.

La voz de Harry McVeigh, imponente desde el principio de los tiempos de la banda, ha ido ganando aplomo con los años; y ahora, más que asentado ya en las formas de crooner post punk, se deja acompañar por la melodía para que sus palabras recobren más peso, más solemnidad. Así suena “As I try not to fall apart”, corte luminoso en mitad de la noche; la taciturna “Breathe”, que termina explotando en chispazos multicolor, y también las dos joyas de este trabajo: “I don’t want to go to Mars” y “There is no cure for it”, tema que lo cierra a base de guitarras apoteósicas.

Puede que no traigan nada demasiado novedoso, pero es que su fórmula funciona y siempre apetece.

Anterior crítica de discos: Sentimental jamboree, de Hank Idory.

Artículos relacionados